7. A stranger in the woods

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Cuando Lydia dio vuelta el volante para estacionarse frente a su casa, se detuvo por un momento. Tomó el volante con las dos manos, como le había enseñado a Malia. Descargó en él toda esa presión que tenía sobre los hombros, y se permitió llorar. Respiró profundo y miró al frente. Y cuando las luces del auto se apagaron, observó como la puerta blanca metálica perdía vida en la oscuridad de la noche.

Pisó el suelo lleno de piedras de diferentes colores, y por primera vez notó el peculiar ruido que producían al pisarlas. Pero por alguna razón, no le importó. Abrió la cochera. No podría guardar su auto, el Jeep estaba allí. Lo dejaría afuera esa noche. Y todas las que se necesitaran para recuperar a Stiles. Abrió el candado, tomó la manija, y con fuerza empujó hacia arriba. Pero al levantar la lámina de metal, no había nada. Solo el vacío y una pared blanca con estantes también vacíos le devolvían la mirada.

Su corazón dio un vuelco. Esto no es real, quería pensar, pero por más que intentara mentirse a sí misma, sabía que esta era la innegable, fría, y cruda verdad. El Jeep se había ido. Y con él, toda prueba de Stiles. Stiles se había ido.

Corrió. Corrió dentro. Subió las escaleras como nunca lo había hecho en su vida. Ni siquiera era la misma rapidez con la que había corrido cuando su padre tomó sus valijas y se fue. No había tratado de detenerlo, pero sí había intentado irse con él. Escapar de ese estúpido mundo que no la dejaba respirar. Pero el brazo de su madre la había detenido.

Abrió la puerta de su habitación, y se dirigió desesperadamente al baño. Todo corría en cámara lenta. El tiempo no resultaba suficiente. Buscó con la mirada el color turquesa entre todas las prendas. Tomó el abrigo que había llevado a la escuela esa mañana. Rebuscó en el primer bolsillo; nada. El segundo; nada. La carta también se había ido.

Todo rastro de Stiles se había ido. Todo Stiles era nada más que un simple recuerdo de un pasado que nunca había existido. Y toda la esperanza que quedaba era ese recuerdo. Ese que sólo ella conservaba. Esa mirada sincera que la había salvado de ese mundo tantas veces.

Dejó que ese grito saliera. No le importó qué consecuencias tuviera. Ya sabía que significaba. Otra víctima de los Ghost Riders. No importaba. Porque en ese momento nada parecía importar. Y dejó que las lágrimas salieran una vez más.

La alarma sonó. Eran las 7:00 am. Faltaba media hora para que cerraran las puertas de la escuela. Sus ojos pegajosos por el llanto de la noche anterior, parpadearon al encontrar la luz del sol.

Sorprendentemente, su celular vibró. La primera llamada que recibía desde aquella noche. Atendió.

-Lydia, cariño. Soy mamá.

-Hola –dijo con un tono de tristeza que su madre no logró descifrar.

-Cariño, la junta de la universidad fue muy bien. Creo que me darán el puesto. ¡Volveré a dar clases!

En un mundo sin Stiles, Natalie Martin seguía siendo un ama de casa retirada.

-Qué bien.

-Lydia, cariño, ¿ocurre algo?

Sí, ocurrían miles de cosas. Pero no entendería.

-No mamá. Sólo estoy algo cansada.

Se hizo un silencio. Esta conversación era exhaustiva. Lydia solo quería que su madre dejara de hablarle.

-Mañana por la tarde estaré en casa. Así que podremos cenar juntas. Adiós. Te amo.

Despegó el teléfono de su oreja y con cara de indiferencia miró fijo el botón color rojo en la pantalla. Si su madre volvía, estaría en peligro.

Remember (Stydia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora