PRÓLOGO.

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—¿Y bien?, ¿Ya piensa hablar? —pregunta el hombre moreno sentado frente a la azabache, perdiendo claramente la paciencia.

—¿Sobre qué? Ya les he dicho todo lo que sé —suelta ella fastidiada, cruzando los brazos sobre su voluptuoso pecho y dejándose caer contra el respaldo de la silla metálica en donde se encuentra sentada. Su mirada deambula dándole un repaso a la habitación donde la están interrogando. Las paredes están pintadas de un horrible tono gris, el piso está formado por baldosas color blanco y el mobiliario se reduce a una mesa y tres sillas, todo metálico. La iluminación es muy tenue y en el muro frente a ella yace el típico espejo con bordes negros que da hacia la cámara de Gesell.

Ja, como si no la hubieran entrenado para esto.


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—Controla tu respiración. Regula tu ritmo cardíaco. Bien —. El hombre alto y corpulento que es su padre la mira con aprobación. Su semblante serio no refleja nada más que ese sutil rastro de aprobación.

—Papá, solo tiene nueve, ¿de verdad esto es necesario? —su hermano observa a la pequeña ojiazul con preocupación.

—Mientras más pequeña, más rápido lo aprenderá y mientras más lo practique, más pronto lo dominará —. Responde el hombre sin mirar a su hijo. Con los brazos cruzados sobre su pecho, observa a su pequeña hija mientas sus hombres la entrenan para responder a cualquier interrogatorio sin inmutarse. El que sea.

El chico alto de ojos azul grisáceo observa a su hermanita mientras esta trata de controlar su respiración y su ritmo cardíaco al mismo tiempo que el aparato al que la tienen conectada va indicando el aumento en sus pulsaciones.

—¡Aght! —Grita la pequeña frustrada cuando el molesto aparato emite un pitido alertando de su ritmo cardíaco elevado.

—Otra vez —. Ordena su padre.

—Señor, quizás deberíamos dejarla descansar. Llevamos cinco horas haciendo esto.

Los hombres observan a su jefe a la espera de su orden.

—Sigan.

—Pero señor...

—Sigan —. Pronuncia con un tono de voz más duro. Sombrío. Si tiene que repetirlo alguien saldrá lastimado, y ellos lo saben—. Es mi hija, y tiene que volverse más fuerte. Yo les diré cuando paren.

—Sí señor.

Los hombres obedecen. No tienen más opción. 

Y en parte su jefe tiene razón.

El cartel se está volviendo más fuerte y eso quiere decir que ellos, como herederos, ahora tienen un blanco marcado en la frente. Necesitan ser fuertes, o no sobrevivirán.

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—¡Mentira! —grita el hombre impactando su puño contra la mesa provocando un molesto ruido metálico y regresando a la chica al presente. El sujeto la mira furioso, esperando que el golpe la haya asustado, pero ella ni se inmuta. Eso lo enfurece más— ¡¿En dónde está su padre?!

—Ya les dije que no-lo-sé —marca cada sílaba.

—¿Eso es todo lo que dirá?

—Esa es mi declaración, tómela y métasela por donde le quepa.

Carpe Diem [Saga Carpe Diem 1] *EDITANDO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora