Iba rápido. Manejar a esa velocidad ya le era costumbre. Su madre solía decirle que no corriera tanto, (Y no se refería solo a los autos) que se tomara su tiempo, que el mundo y los que en el vivían comprendían que no podía estar en dos lugares al mismo tiempo, y si no, deberian hacerlo.
Ian sonrió al evocar a su madre, aquella asombrosa mujer que era su cable a tierra. Y la entendía, por supuesto, pero no por ello lograba desacelerar la vertiginosa carrera que era su vida diaria. ¿No lo lograba o no lo quería lograr? Como fuera, él siempre se exigía a si mismo en todo, en cada área. Con solo veintiocho años era presidente en la empresa fundada por su padre; una compañía de seguros con sucursales en varios países de Europa y América, de la cual su progenitor se distanció por su delicada salud, dejándolo a él al frente. Entonces, ¿Cómo no correr? Lo necesitaban por todas partes.
Por eso le alegraba como era ella. Laura, a su lado como copiloto, escribía en su portátil de alguna milagrosa manera a semejante velocidad en una ruta no tan bien cuidada. No era celosa ni posesiva, le daba su espacio, quizás era algo apática y hasta fría en su relación que ya contaba mas de dos años pero estaba bien, él no era precisamente un romántico empedernido. Veía a una relación amorosa como un contrato entre dos personas, donde el respeto y la sinceridad eran las partes indispensables. Las demás cualidades que todos le añadían le parecían agotadoras y desequilibrantes, no las necesitaba.
Quería a Laura, se complementaban bien, era la correcta, la indicada, todo era como debía ser.
—¿En cuánto?—le preguntó su novia sin quitar la vista de su trabajo y él la miró por un instante antes de responderle. Su cabello negro estaba sujeto en una cola alta, dejando libre a las miradas a su bello rostro moreno de facciones suaves. Vestía uno de sus tantísimos trajes, discreto pero a la moda, o por lo menos así lo definía ella cada vez que él preguntaba por la similitud de sus conjuntos.
—Unos veinte minutos más—fue su respuesta, al mismo tiempo que volvía a llevar sus ojos azules a la ruta.
Iban por un pequeño descanso. Uno no planeado. Habían volado desde España, donde los dos residían, y donde se hallaba la sede central de Aval seguros, su multimillonaria empresa, para una reunión con los directivo en su sede de Buenos Aires, Argentina, pero uno de ellos sufrió una perdida personal, murió su anciana madre, por esto la reunión se había aplazado hasta el próximo martes dejándolos ese viernes sin nada más que hacer que dirigirse a una de las ciudades turísticas cercanas, Mar del Plata, de la cual él no sabía mucho, salvo que era hermosa y muy concurrida en esta época del año.
Con una exactitud asombrosa arribaron a la ciudad balnearia unos viente dos minutos después.
Les habían reservado una Suite en un hotel de cinco estrellas, El Tres Reyes, y ahí se habian dirigido primero. Luego de registrarse fueron acompañados por un agradable joven que llevó sus maletas a su habitación, uno que se fue muy feliz con la propina que él le dio.
Ian se había dado un ligero baño; era un día por demás caluroso, y luego se había vestido sencillo, unos jeans y una camisa azul marino de aspecto informal en combinación con unos mocasines negros. Se miró al espejo, se veía bien. Era muy cuidadoso con su dieta y muy riguroso con su rutina de ejercicios, lo que debía reconocer que le favorecía haciendo ver bastante mas intimidante a su metro noventa.
Laura estuvo lista rápidamente, otro de sus trajes, pero esta vez el cabello completamente recogido.
Fueron a almorzar a un restaurant frente a la costa. Después fueron al cine, una buena película histórica y luego le seguía una exposición de autos antiguos. Aunque la reunión que pospuso se hubiera llevado a cabo él ya tenía pensado hacerse una escapada para concurrir a ella. Amaba los autos y esta sería una exhibición muy completa y excepcional. Pero Laura no estuvo de acuerdo, ella quería ir antes a comprar algún souvenier para la madre de Ian. Ellas se llevaban bien y como el cuidado de su padre obligaba a su madre a permanecer a su lado en forma casi constante, ya no podía viajar como antes, por esto Laura siempre le llevaba algún recuerdo de toda ciudad a la que iban.
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Un restrictivo al corazón.
RomanceRestringido. No permitido el acceso. Prohibido. Esas eran la etiquetas que tenía el corazón de Eva. Las que tenía por temor, por miedo al rechazo, para protegerse. Pero Ian haría caso omiso a sus reservas...¿Ella lo dejaría entrar?¿Qué podría cambia...