Estaba durmiendo en el sillón.
Martín había ido a su casa a buscar un no-sé-qué para algo importante. No lo estaba escuchando. Me lo estaba contando mientras intentaba dormir, y cuando intento dormir, no pienso en nada más que lo mierda y triste que era mi existencia. Pero ya no estaba seguro de eso. El weón ese había entrado a mi vida como un borracho a su habitación y se había hecho un lugar especial descaradamente.
Suspiré, ligeramente irritado al pensar en lo fácil que él había irrumpido en mi pacífica y aburrida vida y cómo logró hacerla algo más cercano a la palabra "vida". Estaba enfadado, sí, pero no pude evitar sonreír. No creía conocer esa sensación de estar aliviado al darte cuenta que sigues vivo.
Tomé mi celular y me sorprendió verlo aún con batería. Generalmente, no me duraba ni un día porque nunca lo soltaba. Me percaté que no lo había usado en siglos, o eso parecía, pero mi última actualización en mis redes sociales fue hace dos o tres días.
"wena cabros", twitteé. Pedro me contestó enseguida.
"wey hace tiempo que no te apareces qué te pasó??". "pensamos que habías muerto", Itzel agregó con un par de emojis riéndose.
"uff, la vida wn, la vida. Han pasado muchas cosas".
"ajá cómo no". Ninguno me creía y no los culpaba; sabían de sobra lo monótono que era todo para mí. Hasta que cierto rubio argentino apareció como Fulano en su casa.
".l.".
Bloqueé la pantalla y tiré al suelo el celular, enojándose por sabrá Dios. Normalmente no me importaba lo que pensaran de mí, pero se me hacía irritante que pensaran tener el derecho de reírse en mi cara. Sólo yo podía hacer eso.
—Debería conseguirme nuevos amigos... No, mejor no. Nadie me soportaría.
Me reí con mi propio comentario y me sentí mal. Qué patético, weón.
Pasó un rato. No me levanté y seguí pensando.
Era curioso. Hace unos días no podía vivir sin mi celular y ahora lo tiraba al suelo. ¿Por qué? Quizás porque quería cambiar. O porque me habían hecho cambiar contra mi voluntad, yo qué sé, pero ya no me sentía dependiente de ese aparato nunca más. No sabía la razón ni tampoco me interesaba mucho. A veces, vivir en la ignorancia era más fácil.
Cerré los ojos e intenté dormir una vez más, pero no pude hacerlo. Estaba angustiado, y no sabía por qué. "Conchetumare", pensé, "no sé ni una weá".
De repente, mientras me insultaba mentalmente, escuché la puerta abrirse y giré la cabeza casi como un perro al oír a su dueño llegar.
—Che, ¿querés ayudarme o preferís que muera aplastado?
Mi mundo se iluminó un poquito, sólo un poquito cuando escuché el acento alegre de Martín.
Estaba cargando con muchas cajas y bolsas. Alcé una ceja, interrogándolo con la mirada, y él sólo se rió para luego decir:
—Traigo provisiones. Miré en tu heladera y no había nada más que unos recipientes con pasta y arroz dentro y un plato de tomate con cebolla. Necesitás comida si querés crecer grande y fuerte.
—Ese plato de tomate y cebolla se llama ensalada a la chilena, o sea, ubícate. Y estai' hablando como un comercial de yogurt para cabros chicos.
Ese comentario lo hizo reír más, y no supe por qué. No intentaba ser gracioso.
—¿Entonces? ¿Me vai' a alimentar de ahora en adelante o cómo?
YOU ARE READING
Las nubes te llevarán mi mensaje; ArgChi. (PAUSADA)
SachbücherManuel es un chileno con amnesia que vive por su teléfono y el Internet. Sólo recuerda que vive en un apartamento pobre pagado por su pseudo madre y que, aparentemente, no puede vivir sin las redes sociales. Martín es un argentino alegre que prefi...