Capítulo 3.

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Les dejo otro capítulo, uno cortito. Besos.

Recién acababa de abrir. El día presagiaba ser caluroso, el sol se había despertado intenso, y por eso decidió usar un vestido ligero con un delicado estampado floral y recogerse el cabello en una cola alta.

Estaba desenvolviendo unas figuras de cerámica que le habían llegado el día anterior, cuando escuchó una voz a sus espaldas. Se volteó, dejando sobre la mesa los objetos a medio desempaquetar y observó al primer cliente del día.

Era el mismo que ayer le hizo hablar de más, lo que casi nunca le sucedía, y la hizo después sentirse algo incómoda con su novia. Como si le hubiera estado coqueteando o algo similar, y no fue así, pues ella no era de esa clase de mujeres que abordan a los hombres sabiéndolos comprometidos. Ella exigía respeto y por lo tanto lo daba.

Decidió mostrarse algo más distante con él.

Ojalá alguien le hubiera avisado que esa no sería una tarea fácil.

—Buen día—la saludó con cortesía. Eva notó que llevaba bajo su brazo al reloj de péndulo que el día anterior había adquirido.

—Buen día. Por lo que veo decidió volver—le dijo ella con una sonrisa.

Él correspondió con otra, y Eva no pudo evitarse el pensamiento de que él era realmente muy atractivo.

—No es que lo haya decidido así ayer—le dijo algo nervioso, como excusándose.—No es que usted no sea agradable, pues lo es y mucho, es solo que tuve que volver...

—Hablaba de él— le interrumpió Eva, con una risita que se le escapó espontáneamente — Me refería a que él, "el dormido", decidió volver, supongo que extrañaba mis aburridos monólogos.

El alto y musculoso hombre frente a ella se ruborizó como una colegiala y eso a Eva le pareció adorable. Luego caminó hasta donde estaba ella detrás del mostrador, y puso el reloj sobre el, aún mirándola con pena.

—Si, bueno...No logro hacerlo andar. Ya ajustamos todo e hicimos como nos indicó, pero aún así parece encaprichado en no funcionar. Creo que la extraña, señorita...

—Eva—completó ella, para luego reprenderse ¡Qué rayos le estaba sucediendo!—Es mi nombre. Y quizás sí lo haga, ya le conté ayer como disfruta el dilatar mi tiempo hasta hacer de ocho horas, unas treinta y cuatro, o tal vez treinta y cinco.

El hombre se rió ante su comentario. Sus ojos eran muy azules; un azul eléctrico, uno que vibraba. Por un instante sintió que se diluía en ellos y que todo a su alrededor se volvía índigo.

— !Ian—dijo él, y ella volvió a su realidad de colores diversos—Así me llamo, y es un placer, Eva. Y, ¿sabe algo? Me serviría mucho ese poder que le atribuye a este adormilado muchacho. A veces siento que necesito, o más horas en el día, o algo como un clon en quién distribuir la multitud de mis ocupaciones.

—Y aún con todo lo ocupado que está, hoy volvió a esta tienda de antigüedades que por lo poco que vi ayer, le aburre mucho—le contestó ella.
Sí, eso dijo, a un cliente. Esto se le iba de las manos.

—No vine por propia voluntad. Él me dijo que lo hiciera. Suspiró tanto anoche que no me dejo dormir. Creo que está enamorado del verde de tus ojos y de la forma en la que hablas con las manos—le dijo como si nada, como si aquello que decía no le hiciera estremecerse de los pies a la cabeza—Bueno por lo menos eso fue lo que me dijo ni bien me levanté, por eso me apresuré tanto.

—Seguimos hablando de el arreglo de un reloj, ¿no es así?—le preguntó ella, pues esto era irreal, de novela.

—No lo sé —le respondió él, encogiendo los hombros—Yo también me perdí.

Y llegó el silencio. Pero no era uno que estorbaba, era como si se estuvieran reconociendo. Como dos piezas de un mismo puzzle que al encontrarse, dejan brotar su aliento en un suspiro aliviado.

Yo encajo en el brillo de tu mirada,se dirían,  y tú en la ondulación de mis labios cuando al mirarte sonrió. Puedo jurar que puedo acoplar mi cabeza en la fuerte línea de tu hombro, y que tu mano coincide con una porción de mi mejilla izquierda. ¿Quién te dio la contraseña de mis latidos? ¡Ey, devuélvemela! Que no puedo controlar su traquetear frenético, que seas esa parte que me faltaba no te convierte en mi dueño... ¿O quizás, sí?

Sonrieron juntos y juntos agacharon la mirada. Probablemente juntos maldijeron al entrometido destino que jugaba con ellos, y es posible que también juntos lo bendijeran por ser testigos privilegiados de un milagro.

—Bien—dijo ella volviendo a mirarlo, con un rubor que vergonzosamente la evidenciaba—Déjelo, lo revisare, ¿Podrá volver a pasar mañana?

—Mañana—repitió él— ¿A la misma hora y en el mismo lugar?

—Sí, aquí—continuó Eva, aceptando que el control de lo que hacia y decía ya no lo tenía ella—En esta pequeña tienda, con esta sencilla vendedora, y con este voluble amigo que tenemos en común.

—Si te conocí por él no puede ser tan distraído. Creo que lo finge para que lo mimemos—dijo Ian con un gesto serio y la mano en su barbilla como si meditara en ello. Su interpretación la hizo reír—Así que por ahora tenemos la custodia compartida, pues es mío sin dejar de ser tuyo.

—Eso parece.... ¿Por cuanto compartiremos la custodia?—le preguntó ella, sonriendole aún más. 

—Uhm, el lunes me voy de la ciudad así que no nos queda mucho tiempo. Aunque si él te llama por las noches y no puede vivir sin ti, supongo que deberé volver en otro momento.

—¡Qué buen tutor eres, Ian! Piensas en su bienestar primero. Eso habla muy bien de tu carácter—le contestó Eva. Cada vez más segura de que eran algo así como títeres movidos por algún ángel de rizos rubios y un carcaj con flechas en la espalda.

—No lo hago solo por él—le confesó Ian, acercándose hasta quedar apoyado con los dos brazos en el mostrador. Su apuesto rostro muy cerca del de ella— Creo que yo tampoco dormiré, y no sé como seguiré viviendo.

Eva se quedó estática, inmóvil. El tiempo se paralizó para sentarse a verlos. Miró de reojo a "el dormido", seguro era obra suya. 

Ian era... ¿Acaso Dios había estado hojeando en secreto su diario?,¿O se había aventurado a decodificar sus suspiros?

Ya le daba rienda suelta a su corazón para soñar con imposibles como nunca hacía cuando recordó, ella no era solo Eva. Era más, algo que él nunca aceptaría, algo que lo decepcionaría. Hasta era posible que lo asqueara,  ¿Y de que valdría que les gustaran sus ojos y sus manos, cuando había partes de su cuerpo que no deberían estar, y estaban?

Una Eva que era un Adán, se recordó cruelmente, pues eso necesitaba, un puñetazo de realidad, para no permitirse una ilusión que terminaría por devastarla.

Aclaró su garganta y se enderezó en su postura. Se retrajo, se escondió, en eso tenía una vasta experiencia.

—Excelente, mañana estará funcionando como debe, debo ir atrás a buscar unas cajas, si no necesita nada más...

Él notó su cambio. La miró extrañado, pero no hizo comentario alguno más que un...
—No, solo eso, hasta mañana.
Y se marchó, dejándole como recordatorio de lo que podría ser, una mirada azulada.

Los ojos se le aguaron.

< ¿En qué estoy pensando ?¿Cómo me permití eso?>

Si conocía los limites que se había impuesto ¿Por qué con tanta ligereza estuvo a punto de mandarlos al diablo?

No . Ella no era de las que interferían en una relación ajena.

No. Ella no era de las que se dejaban cegar por unas palabras bonitas y por una apariencia principesca.

No. Ella no era de las se atrevían a soñar... Eva no era de las que se permitían amar.

Un restrictivo al corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora