Capítulo IV (Teresa)

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El vestuario del gimnasio estaba desierto y silencioso cuando Laura entró. Posiblemente, tal como ella había supuesto, la mayoría de los usuarios habituales estarían en la playa, o aprovechando aquellos primeros días de sol para hacer alguna escapada fuera de la ciudad. Laura eligió una taquilla al azar y empezó a desnudarse. Entonces la vio. Estaba sentada en un rincón, tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la pared, y una escoba en la mano que amenazaba con escapar de sus dedos en cualquier momento y caer al suelo con estrépito. Vestía el uniforme de las empleadas de la limpieza del gimnasio y parecía profundamente dormida. Laura ralentizó sus movimientos tratando de no hacer ruido para no molestarla, pero la mujer pareció adivinar su presencia y abrió los ojos de súbito, al tiempo que se ponía en pie azorada.

— ¡Oh! Disculpe señora…Sólo me había sentado a descansar un momento…—balbuceó con la cabeza baja, y se puso a barrer de forma mecánica, todavía aturdida.

—No te preocupes—sonrió Laura, amistosa—por mi puedes seguir descansando.

—Si me llega a pillar la jefa…

—Bueno, hoy no parece que haya mucho trabajo—Laura no sabía que decir para tranquilizar a la pobre mujer que se mostraba avergonzada.

Ella no respondió. De repente, pareció sufrir un vahído, y tras apoyarse en la pared un instante, se dejó caer de nuevo sobre uno de los bancos, se cubrió el rostro con las manos y un gemido escapó de su garganta. Laura temió que fuera a desmayarse o que se echase a llorar. Acabó de enfundarse el bikini con rapidez y acudió solícita a su lado.

— ¿Te encuentras bien?—preguntó sentándose junto a ella y posando su mano sobre el hombro de la muchacha.

La joven asintió en silencio con un cabeceo, retiró las manos de su cara y miró a Laura con gesto abatido.

—Lo siento, no quería asustarla. Es sólo que estoy un poco cansada…

Era bastante mas joven que ella, apenas si habría cumplido los treinta y cinco años, pero unas oscuras bolsas bajo sus ojos y su aspecto cansado la hacían parecer mayor.

En aquel momento la puerta del vestuario se abrió y apareció Ruth, la monitora de las rastas que dirigía las clases a las que asistía Laura. Llevaba un diminuto bikini blanco que dejaba al descubierto la mayor parte de su esbelto cuerpo y resaltaba su magnifico bronceado. Era muy guapa, pensó Laura, y muy joven.

— ¿Qué te pasa, Teresa?—preguntó con preocupación al descubrir a la muchacha de la limpieza, acudiendo de inmediato junto a ella.

—No es nada, Ruth. Me he mareado un poco, pero ya me encuentro mejor—respondió la joven—es que apenas he dormido esta noche…

— ¿Por qué?—la interrogó Ruth con cierta rudeza al tiempo que se sentaba a su lado— Has estado trabajando ¿verdad?

—Es que me llamó la hija de la Sra. Jacinta, ya sabes, mi vecina, para que me quedase con su madre esta noche porque ella tenía que salir por un compromiso, y se ve que la mujer no se sentía muy bien y no quería quedarse sola—explicó Teresa.

—Pero es que tú no puedes estar trabajando veinticuatro horas al día, mujer—la reprendió Ruth en tono afectuoso—acabarás por caer enferma.

—Bueno, he podido dar alguna cabezadita durante la noche…De todas maneras, si Dios quiere, pronto podré dejar alguno de los trabajos—agregó Teresa con un leve brillo de esperanza en sus ojos.

—Trabaja aquí por las mañanas —explicó Ruth dirigiéndose a Laura—, por las tardes limpia una escuela, y muchas noches se las pasa cuidando de esa anciana vecina suya, y encima los fines de semanas viene a hacer horas extras.

— ¡Vaya!—terció Laura—todo eso parece demasiado.

—Es por mi hija—dijo Teresa, y su rostro se iluminó con una dulce sonrisa—Quiere ser bailarina ¿sabe? siempre le gustó bailar. Si casi no sabía ni andar y ya se pasaba las horas delante del espejo de casa bailando de puntillas. No se dónde lo aprendió. Supongo que ya nació con eso…

Se encogió ligeramente de hombros con una mezcla de resignación y orgullo, como si acabara de decir que su hija había tenido la desgracia de nacer superdotada y no tenían más remedio que aceptarlo y aprender a vivir con aquel problema.

—Una profesora del colegio le dijo que la niña tenia facultades para bailar—intervino Ruth—, que debería llevarla a clases de danza. Pero claro, Teresa no podía pagarlas. Bastante ha hecho ya con criar a su hija sola, la pobre, después de que el  sinvergüenza del  padre desapareciera cuando supo que Teresa estaba embarazada.

‑Éramos unos críos ‑lo justificó Teresa ‑ y supongo que se asustó. Si no hubiera sido por mi madre…Pero bueno, eso ya es agua pasada.

—El caso es que la maestra de Beatriz, su hija —continuó Ruth—, le presentó a una amiga suya que tenía una escuela de ballet, y cuando vio bailar a la niña se entusiasmó con ella, pero Teresa le dijo que no tenía dinero para pagar el curso, así que Blanca, la directora de la escuela, le propuso que se ocupase de la limpieza de las instalaciones a cambio de las clases.

—A mi niña le hacía tanta ilusión que no pude negarme—dijo Teresa.

— ¿Cuantos años tiene tu hija?—preguntó Laura.

—Acaba de hacer los quince. Lleva bailando desde los cinco, y todos dicen que puede llegar a ser una gran bailarina.

— ¡Seguro que lo será!—confirmó Ruth.

—Blanca, su profesora de danza—siguió Teresa—, se ha tomado siempre mucho interés por ella. Pero dice que ya no puede enseñarle nada más, que si sigue en sus clases se estancará, y que tendría que ir a una escuela más profesional. Y como sabe que no nos sobra el dinero lo ha arreglado todo para que le den una beca a la niña y pueda seguir preparándose.

—Mañana es el examen. —terció Ruth sonriendo y rodeando a Teresa con el brazo en un gesto de cariño—Si tiene suerte entrará en una escuela de danza muy importante de Madrid y pronto podrá empezar a bailar profesionalmente.

— ¡Dios quiera que lo consiga…!—dijo Teresa elevando los ojos al techo al tiempo que se santiguaba.

—Seguro que lo logrará—la animó Laura.

—Lo único que me preocupa es que tendremos que separarnos. Imaginaros, mi niña sola en Madrid…

— ¿Y tú no puedes acompañarla?—preguntó Laura.

— De momento no. ¿Qué iba a hacer yo en Madrid? Aquí al menos tengo trabajo. No sé, espero poder ir más adelante. Por ahora Beatriz vivirá en casa de una hermana de Blanca. Se están portando muy bien con nosotras y les estamos muy agradecidas. Y es la ilusión de la niña…Yo nunca haría nada para quitarle esa ilusión.

—Claro…—Laura escuchaba conmovida a aquella mujer dispuesta a hacer cualquier sacrificio por cumplir el sueño de su hija.

—Todo saldrá bien, Teresa, ya lo verás—añadió Ruth, con entusiasmo—y entre todos te ayudaremos a encontrar una solución para que puedas reunirte con tu hija en Madrid lo antes posible.

—Gracias, Ruth. Eres muy buena conmigo—dijo Teresa con humildad.

—Tu si que eres buena, Teresa—replicó Ruth—y mereces que todo os salga muy bien a ti y a tu hija.

—Bueno, tengo que seguir trabajando—se disculpó la mujer, sonriendo con timidez— perdonad que os haya aburrido con mis problemas.

— ¡No seas tonta!—protestó Ruth, afectuosa.

—Nada, mujer—añadió Laura—y si hay algo que pueda hacer por ti...

—Gracias ‑dijo Teresa‑ Ya nos veremos por aquí…

—Claro. Suerte mañana para tu hija.

Teresa asintió sonriendo agradecida, y tras despedirse de Ruth, empuñó el carro cargado con los útiles de limpieza y salió del vestuario.

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Nunca fuimos a KatmandúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora