Capítulo 2.

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—Por lo que más quieras, Sky, no me hagas esto.

—¿Hacerte qué?

Sky levantó la cabeza y miró a su representante, Jean. Después comenzó a reírse.
Jean, al borde de un ataque de nervios, la sujetó por los brazos, obligándola a mirarlo. El hombre iba ataviado con un llamativo esmoquin rosa fosforito y sus zapatos eran del mismo color.

—Sky, cariño. Faltan apenas cinco minutos para que lleguemos a los Angeles Awards y... ¡estás borracha! Dime, ¿qué hago yo ahora?

La joven se soltó del agarre de Jean, incómoda.

—¡Yo qué sé! Dile al conductor que dé más vueltas hasta que se me pase.

Jean suspiró, enojado.

—Eso puede tardar horas, ¡cerrarán la puerta del teatro dentro de diez minutos!

—¡¿Van a cerrarle la puerta a Sky Gideon?! —Sky comenzó a reírse de nuevo, casi ni se entendía lo que decía.

—Sí, preciosa. Te van a cerrar la puerta en las narices y mañana va a salir todo esto en las revistas.

Sky musitó una palabrota, bufó y se recostó en la limusina para quedar medio dormida, arrugándose el fino vestido blanco.

—¿Qué hago? —preguntó el chófer de la limusina, desde la parte de delante del vehículo.

Jean se limitó a pensar, unos segundos, dirigiéndole una mirada a Sky. Se mordió el labio y finalmente decidió hablar.

—Llévanos al Gran Teatro. Allí ya nos arreglaremos nosotros.

Pocos minutos después llegaron al edificio y Jean, nervioso, despertó a Sky. La muchacha se sobresaltó, pero no tardó en sentarse de nuevo y mirar a su representante.

—No te preocupes Jean, estoy bien.

El hombre la observó unos segundos, y, aunque estaba mejor que minutos antes, la joven no se encontraba bien en absoluto.
Jean no pudo evitar recordar cómo, apenas un par de años antes, ella había sido tan correcta y amable... y ahora hacía cosas como aquellas. Estaba seguro de que a Sky ni siquiera le gustaba beber, pero se había emborrachado especialmente para esa ocasión.

—Cariño, si no lo haces por ti... hazlo por mí. No podemos permitirnos ni un espectáculo más. Cielo, no puedo luchar por ti cuando ni siquiera tú quieres seguir luchando para salvarte a ti misma.

—Yo no te he pedid... —comenzó ella.

—Sí, no me lo has pedido. Pero es mi trabajo, y si no puedo hacer mi trabajo, prefiero dedicarme a otra cosa.

Sky se asustó de pronto.

—No, no... Jean... Voy a ser buena, lo prometo. Hoy no vas a tener quejas de mí.

El hombre asintió, deseando poder confiar en ella. La abrazó con fuerza.

—Tienes que salir tú sola. Te veré dentro. Acuérdate de sentarte en la mesa siete, te darán la entrada en cuanto entres al teatro.

Sky asintió con la cabeza, intentando centrarse y dejar completamente atrás el mareo que sentía por haber bebido tanto.

—Suerte, mi reina —le deseó Jean.

Y tras eso, Sky finalmente se recolocó su larguísimo cabello castaño y salió de la limusina. Los fotógrafos seguían ahí y también los fans, que gritaban casi ensordeciéndola. Esto le recordó cuánto odiaba que todo el mundo gritara cada vez que ponía un pie en la calle. ¿No podían apoyarla sin hacer ruido?

Sky miró sus carísimos tacones de aguja negros. Sí, exactamente los mismo que había «intentado robar» tan solo una semana antes. Los llevaba ese día para así dar qué hablar a más de uno.

Y con decisión comenzó a caminar por la alfombra azul, entre gritos, flashes y pancartas. Sky estaba convencida de que nadie notaba que estaba borracha, pero la esperanza se desvaneció de su mente cuando comenzó a comprobar que dominar los tacones en ese estado era complicado. Más aún cuando tropezó y cayó al suelo, bajo una nueva ola de flashes y gritos.

Joder, cómo odiaba los gritos.

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