8.

9 1 0
                                    

Ha transcurrido una semana desde que Terry se lo contó a Max. Cuando hemos estado juntos nos hemos comportado de una manera muy extraña. Y todo gracias a Terry.
No sé qué hacer. Todo iba bien. Ahora hablamos muy poco; ya no mantenemos las conversaciones que solíamos tener. No nos atrevemos a mirarnos a los ojos. Luchamos sin fuerzas ni ganas.
Ya nada es lo que era. ¡Es horrible!
Estaba segura de que surgiría pronto. Nos atreveríamos a decirnos lo que sentimos. Pero ya no. Tenemos miedo y sentimos vergüenza.

Desde entonces, Terry y yo, no hemos vuelto a entablar conversación alguna. Se dedica a lanzarme miradas de «Lo siento, perdóname» o de no sé qué.
Hay tensión en casa por todos lados. La única que es feliz es Marybeth.
Solo me ocurren desgracias. Pero no me puedo quejar. Hay personas que lo estarán pasando mucho peor que yo.

-¿Cuándo podremos enfrentarnos al rey? -le he preguntado a Max esta mañana.

-No lo sé -ha respondido sin más.

-¿Vamos a poder hacerlo nosotros dos solos?

-No -ha dicho tras pensarse la respuesta varios segundos.

No me esperaba esa respuesta. En otro momento seguro que hubiera respondido «Sí» o «Probablemente». Max no es un chico de decir no. Es bastante optimista.
¿Y qué pretende que hagamos? ¿Pedimos ayuda a alguien? ¿Nos arriesgamos y luchamos? ¿Qué hacemos? ¿Cuánto tiempo más vamos a esperar a poder ir a rescatar a nuestras familias?

Es por la tarde. Decido ir a dar una vuelta. Sola. Necesito airearme y poner en marcha mi plan; he estado pensando en algo que hacer.
Voy a ir a buscar a alguien que se le de bien luchar; ya sea cuerpo a cuerpo como con arma.

Ya he preguntado a varias personas. Unos me respondían que no sabían luchar o que no querían luchar con una niña. Respondían sin saber el plan.
He visto a un hombre de espaldas. Voy a probar a ver si hay suerte.

-Perdón, ¿tiene un minuto? -cuando se vuelve hacia mí le reconozco. Es el tipo al que le robamos la espada. Espero que no me reconozca.

-Sí... Un momento... ¿Tú no eres la que iba con el cabrón que me robó la espada? -dice. Más que preguntarlo lo afirma. No se ha olvidado.

-Sí, ¡pero necesito tu ayuda! Por favor.

-No voy a ayudar a una ladrona.

-Lo siento mucho. Es que necesitábamos la espada y no teníamos dinero.

-¿Y por qué no te ayuda tu amigo?

-¡Porque necesitamos los dos la ayuda! Por favor. Te devolveré la espada.

-¿Y qué más?

-Te pagaré lo que quieras.

-Oh. Vale.

Le cuento lo que queremos hacer. Dice que se le da muy bien la lucha.

-Acepto. Pero quiero que tu amigo se disculpe.

-¡Sí! ¡Muchísimas gracias! Ahora mismo voy a por él, espera aquí.

Echo a correr hacia casa. Vuelve a estar con Terry en el cuarto. Hablando. Irrumpo en éste y me llevo a Max del brazo.

-¿Qué haces? -exclama.

-Ven conmigo, por favor -digo entusiasmada.

Antes de salir recojo la espada. Llegamos a donde el tipo y yo habíamos estado hablando. Este y Max se dirigen una mirada desafiante.

-Discúlpate, Max.

-¿Por qué?

-Porque le robamos la espada. Yo ya lo he hecho.

-¿Y qué?

-Si te disculpas nos ayudará a salvar a nuestras familias. Por favor, Max.

-Lo siento. La necesitábamos -dice Max.

Le entrego la espada prometida al tipo. Abre los ojos. Su boca forma un círculo.

-Por cierto, ¿cómo te llamas? -pregunto.

-Scott. ¿Y vosotros?

-Dana y Max.

Hemos quedado los tres mañana por la mañana en el descampado para entrenar. Le he dicho que si conoce a alguien que nos pueda ayudar que vaya mañana al entrenamiento.

-¿Por qué le has pedido ayuda? -pregunta Max de vuelta casa.

-Dijiste que nosotros dos solos no podríamos...

-Sé lo que dije. Pero, ¿no había otra persona?

-Pedí ayuda a muchas. Y ninguna quiso. Y cuando se la pedí a Scott no me percaté de quién era.

-No necesitamos su ayuda. Seguro que ni sabe manejar la espada...

Me muerdo la lengua para no contestarle. Si le contesto bordemente, como iba a hacer, lo más seguro es que se enfade. No quiero que se enfade conmigo.

Max y yo estamos esperando a Scott en el descampado. Parecemos dos desconocidos; cada uno mirando a un sitio sin dirigirse palabra alguna.

-¡Seguro que ni viene! -exclama rompiendo el incómodo silencio-. Le diste su espada y ahora está contento. No va a venir.

-Cállate de una puta vez -digo. Tenía que decirlo. No voy a escuchar ni una sola queja más suya.

Me dirige una mirada insolente. Tira con fuerza su espada y cuchillo al suelo.

-Vete a buscar a tu puta familia sola. Conmigo no cuentes -dice desapareciendo.

¿Qué acaba de pasar? No me puedo creer lo que acaba de decir. Se me ha hecho un nudo en el estómago.
Estamos pasando por una situación delicada. ¡Pero no es motivo para comportarse así!
Veo que Scott se dirige hacia mí. Viene acompañado por un chico joven. Nos saludamos y me presenta a su acompañante. Se llama Eric, es su hijo. Dice que tiene buen manejo de las armas.

-¿Y tu amigo? -pregunta extrañado Scott.

-Ya no nos va a ayudar -contesto con voz seria.

Empezamos a entrenar. La verdad es que a ambos se les da muy bien luchar. Son idóneos para la misión.

-¿Te parece bien que te pague...? -comienzo a decir una vez acabado el entrenamiento.

-No hace falta que me pagues nada. En serio -dice sonriente.

Es por la tarde. Vuelvo a estar en el descampado. Esta vez estoy con Eric. Esta mañana me pidió que si nos podíamos ver al atardecer. Acepté encantada; tal vez porque necesitaba estar con alguien.
Hemos estado hablando largo y tendido toda la tarde. Nos hemos conocido mejor. Creo que formaremos un buen equipo.
Una vez he mirado hacia casa. He visto a Max observándonos por una ventana. Un escalofrío me ha recorrido el cuerpo entero. Es inquietante que anden vigilándote.



Perdón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora