Prólogo.

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Una noche de verano, en una ciudad de Inglaterra. Londres, día veintinueve de Junio, a las nueve y media de la mañana. Las seis y media en Sídney.

—Blanca, ¿has hecho la maleta?

—Sí, mamá. Estoy deseando irme a España, seguro que me lo pasaré genial.

—¿Gracias a quién?

—A ti, mamá, gracias por haber encontrado ese campamento.

—Te voy a echar de menos, hija.

—Y yo a tí, mamá.

Blanca se levantó de la cama y abrazó a su madre, Karen. Tenían una muy buena relación entre madre e hija que poca gente lograba tener. Ambas se lo contaban todo y no existían secretos entre ellas. Sus padres, degraciadamente, estaban divorciados, y ella tenía un hermano pequeño llamado Jonah, que en esos momentos, estaba pasando unos días con su padre.

Karen había encontrado una oferta que ofrecía el instituto de Blanca sobre un campamento de verano de inmersión lingüística, para aprender así mejor el idioma en España, aquel país al que Blanca tanto deseaba ir desde que era una cría. Ella estaría ahí por, aproximadamente, veinticinco días. Iría también otro instituto de un país diferente junto al suyo, también de habla inglesa, claro. Allí harían diversos juegos junto a los monitores del campamento —claramente Españoles—. Además, el idioma favorito de Blanca siempre había sido el español, por lo que se le daba muy bien hablarlo.

Afortunadamente, Blanca iba a ir al campamento junto a su mejor amigo, Michael Clifford, y eso, por supuesto, lo iba a hacer aún más divertido. Al día siguiente, nada más amaneciese, tenía que coger el avión para ir hacia España junto a su madre. Después de que Karen le acompañase hacia el campamento, iba a pasar unas semanas en casa de su madre —abuela de Blanca, que vivía en España desde hacían tres años—, hasta que la estancia de Blanca en el campamento, finalizase. Cogerían el vuelo el mismo día que comenzaba el campamento, ya que el viaje de Londres a Madrid no era de muchas horas.

En ese mismo instante, una noche de verano, en una ciudad de Australia. Sídney, veintinueve de Junio, seis y media de la tarde. Las nueve y media en Londres.

—¡Luke, llama a tu hermano y bajad los dos a cenar!

—Voy, mamá.

Luke salió de su cuarto, cruzó el pasillo velozmente y abrió la puerta del cuarto de su hermano menor Dan.

—Mocoso, baja a cenar.

—No me llames mocoso o me chivo —amenazó el pequeño.

—Como sea, pero baja.

Luke no era la persona más agradable del mundo, pero no era por nada en especial, sólo él nació así. Era borde y odiaba al 90% de personas que se cruzaban por su camino. Y ahora todavía aún más, pues tendía que asistir a un estúpido campamento de verano en España,  obligado por sus padres, ya que su nivel de español era pésimo, y ellos estaban juntando dinero para mudarse allí lo antes posible, puesto que siempre les gustó ese país.

Luke bajó las escaleras para llegar al comedor y cenar tan rápido como pudiese para volverse a su cuarto y escuchar música tirado en la cama lo más antes posible.

—Luke, te vas a atragantar —dijo Dan, mientras estaba intentando masticar un pedazo de carne.

—Dan, no hables con la boca llena. Y tú, Luke, come despacio, o de verdad que te vas a atragantar.

Ambos hermanos se callaron. Su madre era la típica que buscaba que sus hijos fuesen perfectos, costase lo que costase, y estaba regañándoles a todas horas por cada cosa extraña o informal que hacían. A Luke eso le desesperaba, y pensaba que por lo menos si se fuera ya al estúpido campamento, estaría veinticinco días sin tener que aguantar las insoportables regañinas de su madre.

Mientras pensaba en su interior cómo sería aquel campamento y cómo se lo pasaría puesto que no tenía mucha facilidad para hacer amigos, terminó de cenar.

—Voy a por la maleta, me voy a ir yendo ya o perderé el avión —Luke dijo, mientras se levantaba de la mesa y cogía su plato para llevarlo a la cocina.

—Espero que hayas metido ropa decente, y no esos pantalones ajustados y rajados con esas camisetas de los grupitos tuyos.

—Mamá, he metido ropa con la que me siento cómodo. Es un campamento, ¡no una pasarela de moda!

—Está bien, sólo por esta vez... ¡Pero llévate al menos alguna camisa o algo formal! —Luke rodó los ojos instantáneamente. No pensaba llevarse ni por asomo ninguna camisa, eso era de nenazas.

Bien, debía apurarse para ir al aeropuerto si no quería perder el avión. ¡Veinte malditas horas de vuelo! Quién lo diría... Luke llevaba encima su iPod Nano, su teléfono móvil y su Tablet; los tres aparatos rebosantes de batería, por si se le gastaba a uno y no podía escuchar música en ese, usaría el otro. Y por supuesto, con sus auriculares. Era una magnífica idea.

Las azafatas del avión ofrecerían cosas para picar y todo eso que aparecía en las películas. Luke nunca había montado en avión antes, así que no lo sabía, pero por si acaso se había echado algunas bolsas de patatas fritas y una botella de agua helada. De todas formas, se iba a pasar casi todo el trayecto durmiendo, pues iba a ser muuuy largo.

Luke hizo un último esfuerzo por despedirse bien de su madre y su hermano. A pesar de todo, ellos eran su familia, y él no era una piedra sin sentimientos. Seguramente, en el fondo, los eche un pelín de menos. Su padre estaba trabajando, así que ambos habían quedado en que ya se llamarían horas después.

—Anda mamá, ven aquí, que no me vas a ver en un largo tiempo —sorprendentemente, Luke abrazó a su madre.

—Wow hijo, siempre soy yo la que te obliga a dar muestras de cariño... ¿estás enfermo?

—No estropees el momento, mamá —soltó una pequeña sonrisa. Aunque le costase admitirlo, le quería mucho, ¡era su madre!

Acto seguido, Luke se dirigió hacia la habitación de Dan, el mocoso de su hermano. También lo quería, pero es que era tonto de remate y demasiado insoportable.

—Dan, me voy, así que aunque no quieras, te voy a dar un abrazo.

—Sólo por esta vez, por si te pasa algo —Dan sonrió, se levantó de la silla y se acercó para abrazar a su hermano como despedida.

—¿Qué me va a pasar? —preguntó Luke con una expresión divertida.

—No sé, pero me has abrazado. Parece que te vas la guerra o algo así... Es sólo un campamento, aunque debo de admitir que no echaré de menos que me llames mocoso.

—Adiós, mocoso —Luke salió de la habitación riendo.

—¡Sí! ¡Tú aprovecha, que será la última vez que me llames mocoso en un tiempo! —escuchó gritar a su hermano desde su habitación.

Luke dejó escapar una risita. Agarró su maleta con todo lo que necesitaba y, por fin, se marchó. Su vuelo salía a las siete en punto y tenía que darse mucha prisa, aunque el aeropuerto le pillaba a pocos minutos andando de casa.

Iba a estar veinte horas metido en un avión para llegar a España a la una de la tarde, o más o menos por esa hora, pero tampoco lo sabía con exactitud. Haría un poco de turismo por la ciudad y, después, se dirigiría en autobús al campamento, para estar allí puntual a las ocho de la tarde.

Sólo se deseaba suerte a sí mismo y que el viaje no se le hiciese infernal.

Summer CampDonde viven las historias. Descúbrelo ahora