Remolinos.

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Caminé sin pausa, pero sin prisa, por las calles del centro de San Francisco, bastante repleto para ser media tarde.
Mi nariz ardía, el frío invernal se apoderaba cada vez más de las esquinas, con su viento seco, con el vaho constante de mi boca. Las vidrieras eran mezcla de ofertas de final de temporada con augurios de lo último en abrigos y zapatos.
Cambian las estaciones, cambia las vitrinas, cambia uno...
Yo cambié, muté y muto en alguien todos los fines de semana. Cambié para seguir cambiando. Para poder salir, irme lejos. ¿Pero para irme a dónde? No había nunca pensado en una carrera, en mis solicitudes para entrar en una universidad. Sólo quería desaparecer de mi familia, de mi casa, de San Francisco. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Dónde iba a vivir, a trabajar? Esos malditos peros...

El bocinazo de un auto me llegó de golpe, para despertarme de mis cavilaciones. Estaba en el medio de la calle, en la zona alta de San Francisco.
Corrí hasta el final del cruce, y me paré para ubicarme. No quedaba nada, estaba por llegar a la casa de Sam.
Mientras caminaba una sensación de alivio me invadía, me relajaba cada vez más al pensar en la cara de Sam, en su abrazo fuerte, en su aroma varonil... Él era la demostración más cercana al cariño que había tenido en mucho tiempo.
Di vuelta a la esquina y admiré la casa mientras me acercaba. Seguía siendo hermosa.
Apuré el paso y limpié mis zapatillas en la alfombra que rezaba un "BIENVENIDOS".
Golpeé la puerta, y esperé. Al cabo de un par de minutos me sorprendía que todavía no haya atendido. Volví a golpear, pensando si era muy mala idea haber ido a esta hora, y sin avisar.
"¿Y si está trabajando? Capaz está almorzando con un amigo... Debería irme"
Con último intento, golpeé la puerta por tercera vez, e intenté asomarme a la ventana para ver si veía movimiento, o escuchaba algo que indicara que había alguien dentro de casa.
En ese momento, se abrió la puerta de entrada, y de ella salieron Sam... seguido de dos hombres atrajeados, muy serios y hasta con cierto aspecto turbio.
Sam quedó estupefacto de verme ahí.
-Eh, muchachos, nos vemos en la semana, ustedes saben encontrarme. Hasta luego.

Los despidió con rápido apretón de manos a cada uno, y se despidieron de mí con leve gesto de cabeza. Nos miramos durante unos instantes, hasta que Sam prorrumpió en carcajadas, que rápidamente se contagiaron. Minutos riéndonos, hasta que paré a tomar aire y Sam me abrazó.
-¿Qué viento te trajo hasta aquí, Proust?-dijo con su media sonrisa.
-El viento de la desesperación, supongo.
Torció un poco el gesto antes de hablar:-Tienes ganas de hablarlo? Puedo preparar un almuerzo rápido.
Le sonreí y asentí con la cabeza.
-Siéntate en la hamaca de aquí, ahora vengo.- Sonrió y me besó en la frente. Un poco confundida, fui a sentarme en la hamaca de la entrada, y apoyé en la mochila en el suelo.
"Qué tipos más raros... ¿Serán sus amigos? Y además, ¿qué fue ese beso? ¿Será tan cariñoso todo el tiempo? ¿O tendría que preocuparme? ..."

-Dani! ¿En qué piensas?- Sam había aparecido en el porche con una bandeja con dos sanguches y una lata de gaseosa para cada uno.- Espero que te guste la naranja... ¿Pensabas en lo que hoy te desesperó?

Con su pregunta logró despabilarme de mis pensamientos, y mientras comíamos le conté todo lo que había pasado desde que me fui de su casa. Siempre atento, mirándome a los ojos, escuchándome, haciendo preguntas en los momentos necesarios. Él era una paz que hace tiempo se me había arrebatado.

-Dani, y este tipo, el novio de tu hermana, ¿volvió a molestarte?
-No. Al menos no que yo sepa. Mi madre me ha quitado el celular, y no puedo estar segura de si, de algún modo, quiso contactarme.
-Dani, prométeme, que ante cualquier cosa que te pase con este tipo, me avisarás.
Su mirada tan profunda, y tan cargada de preocupación, me quitó la respiración. Realmente le importaba lo que me pasara.
-S-si. Te lo prometo.
Sam respiró aliviado, y me pasó un brazo por los hombros. Estuvimos un rato callados, viendo pasar los autos por la calle, cada uno sumergido en su mundo. Hasta que mi mundo giró hacia una inquietud, y tomé valor para preguntarle.
-Sam...
-¿Si? - giró un poco su cabeza para mirarme mejor.
-¿Esos tipos que se fueron hace un rato... eran tus amigos?
Sam sacó su brazo de mis hombros y lo apoyo en la espalda de la hamaca. Tragó saliva un par de veces y desvió su vista cuando me contestó:
-Emmm, sí, podríamos decir así... Compañeros quizá se acerca más...
Su pregunta no podría haberme confundido más. Sam estaba ahora sentado con los antebrazos apoyados en sus piernas abiertas, y las manos entrelazadas. Parecía estar pensando muy seriamente, como si se debatiera entre contarme más o no decirme nada sobre el tema. Cuando estuve a punto de preguntarle más sobre esos dos tipos, escuché sonar el teléfono de su casa.
-Sam...- no me escuchaba.
-Sam! -dije un poco más fuerte, moviéndole el hombro.
-¿Eh?
-El teléfono.
Levantó la cabeza y recién ahí pareció escuchar.
-Yo me voy yendo, es tarde, y presieno que una nueva tormenta se desatará alrededor mío.- Me paré y tomé mis cosas, siempre bajo su mirada atenta. Volteé a mirarlo, y sus ojos se clavaron en los míos. No pude interpretar lo que su cara quería transmitir... No pude o no quise.- Gracias por el almuerzo, y por haberme escuchado... de nuevo.
Sonrió brevemente, se levantó y me abrazó:-Todas las veces que quieras y necesites. Hasta luego.
Sentí bajar sus manos un poco más allá de mi cintura, y cuando solté su agarre, guiñó su ojo.
-Mejor atiendo ese maldito teléfono...
Entró a su casa, y yo me di la vuelta y encaminé hacia la avenida más cercana para tomar el autobús, con mi cabeza hecha un completo remolino.

Private DancerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora