Monstruos de Medianoche

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Desde que era pequeño siempre había tenido problemas para conciliar el sueño, que estuviera con los ojos abiertos y respiración acelerada después de medianoche ya era normal en mi vida. Dormir con mi madre me ayudaba mucho, cuando dormía con ella me sentía protegido de lo que me atormentaba, me sentía protegido de la oscuridad.

Nuestra casa era muy grande para nosotros, vivíamos en medio de la nada, todo a nuestro alrededor eran arboledas, frío por las noches y neblina por el día, en ese lugar nos manteníamos solamente mi hermano y yo ya que la mayoría del tiempo nuestros padres estaban fuera por trabajo. Ellos dormían juntos en la habitación principal mientras que mi hermano y yo teníamos la nuestra cada quien.

Conforme pasaban las semanas cada vez que llegaba la noche mi paranoia se volvía peor. Papá le dijo en varias ocasiones a mamá que me llevara con un doctor, cosa que ella ignoró hasta que una tarde la llamaron de la dirección del colegio donde yo estudiaba diciéndole que Isaac Warner se había quedado dormido a mitad de la clase y para colmo había babeado su escritorio. Esa era mi única vía de escape, el desvelarme en las noches por estar alerta ante cualquier monstruo me dejaba completamente agotado por lo que mi cuerpo necesitaba descansar y que mejor momento que en el día.

Recuerdo que mi madre llegó preocupada al colegio esa vez, yo era un simple niñito que apenas sí podía sostenerle la mirada a alguien porque el sueño invadía mi mente y me obligaba a permanecer con los ojos cerrados aunque no estuviera durmiendo. Fue ahí cuando decidió llevarme al doctor, no recuerdo cuál era su nombre ni siquiera cómo lucía físicamente.

—Es normal que su hijo se duerma en clase, todos los niños a esa edad lo hacen. —dijo él acomodándose los lentes sobre el puente de su nariz—. ¿Isaac tiene videojuegos? —inquirió una vez que plantó su mirada en mamá.

—Sí. —respondió ella volviéndose para verme—. Pero él no se desvela jugando...

—Eso es lo que usted cree. —señaló él de manera divertida. Mi entrecejo se frunció y mordí mi labio inferior. Él ni siquiera vivía con nosotros para suponer algo así—. Señora, si no quiere que su hijo se desvele retírele todos los aparatos electrónicos. —el doctor me miró de nuevo con un semblante que no descifré en el momento, parecía tener muy pocos amigos y para nada era agradable. Un niño de seis años nunca tendría el valor de contradecirle algo a un doctor o bueno tal vez un niño como yo...

—Pero... —mi madre se quedó con las palabras en la boca. Era cierto que Adrián y yo teníamos videojuegos, pero mi padre nos dejaba jugarlo solamente por el día a ciertas horas. También había aparatos electrónicos como grabadoras, televisor, aparato de sonido y computadora, pero nuestro progenitores no eran de esos que te permitían usar su móvil cuando se te diera la gana, ellos eran diferentes, eran estrictos—. Isaac no es un niño de...

—Está bien, está bien. —respondió él, levantando ambos brazos, parecía rendirse con sus absurdas ideas—. Le haremos unos estudios a su hijo, ¿de acuerdo? —mostró una sonrisa forzosa en sus labios y se acercó más a su escritorio para luego dirigirse a mí—. En mi opinión creo que tú quieres llamar la atención de tus padres porque no eres el único, tienes un hermano menor...

Endurecí mi mandíbula ante sus palabras, no respondí, pero tampoco aparté la mirada de la suya.

—Oiga... —mi madre se puso de pie, indignada—. Que falta de profesionalismo.

Una vez que llegamos a casa lo primero que hizo mamá fue recoger los videojuegos de mi habitación, luego de eso me pidió que me fuera a recostar porque debía descansar y poder dormir con el medicamento que había recetado ese señor. Mi habitación era un poco más grande que la de Adrián, no tenía televisor, pero sí tenía una pequeña grabadora que mi madre había olvidado guardar junto a los demás aparatos. Tenía una USB, mamá me la había dado para que me deshiciera de ella unos meses atrás, pero yo no lo hice. La tomé de la mesita de noche y la inserté en el aparato, luego le di reproducir.

Una melodía suave surco las masas del aire como un pequeño susurro. Una sonrisa se instaló en mis labios momentos después, no tenía idea de porqué esa música me tranquilizaba de sobremanera. Cerré los ojos y me perdí en las notas de Claro de Luna de Beethoven. Perdí la razón del tiempo hasta que un ruido sordo me hizo despertar, me di cuenta que la habitación estaba oscura y una vez que giré la cabeza hacia la ventana vi la luna en lo más alto, era medianoche.

Una semana más tarde mi madre fue a recoger los resultados de mis análisis, recuerdo que la escuché decir que todo estaba en orden conmigo, eso no era lo que esperaba escuchar, ella en ningún momento me lo había mencionado a mí, sino yo la escuché decírselo a mi padre en su habitación. Desde ese momento ellos decidieron que lo mejor sería que yo durmiera solo, para hacerme de valor, sabes. No volví a dormir con mamá, pero hubo algo diferente, el sueño empezó a invadir mis noches y pude dormir tranquilamente por meses, lo cual afirmó las palabras del doctor juntamente con mis análisis.

Sin embargo yo no mentía, mi insomnio no era para llamar la atención de mis padres, ni siquiera quería su atención. Ellos eran las últimas personas con las que quisieras estar en un día muy malo. Los doctores nunca encontraron nada malo en mí durante mi niñez. El medicamento que había tomado al principio para poder dormir lo dejé de utilizar ya que mis resultados siempre fueron satisfactorios por lo tanto no debía consumir absolutamente nada y así fue por un largo tiempo. 

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