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Siendo un paciente con tal historial, Yuuri tenía una sesión con su psiquiatra al día. Había tenido suerte de no acabar siendo condenado a muerte gracias al dictamen psiquiátrico que lo describía como incapacitado. La pena de muerte en Japón no era agradable, y menos para alguien que no recordaba haber cometido esos crímenes de los que se le acusaba.

Katsuki no se había movido de su habitación ni siquiera en el tiempo libre. Se había mantenido agazapado en una esquina de su cama, abrazado a sus piernas y con el rostro escondido en las mismas. Las únicas veces que había salido había sido por orden de los guardias de seguridad, que le obligaban a ir al comedor en las horas estipuladas y a terminar todo lo que había en el plato. En las tres veces que había comido hasta el momento había tardado como poco hora y media por su nulo apetito. Le costaba demasiado.

Por supuesto, la gente que había a su alrededor eran pacientes también. Siendo un psiquiátrico de alta seguridad, allí iban las personas que más enfermas se encontraban. Aunque en su mayoría estaban en silencio o no molestaban, si había visto a algunos que estaban muy mal, que o bien habían gritado, o hacían gestos extraños o murmuraban cosas sin parar, resistiéndose a los guardias de seguridad.

- Yuuri Katsuki. - Llamó uno de éstos desde la puerta de su habitación. El joven alzó la mirada, enrojecida, con las mejillas húmedas. Todavía lloraba preguntándose como había acabado allí. - Tienes cita con el doctor Nikiforov. -

Lejos de lo que pudieran decir los rumores, los encargados eran personas comprensivas, fuera el personal sanitario o el de seguridad. Al fin y al cabo la gente que estaba allí solía ser por vocación, estar en un psiquiátrico era duro para pacientes y trabajadores. Los guardias parecían más serios y firmes, pero aún así no usaban la fuerza a menos que fuera totalmente necesario.

Yuuri se incorporó de la cama con lentitud. Tenía unas marcadas ojeras y el pelo enmarañado. Se había duchado (porque les obligaban a hacerlo diariamente), pero no se había detenido a peinarse o a secarse el cabello. Con el rostro agachado, caminó hacia la puerta y de ahí por los pasillos. Pasaron un par de puertas que se abrían con llaves que solo ellos tenían, con controles de seguridad tras éstas, y finalmente acabó en el despacho de Viktor.

- ¡Yuuri! - Exclamó el psiquiatra, sonriente. - Me alegra verte. Dime, ¿cómo te encuentras hoy? -

El chico agachó el rostro un poco más, afligido. Viktor hizo un movimiento al guardia indicando que se podía retirar, agradeciendo por lo bajo. Una vez solos, el mayor se acercó al japonés y apoyó con delicadeza una mano en su espalda.

- ¿Tomamos asiento? ¿Quieres un caramelo? -

Si bien asintió a lo primero, de nuevo rechazó el caramelo. Katsuki se sentó en el mismo lugar que en la primera sesión, con el mismo gesto triste y apagado mientras que el otro cogía la tablilla e iba a por el peluche para tendérselo. Era bueno que los pacientes tuvieran algo que les relajase, y al chico parecía haberle gustado cuando se lo dio la otra vez.

- Bueno, dime... ¿Cómo ves el sitio? Sé que no es el lugar ideal para la gente, pero... Bueno, es un sitio para pensar. Hay muchas actividades para hacer, ¿has hecho alguna? - Yuuri simplemente negó con la cabeza, abrazándose al peluche. - ¿Y has hecho algún amigo? - Negó igualmente. - Bueno, ya los harás. Todo el mundo los acaba haciendo al fin y al cabo. Hay algunos que incluso escriben después de salir de aquí, ¿sabes? Agradeciendo ayuda, o vienen a visitar a otros pacientes con los que hicieron buenas migas. -

- ¿Cómo pueden? Este sitio... -

- No es una cárcel. Es un hospital, Yuuri. Aquí se ayuda a la gente enferma. Cuando alguien con cáncer logra curarse, muchas veces escribe a su doctor o visita a otros pacientes con los que estuvo y nadie se extraña, ¿verdad? Pues esto es igual. -

私の中Donde viven las historias. Descúbrelo ahora