Occhi azzurri

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Tenía los ojos cerrados, pero podía escuchar muy de lejos una canción. Una simple sonata que más bien parecía la voz de alguien tarareando. Comencé a prestarle más atención mientras volvía a la realidad.

La canción no tenía letra, era simplemente una melodía silbada, ahora podía escucharlo mejor a pesar de que sabía que estaba muy lejos de mí la persona que la recitaba.

En los ojos tenía algo que me ardía, algo así como tierra o partículas de arena que me impedían abrir los ojos por miedo a que entraran en ellos al hacerlo. Quise sacarlas con mi mano derecha, pero al querer mover el brazo noté que éste no se movía, ni siquiera lo sentía como parte de mi cuerpo.

No entendía muy bien lo que estaba ocurriendo, pero al menos las piernas las sentía bastante mejor, a pesar de que tampoco podía moverlas, debería tenerlas atadas.

Tampoco recordaba cómo eso podía ser posible. ¿Qué estaba ocurriendo realmente? No era un sueño, se sentía demasiado real la canción en mis tímpanos. Pero tampoco recordaba nada de lo que había pasado antes de estar allí. ¿Acaso me había dormido en mi cama, en aquella mansión a punto de caerse a pedazos? No, era casi imposible, no recordaba siquiera haber entrado en ella luego de salir por el entrenamiento.

Intenté mover todas mis extremidades a la vez, para poder saber qué sentía y qué no. Como resultado, me di cuenta que no podía siquiera percibir dentro de mi anatomía a ninguno de los brazos. Puntualicé que lo mejor era mover la cabeza despacio, pero, al hacerlo, una punzada de dolor eléctrico se apoderó de todo mi cráneo, llegando casi hasta el cuello. Recordaba un golpe, unos gritos míos y de Gabriel, pero no recordaba realmente qué ocurría en ese momento, hasta que recordé sus palabra. Jodie.

Me habían golpeado de atrás cuando había atacado a Gabriel para preguntarle qué había hecho con mi cabeza. El hecho había terminado bastante mal, probablemente ahora estaba presa de los Blacked o algún cazador y por eso mismo no podía moverme.

El terror invadió mi mente junto con todo mi cuerpo, que se erizó en tono de guerra, en pose defensiva. Abrí los ojos sin importar el ardor que me provocaban aquellas partículas de tierra, las cuales cayeron al suelo sin entrar a mis ojos, para mi suerte.

Lo primero que pude notar de mí alrededor era sólo oscuridad, al igual que mis sueños. Pude entender que me encontraba amarrada de forma vertical sobre una pared; pero, más que eso, mis ojos no pudieron definirme más el entorno. Mis oídos seguían captando esa melodía melancólica, de tintes descuidados que alguien estaba silbando muy por lo bajo.

No quise hacer ningún ruido, tal vez incluso se enterasen que me había despertado; eso haría que entraran a matarme o a hacerme algo mucho peor.

Pero en ese momento comenzó realmente el dolor.

Un escozor fuerte en los ojos me impidió seguir mirando alrededor para intentar alguna huida. No era sólo un ardor frecuente, era como si mil agujas hirviendo traspasaran mis globos oculares. Era una desesperación hiriente el no poder siquiera frotármelos para sacarme el resto de partículas que se amontonaron allí, o ir a lavármelos con agua fresca. Pero no podía moverme.

Quería gritar pero aguantaba el dolor con fuerza, ante todas las posibilidades que tenía ahora, el producir algún sonido no era la mejor, por lo que me mordí la lengua hasta el punto en que pensé que me la cortaría con los dientes, ya que cada vez los tenía más filosos.

No podía aguantar mucho mas eso, era un dolor extremo que hacía que mis ojos lloraran solos.

Las lágrimas corrían desde debajo de mis párpados hasta mi cuello, donde estaban corriendo libremente, tibias ante mi piel fría.

Secretos de Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora