Capítulo III.

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La luz grácil de una mañana nublada invita a mis ojos para principiarse a ver, los abro por completo y me quedo por un momento ideando y trayendo a la memoria lo acontecido el día anterior. La frágil ráfaga de pensamiento trae a mi memoria algo que explica muy bien la razón de haberme levantado tan temprano.

Hoy es día de limpieza.

—¡Garín, despierta, es día de limpieza, es día de limpieza; debemos ayudar a nuestra madre! —repito a gritos, retozando sobre la cama para despertar a mi hermano quien ni se perturba—. ¡Despierta! —doy un grito chillón que de inmediato hace despertar a Garín atolondrado.

Por la conmoción cae al suelo, dándose un duro golpe, tanto como el que él mismo me causó la mañana del día anterior.

—¿Estás loca? —pregunta entre rezongos.

—Lo lamento tanto... Solo quería despertarte, hoy es día de limpieza —me disculpo, con unas pizcas de hipocresía y sátira.

—Jenell. No deberías despertar a las personas así cada día de limpieza; debes hacerlo con delicadeza, tal como una doncella que eres, o al menos eso creo.

Que cretino... No comprendo sus ganas de hacerme sentir extraña, como si fuera la única muchacha poco cordial en el mundo. Hay momentos donde yo misma me pregunto si fui criada por bestias, es muy extraño pensar así de uno mismo, y que además mi propio hermano me lo redunde cada día de mi vida ya se torna incómodo.

—¿Terminaste ya con el discurso, Garín?

—Sí. Ahora, ayúdame a levantarme.

Con gran desgana intento ayudarle tomando su mano y halándole para que se logre poner de pie, ejecuta fuerza hacia donde él se encuentra tirando de mi brazo y ya que es mucho más fuerte que yo, me doy por vencida cayendo sobre él.

—Esto te pasa por ser tan odiosa conmigo, por la caída de la cama y por la salamandra.

—¡Ya, déjame ir! Tú también merecías eso, por cretino.

—No

— ¡Sí!

Una disputa eterna mientras hago fuerza para zafarme de su abrazo y no logro nada, que bien.

—¡No!

—Jenell, no molestes a tu hermano, Garín deja de hacer fuerza, ayer te hirieron y te lastimaras — nuestra madre nos regaña desde el umbral de la puerta, haciendo que nos pongamos de pie—. Dejen las bromas para después y ayúdenme que hay mucho por hacer ¡Por favor!

—Que fastidio contigo —le susurro a Garín, saliendo de la alcoba delante de él con aires de superioridad.

No se me puede culpar, soy la primogénita.

—Que fastidio con nuestra madre querrás decir.

—Sí, algo así. Debería trabajar todos los días, así quizá no nos obligue a hacer limpieza.

—Los estoy oyendo; de todos modos, no te quejes Garín hoy todo el trabajo lo hará Jenell —dice nuestra madre con perspicacia.

No. Es el fin de mis manos, moriré barriendo, no quiero barrer, no quiero lavar. Yo me distraigo muy fácil, por favor piedad.

—¡Deja de quejarte! ¿Sabes cuánto limpio cada día? No como tú, no, cada día de mi vida me levanto a limpiar, limpio en mi lugar de trabajo, todo lo que uso lo limpio... Y es que es una actividad tan requerida que si tu cocinas debes lavar la comida, limpiar donde la pondrás, principalmente las manos ¿Entiendes lo que digo? ¡Te ayudara el resto de tu vida lo que ahora te explico!

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