1. Promesas estúpidas.

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—Sam. Sam. ¡Samantha levántate ya, no seas holgazana!

Que ruido.

>>¡Sam!

Esa voz.

Me remuevo regresando lentamente a la conciencia.

>>¡Samantha, vamos!

Alguien golpea mi pierna.

—Mmmh —me quejo frotando mi cara contra la almohada fuertemente impregnada por el aroma del perfume de mi amiga.

—¡Vamos, levántate!

El sonido, en un principio ligeramente amortiguado y algo distante de la voz de mi amiga Beatriz, se va abriendo paso de apoco entre la maraña de pensamientos brumosos que hay en mi cabeza debido al sueño.

>>Dios mujer, hacer que te levantes resulta más difícil que sacar a mi padre del club de golf.

Suspiro frotando una vez más mi cara contra la almohada en un pobre intento de encontrar nuevamente una posición cómoda para volver a dormir, pero el sonido de sus pasos por la habitación no ayudan en nada.

—¿Qué hora es? —le pregunto arrastrando las palabras.

Somnolienta.

—Las 6 a.m.

—¡¿Qué?! —exclamo enderezándome de golpe, lo cual me provoca un ligero mareo. Luego compruebo la hora en mi móvil y, efectivamente, son las 6 a.m.— Voy a matarte.

Enfoco mi vista en la rubia cabellera que no hace más que ir de un lado para otro dentro de la relativamente diminuta habitación pintada de color lila. El poco mobiliario yace prácticamente vacío pues casi todas su cosas están empacadas. Los estantes del único y diminuto librero ya no guardan el montón de maquillaje y productos de belleza que tenían antes, porque Triz nunca usó ese librero para libros, ella detesta leer. El escritorio a su lado tiene encima las cajas de la mudanza y la cómoda junto con el armario en el otro extremo de la alcoba están siendo vaciados justo ahora.

—No fui yo quien te emborrachó anoche, así que no puedes culparme de tu cruda —me dice llevando en brazos un montón de ropa.

—No tengo cruda y no voy a matarte por eso, sino por despertarme justo cuando había logrado dormir.

Ella sigue moviéndose sin prestarme demasiada atención, sacando más ropa de su armario, doblándola y colocándola dentro de una maleta.

—Bueno, igual ¿qué fue eso de anoche? —desdobla una blusa blanca con pequeñas flores rosadas, la sostiene con los brazos estirados, observándola, después se encoje de hombros, vuelve a doblarla y la guarda en la maleta.

Dos prendas más dentro de esa cosa y ambas tendremos que sentarnos sobre ella para poder cerrarla. Lo juro.

—Una buena fiesta —concluyo orgullosa.

—¿En la Corona?

—No —miento.

—Pues llegaste hasta las cuatro de la mañana medio tambaleándote. Tienes suerte de que mis padres no estuvieran en casa —me lanza una mirada antes de seguir moviéndose por la alcoba.

—Sí —me incorporo y me estiro para destensar mi cuerpo y al mismo tiempo despejar los residuos del sueño—. Gracias por dejarme pasar la noche aquí.

—No fue nada pero, ¿por qué no fuiste a tu casa?

—Ed no sabía nada de esa fiesta, salió por cuestiones de trabajo.

Carpe Diem [Saga Carpe Diem 1] *EDITANDO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora