Capítulo 12: Lo haces real para mi.
Oigo como suspira. Ya no me importa tanto que no quiera hablar, si tengo que presionarlo, lo haré, aunque no tenga idea como.
–Es una historia muy larga…
Me incorporo, sentándome con las piernas cruzadas y los codos apoyados en mis muslos. Levanto la vista a sus ojos, solo hay miedo, pero no se a que… Comienzo a temblar.
–Tenemos tiempo de sobra– Mi voz suena asustada y realmente lo estoy. No sé si estoy preparada para escuchar lo me tenga que decir.
Inspira fuertemente. Clava sus impresionantes ojos en el techo, evitando mirarme.
–Helena se quedó embarazada, perdió el bebé y me culpó por ello.
Vaya…
–¿Cuándo ocurrió?
–Estaba en la universidad. Ella apenas tenía veinte años.
La mandíbula la tiene apretada, le tiembla, y el rostro lo tiene completamente sombrío, ya no hay nada de la alegría de esta mañana.
Me acerco a él, coloco la palma de mi mano en su mejilla, busca mi contacto, se aprieta contra mi mano. Sus ojos siguen llenos de miedo, antes de que diga nada lo beso. No titubea, su lengua busca la mía, fundimos nuestras bocas entre promesas.
Me acurruco contra su costado, apoyo mi oreja en su pecho, justamente donde su corazón late. Cierro los ojos y me sumerjo en el sueño. Antes de caer en el mundo de Morfeo, murmuro:
–Pensé que había sido yo… quien perdió el… bebé.
Ryan se tensa. Estoy tan cansada que creo que ha sido producto de mi subconsciente.
–Marmotita.
Sus labios recorren mi cara, besa mis ojos, mis cachetes, mi boca…
Mis parpados se levantan a regañadientes. Lo primero que me encuentro son dos océanos del azul más intenso, en los que temo naufragar. Sonrío y enredo mis dedos en su pelo, lo atraigo hacía mi, lo beso, me besa… Lo que comienza siendo una caricia soñolienta nos empieza a consumir, convirtiendo nuestros cuerpos en fuego. El aire cambia, se vuelve denso llenando la habitación de esa electricidad que solo me hace sentir Ryan. Gimo, y arqueo mi espalda hasta chocar mi pecho con el suyo.
Se aparta unos centímetros. La sonrisa pícara me atonta.
–Primero tienes que comer, luego te comeré yo a ti– Su voz está ronca del deseo y destila lujuria. Se me hace la boca agua.
–Cómeme primero. – Me muevo bajo su cuerpo, alzo mis caderas hasta rozar con mi pelvis contra su erección matutina.
Su sonrisa se hace más amplia y el azul de su mirada se oscurece, las promesas de gemidos, jadeos y placer aparecen en ellos. Parece sopesar las opciones, no tarda en decidir.
¡Hoy desayunaré tarde!
Su boca vuelve a la mía, sus manos recorren mis muslos, separando mis piernas y subiendo el vestido que llevaba puesto ayer. Sus caricias se van acercando a mi sexo palpitante, pero no lo toca. Me remuevo para que lo haga, lo necesito ahí. Tiro de su pelo con urgencia, tratando de que su piel se funda con la mía, que lleguemos a convertirnos en uno. Gruñe en mi boca, se mueve sin esfuerzo y se coloca de rodillas entre mis piernas. Sigue sin tocarme donde lo necesito.
Agarra mi mano, tira de mí hasta levantar mi espalda del colchón. Me quedo sentada, nuestras bocas vuelve a atacarse la una a la otra. Baja la cremallera de mi vestido a una lentitud que me exaspera, se separa, lo retira por mi cabeza y termina en el suelo, mi sujetador corre la misma suerte.