Eva tamborileaba en el escritorio de caoba con sus largas y cuidadas uñas. Sumida en el más profundo aburrimiento, veía pasar los minutos en aquel reloj de péndulo que adornaba la puerta de entrada, preguntándose si estos corrían como debían hacerlo, a tiempo y horario, o si como muchos en su país, estaban de huelga, quizás en una protesta silenciosa pues se sentían injustamente explotados.
Le sonrió a un presunto cliente que miraba con interés la vidriera, rogando a Dios que este entrara, aunque no fuera para adquirir algún objeto antiguo, sino solo para llenar la agonizante inactividad que la tenia medio adormilada. Pero no hubo una respuesta positiva a su plegaria, pues aquel hombre siguió de largo, y ella siguió allí, pensativa y aletargada. No es que a la tienda de antigüedades le fuera tan mal, ni que no vendiera absolutamente nada, porque lo hacía, pero este no era como otros rubros mas ágiles y activos, era uno definido por la paciencia y espera, y eso a Eva no se le daba tan bien como hubiera querido.
La tarde transcurrió tranquilamente. Un jarrón, dos cuadros, y un par de chucherías fueron sus ventas del día. Al sonar las siete en aquel reloj al que había apodado cariñosamente, "El dormido" ella tomó las llaves de la tienda para comenzar su habitual rutina de cerrado. Revisó que todo lo que tuviera que estar apagado lo estuviera, bajó la cortina metálica, activó la alarma, y cerrando salió. Otro día de tedioso trabajo había concluido.
Dejando brotar de sus labios nacarados un suspiro, ella salió de su local y caminó por el shopping donde se encontraba la tienda en donde trabajaba hacía ya dos largos años. Miró vidrieras sin entrar en ninguna tienda en particular, por dos razones especificas, su sueldo a gatas le alcanzaba para cubrir sus gastos, así que no podía permitirse casi ninguno extra, y segundo, era su pequeña venganza mirar sin entrar, alentar falsas esperanzas como hacian con ellas tanto hombres como mujeres, todos los días, excepto sábados a la tarde, domingos y feriados.
Sonrió por lo tonto de sus pensamientos, mientras llegando al tercer piso se vio reflejada en una vidriera de una tienda deportiva. Era bonita, muchos decían que más que eso, pero a ella no le gustaba presumir así que se limitaba a ese descriptivo. Su cabello le llegaba a los hombros, rubio dorado y cayendo en ligeras ondas. El verde de sus ojos era intenso, algo eléctricos y penetrantes. Tenía buena estatura, un poco mas de un metro setenta, delgada y con sutiles curvas. Sí, bonita era un acertada descripción.
Eva recargó su chaqueta sobre su bolso, notó el húmedo aire que se respiraba en la ciudad, haciéndola sentir incomoda y acalorada. Mar del plata se caracterizaba por su clima cambiante, por su persistente húmedad, por sus días calurosos al extremo, seguidos por otros tan fríos que calaban hasta los huesos. Era hermosa, deslumbrante y alegre pero aun así, ella sentía cada día que extrañaba su tierra, sus raíces, su amada Victoria en la provincia de Entre Rios; localidad que dejó para poder ser ella misma, para poder ser Eva.
Salió del atestado establecimiento para dirigirse a la parada de autobuses. Esperó unos quince minutos hasta que vio llegar al que la dejaba a solo una cuadra de su casa. Subió y luego de pagar el pasaje con su tarjeta magnética, se fue en un paso algo inestable (pues el chófer parecía algo apurado) hasta el final del vehículo donde se sentó en el último asiento.
Luego de unos minutos aquella mirada masculina le comenzó a incomodar. Era un hombre en sus cuarenta, lo que no era mucho, pues Eva cumpliría los veintinueve en solo dos meses, pero su mirada sí lo era, era excesiva. Demasiado lasciva, demasiado sugerente, demasiado hambrienta.
Detestaba que la vieran como a un jugoso filete. Solo por eso le dirigió una mirada gélida, una que enfrió cualquier intención que tuviera el individuo como si hubiera soplado sobre él una ráfaga del mismísimo polo norte.
Luego de aquella interacción el hombre cesó con sus pobres intentos de seducción. Sonrió quedamente al notarlo, él no le interesaba en lo absoluto, ¿Para qué darle esperanzas?
Pero, ¿ qué diferencia hubiera hecho el que te gustara? le susurró la entrometida voz de su conciencia y Eva le respondió, por cortesía y en vano, pues su subconsciente ya lo sabia.
En nada.No, ni aunque fuera el hombre de sus sueños, uno que por cierto, como toda mujer tenía. Ni aunque le jurara amor eterno y ella viera sinceridad y verdad en aquella promesa.
No, aunque hiciera palpitar al entumecido musculo de su corazón con una mirada de esas, esas que te dejan sin aliento...No, nunca, jámas, de ninguna manera.
Esa área estaba prohibida, el paso vedado y el acceso restringido.
No... El amor podía golpear su puerta, pero Eva no le abriría. No quería romperse, y si dejaba entrar ese sentimiento a su vida sin lugar a dudas este la quebraría.
Su meditación se halló interrumpida al notar que ya había llegado a su barrio. Se apuró a la puerta de descenso y activo el botón. En unos segundo más ya estaba abajo.
Caminó sin ver a los lados,como acostumbraba. Su única amiga, Erica, le decía que parecia un caballo con anteojeras y ella, aunque algo ofendida, concordaba; tan decidida a no salir de su curso, tan empecinada en que ninguna fluctuación afectara su mundo.
Su departamento, último de un ph cercano a la zona céntrica, la recibió el silencio. Eva volvió a repetirse, para intentar recordarlo, para terminar olvidándose que debía conseguir un gato, un perro o alguna clase de mascota que la recibiera. Alguien a quién decirle "¿Me extrañaste?" o ¡Ya volví!... Aunque solo fuera para saber como se sentía decir eso.
Dejó su bolso sobre la mesa, que aún tenia encima su chaqueta y se dirigió a el baño. Necesitaba una refrescante ducha, pues la humedad en el ambiente la hacía sentir toda pegajosa.
Abrió el grifo llenando la bañera, mientras se quitaba toda aquella ropa adherida a su cuerpo. Su falda entallada cayó sobre el piso de cerámicos negros, luego su blusa celeste sin mangas, sus medias, las que parecían de tan pegadas injertadas a su epidermis. Se sacó su soutien con relleno y por costumbre, observó su torso desnudo en el espejo.
<<Soy Eva>> se dijo.
Y para confirmarlo asintió con su cabeza.
Luego se quitó las bragas. Estas se deslizaron lentamente por sus largas piernas. Volvió a observarse y su imagen en desnudez completa la llevó a cerrar sus ojos brevemente, apretando sus parpados con fuerza. Cuando los abrió nada había cambiado, claro, solo se había sumado algo, una lágrima delatora que bajaba muy despacio de uno de sus ojos esmeralda, que terminaría cayendo en su boca, permitiéndole probar a que sabe la tristeza.
Aspiró profundo y se irguió levantando en alto su cabeza.
El acostumbrado lapso de angustia había pasado y solo se permitió declarar en voz alta su verdad, aquella que la había acompañado desde su infancia, aquella que la acompañaría hasta su último día de vida sobre esta tierra.
—Soy Eva.
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Un restrictivo al corazón.
RomanceRestringido. No permitido el acceso. Prohibido. Esas eran la etiquetas que tenía el corazón de Eva. Las que tenía por temor, por miedo al rechazo, para protegerse. Pero Ian haría caso omiso a sus reservas...¿Ella lo dejaría entrar?¿Qué podría cambia...