Él seguía ahí conmigo. Estaba dormido encima mío y se veía un pequeño hilo de baba cruzando su mejilla. Me reí al verlo así. La primera impresión que tuve de él fue un típico "ah, es argentino. No me agrada". Sí, me dejaba llevar por los estereotipos un poco, pero... como sea.
—Martín, arriba. Yapo', weón, me estai' aplastando.
Intenté despertarlo dándole ligeros golpes en la frente con el dedo, pero él sólo se acomodó y se abrazó más a mí. Suerte que él estaba teniendo un sueño profundo, porque si me hubiera visto sonrojarme, probablemente lo haya lanzado por la ventana.
—M-Martín...—bufé.
—¿Hm? Ah... Manu.
Cuando oí mi nombre con su propia voz, tuve un sentimiento extraño. No sólo porque se me hacía súper raro que un extraño me hablara con tanto cariño, pero... no sé, como que tuve un deja vú.
Se levantó un poco para dejarme respirar y enseguida volvió a dormirse, dejándose caer en mi pecho. Consideré la opción de tirarle el pelo, pero, cuando pude sentir su cabello entre mis dedos, volví a tener la sensación extraña. No era mala, no, no, pero seguía siendo extraña. Aunque agradable. Como si esta vergonzosa situación haya sido vivida por nosotros más de cinco veces.
—Sólo me despierto con un beso, soy el Bello Durmiente—lo escuché hablar con dificultad, pues seguía con la cara en mi polerón—. Un beso de amor verdadero.
—Aunque de bello no teni' na'—respondí yo, y, si no me conociera lo suficiente, habría dicho que traté de ofenderlo, pero no era así. Estaba sonriendo, y él, cuando se volvió a mirarme, también.
No le daría un beso aún si decía que tuvimos algo una vez, porque no lo creía. ¿Quién querría algo conmigo, de todas formas? Recordaba muy bien cómo reaccioné al verme en el espejo que me dieron las enfermeras.
Tenía muchas más ojeras en ese entonces y una venda cubría mi frente, además de que estaba lleno de moretones. Mi pelo estaba despeinado y no veía nada más que unos ojos apagados y sucios devolviéndome la mirada. Eso fue unos días después de que me enteré que una persona más había sido lastimada en el accidente, y eso me afectó mucho.
"Soy normal".
"¿Normal? Hijo, no". Mamá reaccionó mal cuando notó el tono de desprecio que usé.
"Normal, mediocre... me falta un diente también, ¿acaso tuve novia alguna vez? Qué asco... aunque eso combina conmigo".
"Manuel, detente".
"Mis ojos son horribles. Cafés normales y sin brillo".
Había dejado el espejo en la mesa nocturna y me acosté de nuevo. Estaba enojado, no sabía por qué, quizás porque no era tan atractivo como pensaba. Y... sí, eso suena muy hipócrita e interesado, pero no podía dejar de odiar.
Odiaba al puto doctor que me sonreía sólo para que no hiciera preguntas, odiaba a las malditas enfermeras que hablaban mal de mí a mis espaldas, odiaba a mi hermana que me gritaba mientras lloraba, odiaba a mi madre que intentaba hacerme ver que no era mi culpa. Y me odiaba a mí mismo por no poder hacer más que insultar en mi mente.
—Manu, sos cruel—dijo Martín, sacándome de mis pensamientos, con un tono de fingido dolor.
—Me halagas. Ahora, sale, que me estai' matando.
—No hasta que me des un besito.
—Te voy a tirar al piso.
—Te saldrán arrugas si sigues con el ceño fruncido, loco.
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Las nubes te llevarán mi mensaje; ArgChi. (PAUSADA)
Non-FictionManuel es un chileno con amnesia que vive por su teléfono y el Internet. Sólo recuerda que vive en un apartamento pobre pagado por su pseudo madre y que, aparentemente, no puede vivir sin las redes sociales. Martín es un argentino alegre que prefi...