Dueño de mi destino [Viktuuri]

IV

Yuri a sus 15 años de edad se encontraba ayudando a Yakov con las clases de patinaje que el mayor ofrecía. A fin de cuentas, él también disfrutaba de patinar sobre el hielo y no podría negar de que también era muy bueno haciéndolo.

—¡Yuri, ven aquí! —Llamó el mayor.—

El nombrado a regañadientes se deslizó sobre el hielo para quedar cerca al hombre mayor, a un lado del último habían otros dos jovenes.

¿Alumnos nuevos tal vez?

Chasqueó la lengua en señal de fastidio, ya tenía suficiente con la cantidad de personas que tomaban clases ahí. Ladeó su cabeza, invitando así a Yakov a que diera explicaciones. Yakov, quien ya conocía casi a la perfección al muchacho, se apresuró a hablar.

Él es Otabek Altin, participará en la clase. —Señaló al joven más bajo que el otro.—

Ambos alfas, sin duda.

Yuri, lo observó detenidamente. Era apuesto, sí, pero no tanto como Viktor. Lo mismo opinaba de el otro chico.

Y, él es Jean Leroy. —Continuó Yakov, señalando al más alto.— Él será tu compañero, y te ayudará con las clases.

¿Qué? —Cortó inmediatamente, sintiéndose más irritado que antes.— ¡Puedo sólo, no necesito a alguien más para ayudarme!

Yakov empezó a frotar su sien, si Yuri seguía así le iba a dar un dolor de cabeza tremendo.— Solo haz lo que te digo.

Yuri frunció los labios, pero no dijo más y se alejó de ahí.
Con la noticia de que Viktor se había tomado unas "merecidas vacaciones" y se largó sin decirle absolutamente nada, Yuri estaba en llamas por la ira en estos días y Yakov era quien pagaba por los berrinches del adolescente.

Deseaba de una vez ser mayor para estar junto a Viktor... Lo quiso desde que era un niño, aunque con sus acciones demostraba lo contrario.

Vaya, vaya. —Escuchó una voz muy cerca para su gusto.— ¿Qué hay con ese cambio de actitud tan repentino?

Yuri giró rápidamente y se encontró al lado del joven más alto. ¿Jean? Sí, ese era su nombre según su memoria.

Analizando las palabras que había soltado el otro, supo que al pensar en Viktor, repentinamente sus mejillas se habían puesto rojas. En ese instante, ante la penetrante mirada del más alto, llevó sus manos a ambas mejillas para ocultarlas.

¿Quién te crees que eres para hablarme con tanta confianza, Jean? —Grunó, mirando al contrario con ira. Los aires de grandeza que demostraba ese chico no le agradaba para nada.—

Tranquila, gatita. —Contestó Jean.— Me gustan los omegas como tú.—Hizo una pausa y aprovechó para acercarse más al menor y tomar suavemente su barbilla.— Lindos y rudos. Nos llevaremos bien, y por cierto, llámame JJ.