Capítulo 5.

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—Eso es todo, Julia, muchas gracias—le dijo Ian a su secretaria despachándola con gentileza.

La elegante y siempre atenta mujer le sonrió con calidez antes de dirigirse a la puerta, pero antes de salir, se detuvo al recordar algo.

—Casi lo olvido, Señor Weller. Su novia me dejó un recado para usted, dijo que pasaría a buscarlo para que almuerzen juntos—le informó ella.
Ian asintió y le agradeció, y Julia se retiró de su oficina.

Quitó la mirada de los estimativos económicos de ese mes y cerró los ojos dejando descansar un poco a su mente de cálculos y cifras.

Se puso de pie. La sede de la empresa de su padre, en Madrid, estaba ubicada en una bulliciosa zona comercial. El edificio era imponente, de cuatro pisos que exteriormente espejados, captaban el movimiento citadino con un reflejo nítido. Su oficina era espaciosa y estaba decorada con estilo, y el refinado buen gusto de Laura; en el cual abundaban los colores pastel y sobrias piezas de arte. Él se acerco al ventanal y observó desde esa altura el constante ajetreo de los transeúntes, el incordioso sonido de las bocinas de los autos, la vida en continuó movimiento, y todo esto, sin tener relación ni conexión alguna, trajo a sus pensamientos la mirada verde de Eva.

¡Ah, que delicia sería dejarse perder en ese verdor como se pierde el sol al mirar las praderas! Embebiéndose de su frescura, arrobándose con su lozanía. Pero no podía, se había obligado a olvidarla, aunque a decir verdad, parecía que mucho de él se le rebelaba, su mente era un claro ejemplo, la cual la evocaba en ciertos momentos del día, burlándose de su orden al presentársela delicada y exquisitamente dulce. 

Eva estaba en otro continente, pero no había logrado dejarla atrás. A veces Ian se preguntaba el porqué ella lo habia afectado tanto con solo un par de encuentros, ¿Qué tenía ella que lo había deslumbrado?,  ¿Cuál era la razón de su embeleso? Quizás un poco de todo: la misteriosa tristeza de su mirada, su sonrisa tímida, el gracioso movimiento de sus manos, su enternecedora fragilidad... Tan delicadamente femenina que sus pensamientos no la podían liberar.

Debería llamarla. No, ¿Para qué?, ¿Para dejarse encantar por su voz sabiendo que no podía darse el lujo de ceder a sus impulsos?¿Con qué motivo apilaría ilusiones?¿Con qué causa las alentaría?

Ian exhaló algo de su pena en aquel ambiente formal, y luego cruzó los brazos sobre su pecho. Su mente aún estaba debatiéndose y la sensatez parecía perder la contienda, o de seguir así lo haría en breve.

Maldijo en voz baja, más por transigir en arás de sus anhelos, que por encono contra sí mismo, y tomó su celular. Buscó en él aquel nombre que agendó como pain, pena en ingles, pues eso fue lo primero que lo atrajo de ella, esa enigmática melancolía que irradiaba, y porque aquel nombre en clave le evitaría preguntas que no sabía como responder.

Al hallarlo sonrió, ¿De anticipación o de ansia? No sabía la razón, pero no creyó haber sonreído tan sinceramente desde aquel último día, dos semanas antes, cuando la vio por última vez.

Marcó y esperó. El timbre sonó una vez, dos, tres, a la cuarta cortó y llamó de nuevo. Nada, ni esa segunda vez, ni una tercera. Se decepcionó mucho, deseaba tanto escucharla...Tanto.

Suspiró y luego caminó hasta su silla. Se desplomó en ella ( porque eso no fue sentarse) y permitió que su expresión revelara todo su desaliento. Miró la pantalla, le había endilgado a su supuesto nombre la imagen de una rosa que dejaba caer uno de sus pétalos. Se le había hecho tan similar a Eva, una perfección que parecía a punto de deshojarse, de colapsar, pero, ¿Por qué, o por quién? Y sobre todo, ¿Por qué rayos le interesaba tanto?

Marcó de nuevo, con dedos aún más ansiosos, con una vehemencia impropia en él, y sonó una vez, dos, tres...

—Hola—escuchó desde la otra punta del mundo.

Un restrictivo al corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora