Peligro.

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La cena pasó como si estuviera caminando por un pantano: lenta y pegajosa. Thomas no dejó de lanzarme miradas cargadas de intriga, mientras que yo no hacía más que contar los minutos y pensar  una buena excusa para no llegar tarde al bar. A pesar de que Richard sea paciente y generoso, no quería que pensara que estaba abusándome de su confianza llegando tarde por segundo día consecutivo. Y menos si podía repercutir en mi sueldo.

A eso de las ocho y media, mi madre me pidió que la ayudara a recoger los platos y preparar el café, mientras los demás se dirigían hacia la sala. Me paré de inmediato, contenta de hacer algo que me mantuviera alejada de las miradas inquisidoras de Thomas. Pero justo hoy, mi torpeza estaba a flor de piel, haciendo que tirara cubiertos y llevándome, en más de una ocasión, el mantel con los platos. Al oír tanto alboroto, varias cabezas asomaron por la puerta preocupadas.

-Cariño, ¿necesitas ayuda?-sugirió mi madre.

-Con gusto la ayudaré, señora Proust.-dijo Thomas avanzando enérgicamente hacia la mesa. La sonrisa de Caroline no cabía en su cara, mientras comentaba a la señora Doyle lo bien educado que estaba su hijo y lo torpe que era yo.
Thomas se puso a mi lado, recogiendo los cubiertos caídos y los que quedaban sobre la mesa, poniéndolos  sobre los platos que cargaba, y me miró con el ceño fruncido.

-Tengo tantas preguntas por hacerte en este momento...-susurró con voz ronca.

Sus palabras hicieron que a mis pulmones se les dificultara la tarea de respirar -Y yo tengo tantas cosas por preparar...-dije en un susurro cortante. Me di vuelta nerviosa, y me alejé lo más rápido que me permitieron mis torpes piernas. Sentía sus pasos detrás de mí, y cuando llegué al fregadero, sentí sus manos en mis hombros y su cálida respiración en mi oído.

-Claramente es un tema que no te gusta abordar, preciosa...-lo sentí sonreír en mi pelo-, tal vez porque... ¿mamá no sabe?

Mis ojos se abrieron como platos y mi cara ardía. Sequé mis manos sudadas en la falda del vestido, respirando pesadamente, mientras él seguía susurrándome manipuladoramente, pasando una mano por mi hombro desnudo -Es claro que toqué una fibra muy sensible...-me giró con una fuerza asombrosa y me arrinconó contra el mármol de la cocina, trabando mis muñecas con sus puños.

Su mirada me decía que iba a hablar, que me iba a meter en problemas. Esa sonrisa perversa no podía augurar mi hundimiento con tanta certeza. Pero caí en la cuenta de que si yo me hundía, él lo haría conmigo.

-Puede que también sea un tema poco agradable para tí, Tommy -dije con una sonrisa, imitando el empalagoso tono de voz de mi hermana-, porque estabas allí. Mirándome.

Paseó su mirada por mi cuerpo y sentí una fría corriente por mi espalda. Se acercó, dejando nuestras caras a centímetros de distancia, y clavó su mirada en la mía. No pude diferenciar si era odio o diversión lo que hacía que sus ojos azules brillaran con tanta fuerza; me hacía sentir transparente, como si pudiera saber cada uno de mis secretos, anulando mis defensas.

Una risa histérica interrumpió esa extraña tensión, y caí en la cuenta de que no tardarían en preguntarse por la demora del café. Me zafé de su agarre y puse la cafetera. En la bandeja de plata, previamente preparada por mi madre, puse las tazas, las cucharas, el azúcar y el edulcorante. Durante todo ese trajín, él no sacó ni por segundo la vista de mi cuerpo, y yo hice mi mayor esfuerzo por pretender que no se encontraba allí. No sé si lo prefería callado o arrinconándome contra las mesadas.

Cuando la cafetera silbó, la tomó y al dejarla sobre la bandeja, rozó mis dedos con sus manos. Sentí ese escalofrío de nuevo, y al levantar la vista descubrí su fría y calculadora mirada escrutando mi cara, midiendo cada palabra.

Private DancerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora