13.

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Golpea a Max con el palo. Un golpe en la cabeza. Otro, en la espalda.

-Nadie te ha mandado hablar -le dice con su odiosa voz.

El hombre se vuelve a mí. Deja el palo en el suelo.

-Un momento. No nos hemos presentado -dice arqueando las cejas.

-No hace falta. Ya sabes quién soy.

-Pero tú no sabes quién soy yo.

-No me interesa, gracias.

De repente se gira al ver a Max tras él. Le da una patada; sale disparado contra la pared. ¿Cómo ha conseguido desatarse?
Se enzarzan en una pelea. Puñetazos, patadas, empujones.
Al final, Max acaba con él. Es increíble lo bien que luchan.
Se acerca a mí. Puedo ver que le sangran el labio y la nariz y tiene una herida en el párpado.
Con un cuchillo de la mesa de los objetos peculiares corta las cuerdas que me aferran a la mesa.
Vuelve a dejar el cuchillo sobre la mesa. Yo aprovecho y recojo el palo del suelo. Me dirijo a Max.
Justo cuando le voy a golpear lo agarra y le da una patada. Este cae muy lejos de mí.
Me lanzo a él. Le pego puñetazos. Caemos al suelo; yo encima suya. Me da la vuelta. Inmoviliza mis brazos.

-¡Estate quieta! No quiero hacerte daño.

-Sí quieres.

Dejo de oponer resistencia. Me suelta y se levanta. ¿Qué se pensaba, que iba a parar? Vuelvo a pegarle. Puñetazos, patadas. Él solamente se protege; no me golpea.
Le doy una patada en la oreja. Le empieza a sangrar. Se tira al suelo.
Creo que me he pasado. No quería hacerle tanto daño... A pesar de que le odio hay una mínima parte en mí que todavía le quiere.
Me acerco a él. Me arrodillo. Cuando le voy a tocar me agarra la muñeca y en un rápido movimiento se sienta sobre mí.
Me da dos bofetadas.

-Por favor, para ya. Y escúchame.

-Escúchame tú a mí: déjame en paz, no quiero saber nada de ti, das asco. ¿No lo entiendes? ¡Te odio!

-Cállate, coño -me tapa la boca-. Tenemos que salir de aquí. Yo soy el único que sabe cómo. Necesitamos ayudarnos el uno al otro.

Asiento. Se quita de encima de mí. ¡Por fin se quita!
Coge el cuchillo que había utilizado previamente para desatarme. Se lo clava en el cuello al cuerpo inerte del hombre; por si siguiera vivo.
Me entrega otro. Se limpia la sangre. Yo también; la boca me sabe asquerosa a la sangre del labio.
Ya no hay más armas en la habitación.
Apaga la vela que había estado todo este tiempo iluminando.
Salimos cuidadosamente del cuarto.
Noto el dolor punzante de mi herida en el costado. Me llevo la mano a esta. La camisa está mojada; la herida se ha abierto.

-Espera -digo en un susurro-. Se me ha abierto la herida...

Estamos completamente a oscuras en el pasillo. Escucho cómo se quita su camisa.
Levanta la mía. Pone la suya en la herida. Lo único que noto es su mano en mi piel. Me sonrojo. Pero, ¿en qué estoy pensando?
Reemprendemos la marcha.
Vamos dados de la mano. Como la primera vez que fuimos juntos a la ciudad. He intentado soltarme pero me sujeta con fuerza.
De momento, no nos hemos cruzado con nadie. No sé a dónde nos dirigimos. No sé qué vamos a hacer.

-¿Qué vamos a hacer? -pregunto.

-Ya te lo he dicho. Salir de aquí.

-Quiero lo que me pertenece -digo refiriéndome a la parte del «documento» que tienen.

Cambiamos de dirección. Es impresionante lo bien que se orienta por este lugar a oscuras.

-Oye... ¿Quién era el hombre que nos retenía en el cuarto?

-El valido del rey.

Continuamos andando. Después de un tiempo, llegamos ante una puerta. La puedo ver porque por una pequeña ventana se cuela una luz. ¿Ya ha amanecido? ¿O es la luz de la luna?
Es extraño que no nos hayamos encontrado con nadie.
Max abre la puerta. Tenemos que cerrar los ojos por la potente luz que hay dentro.
Cuando por fin los abro veo que estamos en una sala repleta de velas. Hay una persona de espaldas a nosotros. Muy ancha. ¿El rey?

-Vaya, vaya, vaya -dice girándose.

Sí, es el rey. Ese al que supuestamente habíamos matado.

-¿Qué queréis? ¿Confesarme dónde está lo que busco?

-No sé dónde está. ¡Ni siquiera sé qué es! -exclamo.

-Claro. ¡Muy convincente! Max, ¿dónde está? Sé que lo sabes.

No obtiene respuesta. Menea la cabeza hacia los lados con gesto de decepción.

-Max, entrégame a la chica y recibirás el dinero acordado. Has hecho tu trabajo; yo tan solo se lo tengo que sonsacar.

Abro los ojos como platos. Oh, no. Por favor, que NO me entregue. Que NO lo haga.

-No -dice sin más.

Dejo escapar un largo suspiro. Él me aprieta con más fuerza la mano.

-¿En serio que no quieres doscientos putos ducados? -añade.

-He dicho que no.

-Bien.

El rey se acerca a una mesa. Coge de ella una trompeta -o algo similar-. Emite un estruendoso sonido. En un abrir y cerrar de ojos estamos frente a un montón de encargados/caballeros/o-lo-que-quiera-que-sean.
La lucha comienza. Estos se abalanzan sobre nosotros. El rey observa la escena.
Si consiguiese matar al rey podría llegar a un acuerdo con sus súbditos.
«Ya que el soberano ha fallecido, nadie os impedirá lo que deseéis de este. Llevaos dinero, joyas, armas y comida. Pero a nosotros dejadnos marchar», les diría.

Hemos acabado con la vida de muchos. A Max le han herido en la pierna; continúa luchando. Yo estoy dolorida; cortes y golpes por todas partes. Son demasiados para solamente dos personas.
En este mismo instante puedo acercarme al rey y acuchillarle. Lo hago. Opone mucha resistencia pero consigo matarle. ¡Le he matado! Espero que esta vez haya muerto de verdad.
Quedan diez encargados/caballeros/o-lo-que-quiera-que-sean. Grito lo que había pensado previamente. Se detienen para prestarme atención.
«¡Somos libres!», exclaman. Ya no tendrán que servirle.

-¿Estás bien? -le pregunto a Max. No sé por qué hago esa pregunta; no tiene sentido ninguno, se ve claramente que está mal.

-Oh, sí. No te preocupes.

La herida es bastante profunda y emana mucha sangre. Le corto las mangas a mi camisa y se la envuelvo. Me lo agradece.
No sé por qué me preocupo tanto por él; sigo enfadada.
Buscamos por toda la sala la parte de la «cosa». La encontramos en un cajón.
Nunca antes había visto ese papel.

Perdón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora