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Nuestro padre solía decir «la mirada de un animal es el más grande de los idiomas», pero mirando con fijeza a los ojos vidriados de un oso embalsamado en la pared de nuestra alcoba no logro comprender muy bien aquello que desea transmitir.

-¿Qué esperas? -pregunta haciendo que sus ojos miel se abran en su totalidad con expresión exasperada.

-Garín, déjame meditar.

-¿Sabes lo que pasará si esperas tanto para atinar a un oso?

-Arremeterá sobre mí y me descuartizará... pero eso en este preciso instante no importa ya que este oso está más que muerto -respondo mordaz.

Su pálida piel se enrojece con irritación.

Es tan parecido a mí.

-Jenell solo dispara.

Tenso la cuerda, relajo la respiración y luego le atino al «corazón».

Si conservara aún ese órgano que lo forzaba a vivir.

-Dime por qué... -Su interrupción hace que deje la frase a medias.

-¿Qué? ¿Por qué soy yo quien controla espadas y tú eres arquera?

»-Porque tú necesitas atención, cualidad que agrega la arquería con la práctica.

-Garín, ya es la madrugada, necesito dormir -le detengo cansada de sus lecciones.

-Ve y duerme tranquila -me permite mi hermano mientras me arrulla en su cálido torso.

Camino con exagerada lentitud hasta la cama de madera oscura, material del cual se construyó la mayor parte de la casa, a excepción de algunas zonas de las paredes y alacenas hechas de piedra. Me tumbo boca abajo y como cada eterna noche recuerdo los crueles sucesos en mi vida.

Mi padre siempre evocaba la lucha, guerra, caza y el aclamado triunfo; no comprendo por qué nos dejó por servir a un rey indolente, cruel y sórdido. Él no debía desaparecer, era un buen padre. O tal vez no tanto, parecía que un puñado de senadores tenían más poder en sus convicciones que su propia familia.

Aquel pensamiento se colaba en mi mente cada vez que tenía oportunidad, por lo general terminaba llorando por aquello, aún a pesar de tantos años aún no había superado su pérdida.

-Jenell, no llores más por favor; si así deseas, y me permites dormiré a tu lado para servirte de compañía, de todos modos necesito otra frazada, puesto que el frío es terrible -manifiesta con voz suave mientras se acerca a mí tímido y en algún sentido suplicante.

Sus ojos se iluminan como el farol que alumbra la alcoba, en el momento donde asiento, avivando su entusiasmo se envuelve debajo de la frazada en mi cama para dormir. Me abrazo a Garín para olfatear el aroma a jabón y algodón de su abrigo y poco a poco voy entrando en un sueño profundo.

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