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El verdadero dolor es el que se sufre sin testigos...


Mis ojos permanecieron cerrados y mi cuerpo recostado en mi cama, la pequeña habitación era iluminada por una sola lámpara la cual estaba colgando en el centro de esta. Giré mi cuerpo y quedé de espalda a la puerta justo cuando esta se abrió. Mis ojos se abrieron expectantes, pero no me moví, mis manos yacían empuñadas junto a mi pecho. Mi subconsciente estaba seguro de que el nuevo visitante era el doctor Russell, pero no emitió ninguna palabra, ningún sonido por un largo tiempo. Tampoco era que si me hablaba yo estuviera listo para responder, eran contadas las veces en las que mi lengua se despegaba para pronunciar una sola palabra y estas eran: y no.

—¿Qué tal todo, Isaac? —esa era casi siempre su pregunta gentil. En casi dos años que llevaba en ese lugar había aprendido que: Un doctor de loqueros siempre cree ser amigo del loco. '' ¿Cómo estamos? '' ''¿Qué tal todo por ahí? '' Esas eran otras de sus preguntas a diario. Decidí no responder porque prefería hacerme el dormido para no hablar con nadie, pero él no iba a darse por vencido. Claro que no—. ¿Qué has hecho, Isaac?

Esas últimas palabras resonaron en mi mente, repitiéndose una y otra vez mientras golpeaban mis paredes mentales, la voz del doctor Russell se volvió aguda a cada timbrazo, convirtiéndose en el grito que pegó mi madre en el cielo cuando Adrián estaba sentado en el sofá, muerto, sólo observándome con sus ojos vacíos.

Cerré fuertemente los ojos como si de ello dependiera que nada de eso hubiera sucedido. Como si cerrando los ojos mi hermano volvería a la vida.

—¡Llama a una ambulancia! —volvió a gritar mi madre cuando se dio cuenta que de ninguna manera iba a detener la sangre que salía del cuello de Adrián—. ¡Qué llames a una maldita ambulancia, Isaac!

Mi cuerpo el cual aún estaba inmóvil sólo me permitió soltar el cuchillo haciendo que este rebotara contra el piso, el ruido que provocó se coló en mis oídos y se repitió incesantemente en la escena. Adrián tenía su mirada perdida en mí y su boca estaba ligeramente abierta, lo observé detenidamente aun analizando el delito que acababa de cometer en su propia contra. Él se había suicidado, pero yo no entendía por qué.
Su rostro se puso pálido con el pasar de los minutos y sus globos oculares se inyectaron en sangre, me di cuenta que sus dientes estaban manchados de esta, pero no tenía idea de cómo o por qué, también me percaté de que sus labios yacían ligeramente curvados en una sonrisa discreta.

Eso fue perturbador.

—Mamá... —intenté llamar su atención, pero mi voz no salió como yo esperaba, es más ni siquiera escuchaba mi propia voz, sino la de mi hermano. Carraspeé negando con la cabeza para alejar ese pensamiento de ahí y volví armarme de valor para hablar nuevamente—. Mamá.

—¡Cállate! —fue lo que respondió, estaba realmente furiosa.

El sonido de la ambulancia me hizo reaccionar repentinamente, yo en ningún momento los había llamado. Volteé mi rostro para observar a papá abriendo la puerta y salir al porche, alcancé a ver los colores que despedían las luces rojas de la ambulancia y justamente las rojas y azules de la policía. Mi cuerpo se tensó y me volví de nuevo hacia mi madre, ella estaba desconsolada, lloraba a mares y abrazaba el cuerpo sin vida de mi hermanito.

—Mamá... —intenté acercarme a ellos, pero negó con la cabeza dándome una mirada de recelo.

—Cállate, Isaac. —ordenó en voz baja, pero yo no me iba a quedar callado.

—Te lo juro, mamá. Yo no lo hice... Adrián estaba molestándome....

Ella volteó a verme con desdén cuando dije lo último, sabía que no confiaba en mi palabra, mis padres nunca confiaron en mí para ser más exacto. Me quedé en silencio y tragué mis palabras amargas, dijera lo que dijera nunca me creerían. Parado al lado de ella, bajé la vista hacia mis manos manchadas de la sangre de Adrián y varios hombres entraron a la casa para llevar su cuerpo a la ambulancia, mi madre creía que el pequeño Adri aún estaba con vida, lloró y pataleó lo que nunca antes había hecho en su vida, pero al final se resignó.
Mi mente por otro lado se negaba a creer lo que había pasado, mi cuerpo se sentía entumecido y de mi boca era incapaz de salir alguna palabra por orden de mi madre.

MONSTRUOS DE MEDIANOCHE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora