Prefacio

3.3K 322 16
                                    

Cuando cumplí diez años algo diferente pasó. Recuerdo que dormía y me alimentaba muy bien, pero algo volvió a ocurrir.

Una noche, antes de empezar las clases, cuando abrí los ojos adormitado me percaté de que me encontraba de pie en la sala de nuestra casa, en el piso de abajo, todo estaba obscuro, sino fuera por el alumbrado público que reflejaba perfectamente la neblina a través de las ventanas de cristal hacia dentro, me quedé en silencio apreciando el exterior cuando de pronto las ramas del árbol en el patio se sacudieron sutilmente como si de aire atravesándolas se tratase, pero lo inusual se abrió paso; esta empezó a sacudirse con más fuerza haciendo que la angustia se instalara en mi pecho y doliera, me permití gritar con todas mis fuerzas para que alguno de mis padres fuera a mi rescate.

Y así fue, en cuestión de segundos la sala se iluminó obligándome a cerrar los ojos.

—¿Qué te sucede? —preguntó malhumorado mi padre, dirigiendo su mirada al reloj de la sala el cual se encontraba sobre la chimenea—. Son las doce y cinco de la madrugada, ¿qué se supone que haces?

—¿Qué es lo que te pasa? —inquirió mamá reprobatoriamente, su voz era tan suave que era imposible que sintieras que te reprendía, alguna vez me había imaginado escucharla cantar—. Isaac, no es un buen momento para gastar bromas de mal gusto.

—Sube a tu habitación y duérmete. —señaló él sin verme a los ojos. Yo no respondí, simplemente obedecí y me fui corriendo de ahí.

No dije nada en aquel momento, realmente no había nada que decir simplemente me había asustado con algo tonto, había hecho enfadar a mis padres y supuse dentro de mí que habían vuelto a desconfiar de mi palabra. Me habían preguntado qué hacía abajo, dándome la oportunidad de defenderme, pero fui un cobarde, ellos creyeron que les había gastado una broma. Yo no hacía bromas.

En las noches siguientes mis ojos se volvían abrir a las cero horas, mis pies nuevamente pisaban la sala de nuestra casa, pero no volví a gritar por auxilio, simplemente me armaba de valor para subir las escaleras de nuevo y me encerraba en mi habitación. Cuando las cosas empeoraron con el pasar del tiempo, tomé pastillas de las que mamá tenía en su habitación sin que nadie se diera cuenta, también decidí echar seguro en la puerta por las noches y cuando la situación se intensificó porque no obtuve ningún resultado satisfactorio con las decisiones anteriores tuve que amarrar mi muñeca con una cuerda a la cama, si despertaba por las noches sentiría esta vez, pero milagrosamente no lo hice.

 
Todo en mi vida siguió de manera normal, nunca creí que nuevos y peores problemas me visitarían nuevamente cinco años después. 

MONSTRUOS DE MEDIANOCHE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora