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No había durado mucho en la fiesta.
Apenas había vivido aquél bochornoso evento con las hermanas había tomado sus cosas para después salir de aquél lugar como alma que lleva al diablo.

No era como si no hubiese disfrutado de tener la atención de una de ellas pero el haberse equivocado de "hermana" lo había dejado totalmente confundido y hasta indignado con él mismo por no saber distinguirlas. Él, siendo uno de los chicos más observadores en cuánto a las chicas, ni siquiera había notado que hablaba con la mujer equivocada.

Por ende, al llegar a su apartamento, se había limitado a secarse las gotas de agua con una toalla antes de lanzarse en la cama, sin darle oportunidad a su cerebro de recriminarle algo de lo que había hecho.

Por la mañana despertó con el ceño fruncido y, si hubiera estado acompañado seguramente le habrían dicho que se había levantado algo malhumorado.
Y claro que lo estaba, pero más allá del malhumor estaba molesto consigo mismo por ser tan tonto la noche anterior.

Sin darle más vueltas al asunto se aseó y se alistó decidido a buscar algo de comida en la cafetería más cercana.

En la calle, el cielo parecía formar parte de su humor con aquella tonalidad grisácea y oscura, pero con el clima así a Corbin no le extrañaba que en cualquier momento comenzara a llover, de todas formas la vida no le estaba sonriendo desde hace unos días.

En lo que estuvo dentro del café, agradeció que fuesen pocos en la caja para pagar porque de haber más personas seguramente habría subido al edificio y se hubiese lanzado sin pensarlo dos veces.

En segundos obtuvo un café bien cargado acompañado de un sándwich que parecía llevar de todo dentro por el grosor. Decidido a degustar ambos aperitivos, se sentó en una de las mesas libres dentro del local y comenzó a comer como si no hubiera un mañana.

-Nunca había visto que terminaran un desayuno en 5 minutos -escuchó decir a una voz de mujer, ubicada a un costado de él justo cuando había dado el último bocado a su sándwich.

No volteó de inmediato, pero cuando lo hizo notó como una mujer de estatura promedio, cabello rubio pero con mechones un tanto oscuros y con un vestido vinotinto, lo observaba con una sonrisa divertida sobre su rostro.

-Quiero entrar en ese libro de récords -contestó finalmente Corbin, justo cuando había tragado.
-Seguro que lo logras, Corbin -continuó la rubia, moviendo un tanto su cabeza de manera que parte de su cabello se movió hasta el lado derecho de su cuerpo.

Lo conocía. ¿Quién era?

-Disculpa... No recuerdo tu nombre... -dijo él, y esbozó una sonrisa de aquellas que lograban obtener hasta el número de una chica sin siquiera pedirlo en voz alta.
-Charlotte, nos conocimos hace como un mes -le recordó la rubia, encogiendose ligeramente de hombros.
-Vaya... Sí, lo recuerdo -asintió con la cabeza a pesar de que su mente estaba en blanco-. ¿Cómo te va?
-La verdad bien, sólo que estuve esperando tu llamada -y rió, una risa un tanto chillona e insoportable que no parecía encajar del todo con aquél rostro de porcelana.

Ahora la recordaba.

La había conocido en uno de los bares que frecuentaba ahora con Miles, y aunque habían pasado una buena noche juntos aquél rasgo peculiar de su risa le había resultado tan insoportable que se había negado a llamarla.

<<Mala suerte, besame el trasero>> pensó.

-Oh, sí. Lo siento mucho -dijo sonriendo de nuevo, llevándose una mano hasta la nuca para rascarsela, viéndose un tanto vulnerable para la fémina-. Entre tantas cosas de esa noche el papel se perdió... En parte es tu culpa por acaparar toda la atención -continuó, sabiendo que aquel halago le iba a costar muy pero muy caro.
De nuevo la risa.
-¿Qué dices? Imposible que se haya perdido... Pensé que lo había dejado en un buen lugar -negó con la cabeza riendo nuevamente-. Bueno, aunque evidentemente así fue porque de no ser así ya me hubieses escrito

Corbin asintió con la cabeza, colocando una cara lastimera mientras se encogía de hombros y bebía lo que quedaba de su té para después levantarse de la silla.

-Tengo un viaje en un par de horas pero fue un placer verte, Charlotte -dijo acercándose hasta dejarle un beso en una mejilla-. No te pierdas, suelo comer aquí así que podemos vernos un día de estos y salir por ahí -agregó guiñandole un ojo para después salir, casi corriendo del lugar, sin esperar una respuesta de su parte.

¿Tan mal se había portado con todo el mundo que justo ahora Dios le estaba pasando factura?

Frunciendo el ceño, caminó por la acera de la calle mientras metía sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta y observaba sin interés el suelo y a veces a las personas que pasaban a su lado. En su momento, con una buena retahíla de improperios, tuvo que apurar el paso cuando las gotas de lluvia anunciaron su llegada.

-Estás en la mierda, Corbin  -escuchó decir, en lo que pasaba la puerta del edificio donde vivía.
-No estoy de humor, Miles -gruñó caminando directo hasta el ascensor.
-De todas maneras te estaba esperando -continuó su amigo, encogiendose de hombros ligeramente-. El vuelo de mañana sale a primera hora así que lo mejor es que esté por aquí y me encargue de que te levantes. 
-Gracias, Miles ¡Qué atento! -dijo con una voz lo bastante aguda para hacerle saber que estaba fingiendo-. No necesito una niñera -agregó después, aprovechando de tocar el botón del ascensor.
-Di lo que quieras, de todas maneras me quedaré. Ah, y tu hermana te manda saludos -dijo con una sonrisa.
-Eso dices, desde que está contigo no me envía mensajes ¿Le borraste mi número? -lo reprendió, aunque estaba del todo seguro que eso no era posible.

Miles, a pesar de estar ahora con su hermana, seguía siendo su amigo, uno de sus mejores amigos, y por lo tanto, también su hermano.

-¿Por qué estás tan gruñón hoy? ¿Ian no te ha visitado? -le preguntó, ignorando la pregunta de Corbin para suplantarla por otra.
Corbin bufó antes de entrar al ascensor.

-Buenas señores -saludó Cap, observando deliberadamente a Corbin, intercambiando una mirada rápida con Miles-. Parece que deberían descansar -comentó finalmente mientras marcaba el piso en el que se quedaban.

Corbin no respondió, y Miles sólo movió la cabeza como saludo al anciano que se había ganado el corazón de su novia.

Cuando llegaron, salieron del ascensor y tras caminar por el pasillo hasta la puerta correspondiente Corbin no pudo evitar detenerse al frente al ver una cajita reposando en la alfombra de la entrada de su casa.

Allí, notó como aquella cajita era la misma en la que había entregado un regalo la noche anterior. Frunciendo el ceño de nuevo, se movió hasta sujetará cajita y mirar un curioso Miles a su lado.

-Bueno, ya abrela -insistió Miles con una ligera sonrisa.

Corbin no podía sonreír, lo único en lo que podía pensar era que posiblemente le estuviesen regresando el regalo.

¿Acaso no le había gustado? Se preguntaba.

Y para salir de dudas abrió la caja, en la que pudo ver que descansaba un papel cuadrado con una simple palabra.

《"Gracias"》

-¿Y esto qué fue? -preguntó Miles sin entender.

En cambio, Corbin ahora estaba sonriendo una vez más.

-Eso, mi amigo, es el destino -le respondió mientras terminaba de abrir la puerta y pasaba sin más.

Extraño AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora