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—¿Pensabas dormir debajo de ella? —me pregunta mirándome por encima de su hombro.
—Bueno, no ahora.
—¿Estás sugiriendo que pensabas hacerlo en algún momento?
—Estoy sugiriendo que, independientemente de dónde duerma en el futuro, no será debajo de esta cobija.

—No sabía que nuestra amistad incluyera piyamadas —dice él—. ¿Nos peinamos el uno al otro?

—Claro. Estoy deseando verte con el pelo recogido.

—Está bien, escucha esto —me dice y empieza a tocar a la perfección la maravillosa y vibrante introducción de una de las mejores canciones de todos los tiempos: "Come Sail Away" (letra y música de Dennis DeYoung, ex vocalista de Styx y ahora compositor, intérprete de Broadway y ser humano completamente superlativo. Creo que en su tiempo libre rescata a conductores que se quedan tirados por el país, persigue carteristas y dona sangre y plasma hasta que la Cruz Roja se lo prohíbe durante una temporada por su propio bien. Debe de tener una capa guardada en algún rincón de su armario).

Luego, Stu empieza a cantar, y sólo Stu, hasta donde mi experiencia auditiva llega, podría hacer justicia a Dennis DeYoung; es el mayor halago que podría hacerle a cualquiera que esté cantando. Stu canta en un par de coros y tiene tanto talento que el director del coro de nuestra escuela suele consultarle arreglos para musicales y grupos. Yo tengo una capacidad vocal totalmente corriente y una absoluta incapacidad para tocar ningún instrumento. Cuando tenía nueve años, recibí clases de piano durante los seis meses más largos de mi vida. Nada tenía sentido para mí y mi maestra se negaba a resolver mis dudas. ¿Por qué se asignan dedos a las teclas? ¿Por qué se usan ligaduras entre notas? ¿Por qué hay que pisar la sordina en vez de dejar simplemente esa nota sin tocar? ¿Por qué no me enseñas a afinar esta cosa? ¿Por qué no hay pianos azules? No, de verdad, ¿por qué no hay pianos azules?

Amor y otras palabras extrañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora