Capítulo I.

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Una brisa cálida e incómoda golpea con fuerza mi rostro causando fatiga y haciéndome despertar, lánguidamente abro los ojos, alcanzando distinguir poco más allá de mis pestañas, la brisa corresponde a la respiración profunda de Garín; me gustaría dormir más pero caigo en cuenta de que hoy es uno de los últimos días en clases. Decido bajar de la cama, voy a gatas sobre la frazada de lana; cuando logro poner la punta del pie derecho en el suelo noto un estoico arrastre en mi pierna izquierda.

Esta mala broma otra vez no por favor.

—No lograras escapar —expresa Garín aplicando mucha más fuerza en el agarre—. Quédate a dormir durante más tiempo —exige sin aliento debido al esfuerzo físico que hace al intentar inmovilizarme, ambos nos encontramos azorados y con una respiración dificultosa.

—¡Hoy es día de clases y practica; no me quedaré dormida! —grito deseando zafarme—. Debo bañarme.

—No antes que yo —responde dejándome caer.

Mientras él huye yo intento aplacar el dolor de un duro golpe en la cara. Me levanto aturdida pero con pretensiones de desquite.

Si hay algo a lo que mi hermano le teme es a las salamandras. Ya verá mi pequeña broma.

Bajo las escaleras y al no oír a nuestra madre entonar sé que ya salió a confeccionar las pieles para los abrigos, ya que ella es sastre, la sala está en su perfecto orden, como cada día nuestra madre barre, pule las estanterías de piedra en la cocina y desempolva las sillas, la mesa y cada una de las bestias embalsamadas en la pared. Pueblo de cazadores, muchos animales muertos.

Todo está rodeado de silencio, solo se oye el sonido del agua cayendo mientras Garín se baña; me acerco a la cocina donde hay estanterías de piedra y un fogón para cocinar, reviso todo el lugar a ver si encuentro el pan pero mejor que eso encuentro en un tazón carnero y pan sin levadura.

Vaya que nuestra madre se ha esmerado, sería una lástima que le arruinara tal almuerzo a alguien, pero venganza es venganza.

Me acerco cautelosa a la pared de trofeos y veo una salamandra embalsama de un excéntrico color rojo con manchas negras; la broma está en ocultar en la alforja de piel el pequeño animal junto el almuerzo de Garín para que se lleve una sorpresa muy repugnante.

—Ya puede ir a embellecerse, señorita Jenell, esta mañana goza un aspecto muy andrajoso, como cada día —insinúa Garín con una falsa simpatía. 

Solo le dirijo una mirada hostil y le doy la espalda alejándome hacia el baño fuera de la casa.

Comienzo a dejar fluir el agua fría con mucho esfuerzo sobre la piel, aun lanzado cada día agua helada a mi cuerpo jamás me acostumbraré.

Será muy gracioso ver a mi hermano asustado, ya que casi nunca lo veo de esa manera. En realidad no es que le guarde rencor a mi hermano, todo lo contrario, pero nuestra hermandad se basa en nada de desconfianzas, cero secretos y muchas bromas pesadas.

...

La palestra se encuentra llena de cazadores y eruditos neófitos, con los mismos propósitos, enorgullecer a sus familias; me acerco a la puerta de la cimentación formada en piedra negra donde se escuchan las clases de formación, entro recorriendo el amplio pasillo capital, el cual tiene a los lados las centrales de los superiores, regentes e instructores, subo las escaleras y entro a la primera clase del día: «adiestramiento en combate».

—Justo a tiempo Jenell y Garín —comenta el instructor Albert con su acostumbrada sensatez, y ese tono de voz grave y tosco clásico de él.

No ha llegado nadie a excepción de nosotros a la clase; curioso...

Pienso mientras me siento en el suelo junto a mi hermano para prestar atención a lo que dirá el instructor. En un instante entra un grupo grande de personas ocupando sus lugares en el aula de amplios ventanales que dan vista a la palestra donde se organizan combates y ceremonias. El instructor se queda frente a todos con postura de superioridad para exhortarnos:

—Los días transcurren rápido, cada vez se acerca más la ceremonia de éxodo, muy pronto padecerán la prueba final para el fin de su preparación como cazadores, la gran cacería de «Stern». Si sobreviven a la prueba serán asentidos por cualquier ejército del reino germánico. Den lo mejor de ustedes estos días finales para que sus legados sean de honor y triunfo — si tan solo pagaran con oro por las veces que nos prometen esto los instructores serían reyes—. Anden, almuercen y me esperan en la palestra, hoy habrá un gran combate —finaliza mirando con firmeza el rostro de Garín, su mirada tropieza con la de Luther quien ríe satisfecho,

Llegó mi momento de diversión.

Le permito a mi hermano que se adelante, mientras camino lento y pensante. Alguien escandaliza mi nombre, intento girarme para ver quién me nombra pero de un momento a otro caigo al suelo con un considerable peso encima; confundida intento levantarme pero esa persona está sobre mí. Me sacudo entre gruñidos para apartarla.

—Jenell, soy Liese al menos yo sí estoy feliz de verte —me reprocha mi menuda amiga.

—No te puedo ver, estas sobre mi espalda, aplastándome.

—Vaya, perdón por eso —dice y se levanta dándome la mano para ayudarme a estar sobre mis pies.

—No te preocupes.

Sus ojos verdes brillan mientras hace una expresión de súplica. No comprendo cómo hace para dar esa sensación de culpa al verla con esa expresión.

—Está bien... Ven a la palestra conmigo, de todos modos descubrirás que tu amor ideal no es tan perfecto —digo ya casi entrando al lugar, mi voz se escucha cansada y mi expresión refleja el mismo sentimiento de desgana.

—Claro que sí, Garín es hermoso, valiente, fuerte, per... ahí está — señala a mi hermano quien me ha esperado para comer, me sorprende, con lo goloso que es ha aguardado con paciencia.

Me acerco llevando casi a rastras a Liese porque a ella le avergüenza acercársele a mi hermano debido a su enamoramiento sin correspondencia. Ambas nos sentamos a su lado esperando su saludo pero parece estar muy concentrado en la nada.

—Buenos días Garín —saluda la alegre Liese.

No deduzco como mi hermano no se da cuenta del enamoramiento que tiene mi amiga, si cada vez que lo mira fluye luz de sus ojos, hasta su cabello castaño centellea. Con simplicidad digo que es ridículo.

—Buenos días —le responde él apático—. ¿Cómo vas con el estudio de la medicina? —lanza para evadir las preguntas incómodas de Liese.

Me sorprende que aún no le haya pedido ser su novio, aunque comprendo que eso va en contra de la moral de una mujer, pero con lo impulsiva que es considero tonto que se apene delante de él de tal forma.

—Insuperable...

—Linda plática pero tengo hambre —interrumpo.

No quiero ser cruel con mi amiga pero debo ver a Garín clamando por su vida por algo tan insignificante como una lagartija. Garín me mira por un momento desconcertado, para luego comprender lo que le indico. Abre su alforja e introduce la mano, consigue rápido el contenido y al ver el animal se estremece dejando caer la salamandra.

—Jenell... —me reprende arrastrando las sílabas de mi nombre.

Su rostro sobresaltado pero al mismo tiempo enfurecido se dirige hacia mí mientras Liese y yo reímos satisfechas con la broma.

—Garín y Luther pasen a combatir —demanda el instructor Albert interrumpiendo el momento y salvándonos de más reproches. Mientras Garín toma su espada para luchar le deseo un triunfo más entre risas.

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