11 - Odio.

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Al día siguiente, Peter había hecho que el médico me revisase y no se quedó tranquilo hasta que no le dijo que no había ningún problema. No obstante recomendó que mantuviese reposo por unos días por asegurarnos. Eso era lo peor que podría haber dicho, ahora tendré tanto a Peter o Bela como perros guardianes para que no me mueva de la cama...

―Estoy bien. ―Les repito por enésima vez.

―El médico ha dicho reposo. No saldrás de esa cama, Eilenor.

Gruñí exasperada, odiaba pasar el tiempo sin hacer nada útil. Eso mismo se lo había dicho a ellos y solo conseguí que Bela me dijese esto:

― ¡Leni, así te podré enseñar por fin a bordar! ―Gemí de frustración.

―Marcharos, voy a dormir, no me iré a ninguna parte. ―Acabé por decir. ―Lo juro.

Peter me miró con cara de pocos amigos y Bela con resignación. Ambos se acercaron hasta donde yo estaba y me abrazaron antes de abandonar la habitación. Los quería muchísimo, pero en ocasiones me sentía agobiada...

Levanté la almohada y de debajo saqué la piedra que el hombre del mercado me entregó. No me había molestado en fijarme en ella hasta ese momento y se me había olvidado. La levanté para poder verla mejor. Ésta era blanca con motas grises surcando la superficie pulida y suave, no más grande que la palma de mi mano. Tenía un símbolo grabado en ella, uno que recordaba haber visto en algún momento... la silueta de tres pétalos de flor y ahí donde se unían había un círculo superpuesto a éstos. En cada uno de los pétalos había una palabra dentro: Malditos, Humanos, Guardianas. En el centro ponía, Dioses.

Ya sabía donde había visto aquel símbolo, en la torre, en la cesta y en aquel collar que le entregué al conde Aleir cuando llegué al castillo. Era el símbolo de las Guardianas del Bosque. Estaba segura de ello.

Pasé el dedo por cada uno de las siluetas, la piedra comenzó a brillar y a quemar en la palma de mi mano. La solté y volví a meterla bajo la almohada.

Me sentía extraña, no sabía había ocurrido. Me levanté de la cama para mirar por la ventana y así calmar mis nervios. Lo primero en lo que me fijé fue en el hombre joven montado sobre un precioso caballo blanco y como sus cabellos dorados se ondeaban al son del viento. Desde la distancia no me costaba admitir que Melieni era atractivo, sin embargo cuando estábamos en la misma no podía evitar sentir odio. Nunca me había ocurrido algo así.

En aquel momento el aludido levantó la vista para mirarme a mí directamente. Ni me aparté de la ventana, ni me escondí. Tan solo mantuve la mirada en él, intrigada hacía lo que me hacía sentir sin apenas conocerlo. Hay que decir que tampoco soy muy alegre cuando no está él presente.

Mantuvimos la mirada hasta que lo llamaron unos hombres y tuvo que irse. Me miraba serio, era como si estuviese ahora él enfadado conmigo y no entendía el motivo. A lo mejor el odio era mutuo... No, estaba segura que era por otra razón.

***

Como habían prometido, Bela y Peter no se separaron de mi lado en toda la tarde. Al rato volvieron a la habitación y al verme mirando por la ventana casi se desmayan ellos. A partir de ese momento no volví a estar sola. Hasta ahora que era la hora de la cena y no podían faltar. A mí me la subió la cena una sirvienta, se fue nada más ordenar todo, con demasiada prisa, pero eso me venía genial para mis planes.

Salí de la cama de un salto, ansiosa por un poco de aire y movilidad. Me vestí con algo sencillo y me tapé con la capa. Bajando las escaleras unas risas y cuchicheos me hicieron pararme en seco. Me asomé con cuidado para que no me viesen, pero fallé en el intento. Melieni me vio, estaba colocado con un brazo apoyado en la pared y el cuerpo recargado sobre la criada que me había servido la cena, ella con los ojos cerrados. Algo dentro de mí rugió de furia.

El muy bastardo le seguía susurrando algo a la criada mientras me miraba a los ojos y sonreía. El odio en mi interior se multiplicó en proporciones muy elevadas. Dispuesta a marcharme de allí, regresé a mi habitación, dando un portazo tan fuerte que estaba segura de que debían de haberlo escuchado.

Un segundo, lo pensé mejor y agarrando un par de guantes, salí de mi alcoba. Bajé de nuevo las escaleras, esta vez sin pillarme desprevenida, pensaba pasar delante de ellos sin inmutarme de su presencia. Sin embargo, Melieni ya no estaba en compañía.

― ¿Os pasa algo, señorita Sin? ― Sus palabras destilaban burla.

Ahora se encontraba recargado sobre la pared. Ignoré sus palabras deliberadamente, crucé frente a él convencida en alejarme de su perturbadora y molesta presencia. A pesar de todo, al no responder me agarró del brazo y me acercó hasta su cuerpo. Ahora sí que ardía, de rabia.

― ¡Soltadme! ―Grité en un susurro, no quería llamar la atención de nadie.

―Os salvé ayer de una buena caída, ¿así es como lo sabéis agradecer? ―En sus ojos dejaba entrever toda la furia que había vislumbrado ayer, cuando nos sorprendió a Peter y a mí.

―Os odio. ―Espeté.

Aunque lo había susurrado, escuchó aquellas dos palabras a la perfección. Su semblante cambió inmediatamente a uno estupefacto. Me acercó todavía más a su cuerpo, con el brazo libre rodeó mi cintura. Ahora no podía escapar de él de ninguna manera. Mi corazón no paraba de latir con frenesí y la respiración se me tornó irregular.

― ¿Por qué? ―Cuestionó.

―No lo sé. ―Fui sincera.

Soltó mi brazo y con esa mano acarició mi mejilla con suavidad. Sus ojos estaban posados sobre mis labios a escasa distancia de los míos. Con los dedos trazó la silueta de estos y de forma inesperada me soltó.

― ¿Estáis segura de que me odiáis, Eilenor?

―Sí. ―Respondí sin pensarlo siquiera.

Se apartó del todo, ya no sentía su calor ni su aroma embriagador a mí alrededor. Entonces todo el rencor afloró de nuevo. Miré hacía él y parecía dolido. ¿Por qué le importa tanto lo que siento si me acaba de conocer?

―Será mejor que sigáis con vuestro camino, antes de que Peter o Bela descubran que os habéis escapado.

― ¿Cómo sabéis eso?

Se encogió de hombros por respuesta. Levantó la mano para volver a acariciarme, no obstante, me eché un paso para atrás, evitando su contacto. Se dio la vuelta para marcharse, pero no antes de decir unas últimas palabras flotando en el aire.

―Tan rebelde... tan ella.

Extrañas palabras, las cuales no entendía su significado. ¿Quería decir que yo era rebelde? Tal vez, no estaba segura de ello.

La Dama Caos. (Dioses Y Guardianas 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora