El corazón más débil. (Cuarta parte)

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Aviet estaba lista para luchar, su cabello rubio estaba encendido como un halo bajo un farol. Cinco hombres la rodeaban como un banco de tiburones. Sus amplificaciones utilitarias dibujaban formas dentadas en sus siluetas.

"Danos esa cosa bonita y a lo mejor no te matamos lentamente", dijo el más pequeño, borracho, sin perder de vista el látigo en la mano de Aviet. Todas las molestias del día se acumularon, desde la reprensión fraternal de Stevan, pasando por mi nueva e innecesaria compañera, hasta la mera idea del regreso de Hakim. Podía sentir la energía reprimida electrificando mi columna, impaciente por encontrar un escape. Un bribón pretencioso y su muy maltrecho grupo servirían.

"No dijiste por favor", le grité.

El bocón con la nariz retorcida me miró. "Eh, chicos", dijo. "Ya no tendremos que preocuparnos. Parece que tendremos más que suficiente para jugar".

"Qué gentil de su parte que nos acompañe, mi señora", agregó Aviet.

"Sí, íbamos a permitirnos una pequeña remuneración del Día del Progreso", dijo uno de los más grandes con una amplificación de cobre. Su compañero del mismo tamaño estiró la visera de un sucio gorro de lana sobre su pieza ocular llena de fluido e hizo una mueca. "Su Excelencia".

Mi llegada los había distraído, lo que había provocado que su círculo se volviera asimétrico y se abriera una pequeña brecha.

Era más que suficiente.

La velocidad y el pensamiento decisivo siempre han sido mis mejores aliados, así que corrí hacia la brecha y le di al más larguirucho por sobre el hombre con un barrido largo. Mi pierna afilada cortó el tejido sucio y una línea de color rojo oscuro brotó rápidamente de la tela, pero fue el azul arqueado de la subsecuente energía del cristal hex lo que lo dejó inconsciente.

El más rechoncho y el que tenía el acento más marcado tomaron a Aviet, mientras que los altos vinieron por mí. Dejé que una sonrisa sombría se dibujara en mi rostro; después de tanta contemplación, esto era exactamente lo que necesitaba.

Mis dos compañeros de baile no estaban muy contentos. Ambos tenían hombros tan macizos como las campanas dobles que resonaban sobre el Comercio de la Arena de Hierro. Seguían sin decidir quién sería el primero y su indecisión era mi oportunidad. Me encargaría de ambos.

Me abalancé sobre el que tenía el dispositivo ocular y dejé que mi pierna trasera barriera los tubos enrollados de su hermano chapado en cobre. Él había calculado mal mi alcance y se apresuró a reconectar las mangueras seccionadas a una bomba química. Un barrido bajo inutilizó las piernas de su compañero de las rodillas hacia abajo. Esperé un momento a que el bribón enchapado en cobre respondiera con el brazo. Siempre creían que podían ganarle al segundo golpe.

Y siempre se equivocaban.

"Ahora toma tus partes destrozadas y lárgate de mi vista", le dije. Su hermano ya cojeaba hacia las sombras, su pierna inútil arrastraba el fango.

El metal del látigo de Aviet resonó en el callejón. Se escuchó otro chasquido metálico y llovieron chispas sobre el más rechoncho mientras se encogía de miedo, boca abajo sobre los adoquines y con lágrimas recorriendo sus mejillas cubiertas de mugre. Solo eran cuatro.

Miré a mi alrededor. El que tenía cara de roedor con el ego inflado no estaba. Lo encontré escabulléndose hacia el Salón de Ensamblaje.

La púa de mi gancho se enterró en la piedra angulada sobre la entrada del salón. Me dejé caer rápidamente y usé su peso y el mío para abrazarnos en un rollo apretado.

Cuando nos detuvimos, yo estaba arriba. Su fétida respiración era rápida y superficial.

"¿De verdad crees que puedes huir?", le pregunté en voz baja y tranquila.

Su cabeza dibujó un no lleno de miedo, pero extendió una mano grasosa para tomar el cuchillo que guardaba en el cinturón. Cerró los ojos por el brillo cegador de mi cristal hex tan cerca de su rostro. Estaba desesperado por enterrar ese cuchillo en mi muslo, hacer algo para que me alejara de él.

"Hazlo", le susurré.

Sorprendido, abrió los ojos, pero no dejó que mi permiso quedara en el aire. La punta de su cuchillo perforó el cuero negro, pero no avanzó más, se detuvo en el metal de mi pierna. La sorpresa se registró en su rostro. La mano resbaló por la fuerza del golpe y la carne del puño se enterró en el filo de su cuchillo.

A diferencia de los otros, este no se tragó los gritos, que resonaron en la piedra húmeda de los edificios.

Levanté la mirada mientras el eco recorría el Salón de Ensamblaje. La Dama Gris, en su vitral, nos observaba desde arriba. Y un pequeño rostro nos vigilaba desde el colorido vidrio.

Me incliné y dejé que la cuchilla en mi rodilla casi tocara el pulso agitado en el cuello del hombre bajo mis pies.

"Intenta cazar aquí otra vez y terminaré contigo", le prometí.

Al darse cuenta que se le había otorgado otra vida, mi presa logró zafarse y se alejó a rastras, como si fuera un cangrejo. Cuando logró poner algo de distancia entre nosotros, se levantó con la mano ensangrentada bien agarrada y corrió hacia algún agujero oscuro para lamerse las heridas.

Podía escuchar cómo Aviet enrollaba el metal de su látigo.

"Escuché que no tenía un corazón bajo todo ese metal", dijo mientras su interés se disparaba. "Quizás los rumores se equivocan".

"Cuida tus modales, niña", le respondí fríamente mientras salía del callejón. "O lo haré por ti".

Camille: La sombra de aceroWhere stories live. Discover now