7.(2) Frau Eva.

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Cuando llegué a mi apartada casa y me metí en la cama estas ideas desaparecieron y
todo mi pensamiento se concentró en la gran promesa que aquel día me había
deparado. Cuando yo quisiera, mañana mismo, vería a la madre de Demian. ¡Que los
estudiantes siguieran emborrachándose y tatuándose las caras, que el mundo estuviera
corrupto y a punto de hundirse! ¡Ami qué me importaba! Yo sólo esperaba que mi
destino viniera al encuentro en una nueva imagen.
Dormí profundamente hasta muy entrada la mañana. El nuevo día amaneció para mí
como uno de esos días festivos y solemnes que no había vivido yo desde las Navidades
en la infancia. Estaba lleno de profunda intranquilidad pero sin ningún miedo. Había
comenzado un día muy importante para mí; y veía y sentía el mundo que me rodeaba
como transformado, expectante, lleno de ideas y festivo. Hasta la suave lluvia de otoño
era bella, silenciosa y festiva, llena de música serena y alegre. Por primera vez en mi
vida el mundo exterior coincidía perfectamente con mi mundo interior. Cuando esto
sucede es fiesta para el alma y merece la pena vivir. Ninguna casa, ningún escaparate, ningún rostro en la calle me molestaba; todo era como tenía que ser, pero sin el aspecto
vacío de lo cotidiano y acostumbrado: era naturaleza expectante, preparada
respetuosamente a recibir al destino. Así había visto yo de niño el mundo en las
mañanas de las grandes fiestas, en Navidad y en Pascua. No creía que el mundo pudiera
ser aún tan hermoso. Me había acostumbrado a vivir replegado en mí mismo y me había
hecho a la idea de que había perdido el sentido por lo que pasaba fuera, de que la
pérdida de los colores luminosos estaba inevitablemente unida a la pérdida de la infancia
y que había que pagar la libertad y madurez del alma con la renuncia a ese suave
resplandor. Ahora descubría emocionado que todo aquello había estado sólo tapado y
oscurecido y que era posible también, como hombre libre que ha renunciado a la
felicidad de la infancia, ver refulgir el mundo y disfrutar de la visión infantil.
Llegó el momento en que me encontré de nuevo ante el jardín, en cuya puerta me
había despedido de Max Demian la noche anterior. Detrás de los altos y grises árboles
estaba escondida una casita, clara y acogedora; detrás de una cristalera crecían plantas
y flores, y por las ventanas se distinguían paredes oscuras con cuadros y librerías. La
puerta se abría directamente a un pequeño y cálido saloncito. Una vieja criada con
delantal blanco me introdujo y me quitó el abrigo.
Me dejó solo en el saloncito. Miré en torno mío y en seguida me sentí trasladado a mi
sueño. Arriba, en la pared de madera oscura, sobre una puerta, colgado en un marco
negro y protegido por un cristal un cuadro muy conocido para mí: el pájaro con la
cabeza amarilla de gavilán, saliendo del cascarón del mundo. Emocionado, permanecí
inmóvil; sentí una extraña alegría mezclada con dolor, como si en ese momento todo lo
que había hecho y vivido hasta ahora volviera a mí en forma de respuesta o
consumación. Como un relámpago pasó ante mis ojos una multitud de imágenes: la casa
paterna con el viejo escudo de piedra sobre el portal; Demian, aún un chiquillo,
dibujando el escudo: yo mismo, también un niño, bajo la nefasta influencia de mi
enemigo Kromer; yo de joven, en mi cuarto de colegial, dibujando en mi mesa el pájaro
de mis sueños con el alma enredada en la red de sus propios hilos. Y todo lo vivido hasta
este momento resonaba en mi interior, era aceptado, afirmado y aprobado.
Con los ojos llenos de lágrimas contemplé mi dibujo y me encontré leyendo en mi
propia alma. Bajé la mirada: bajo el dibujo del pájaro, en el marco de la puerta abierta
había aparecido una mujer alta, vestida de oscuro. Era ella.
No fui capaz de articular ni una palabra. La hermosa y respetable dama me sonrió con
un rostro que, como el de su hijo, no tenía edad e irradiaba una viva voluntad. Su
mirada era la máxima realización, su saludo significaba el retorno al hogar. En silencio le
tendí las manos. Ella las tomó con manos firmes y cálidas.
-Usted es Sinclair. En seguida le he reconocido. ¡Bienvenido!
Su voz era grave y cálida. Yo la bebí como un vino dulce y, levantando los ojos, los
dejé descansar en sus rasgos serenos, en los negros y profundos ojos, sobre la boca
fresca y madura, sobre la frente aristocrática y despejada que llevaba el estigma.
-¡Qué dichoso soy! -le dije, y besé sus manos-. Me parece haber estado toda mi vida
de viaje y llegar ahora a mi patria.
Ella sonrió maternal.
-A la patria nunca se llega -dijo amablemente-. Pero cuando los caminos amigos se
cruzan, todo el universo parece por un momento la patria anhelada.
Expresaba así lo que yo había sentido en mi camino hacia ella. Su voz y también sus
palabras eran muy parecidas a las de su hijo y, sin embargo, diferentes. Todo en ella era
más maduro, más cálido y más natural. Pero lo mismo que Max nunca dio la impresión
de ser un chico, tampoco ella parecía madre de un hijo mayor: tan joven y dulce era el
resplandor de su rostro y de su pelo, tan tersa y lisa era su piel dorada, tan floreciente
su boca. Se erguía ante mi más grandiosa que en mi sueño; y en su proximidad era la
felicidad, su mirada el cumplimiento de todas las promesas.
Esta era, pues, la nueva imagen en la que se mostraba mi destino; no severa o
desoladora, sino madura y sensual. No tomé ninguna decisión, no hice ninguna
promesa; había llegado a la meta, a un mirador desde el que el camino se mostraba
amplio y maravilloso, dirigido hacia países de promisión, sombreado por los árboles de la
felicidad próxima, refrescado por cercanos jardines del placer. Ya podía sucederme lo que fuera; era feliz de saber que esta mujer existía en el mundo, feliz de beber su voz y
respirar su proximidad. Que se convirtiera en madre, amada o diosa, no importaba, con
tal de que existiera, con tal de que mi camino condujera cerca del suyo.
Hizo un gesto hacia mi cuadro.
-Nunca le ha dado a nuestro Max una alegría mayor que cuando le envió este cuadro
-dijo pensativa-. También a mime alegró. Le esperábamos; y cuando llegó el cuadro,
supimos que estaba ya de camino hacia nosotros. Cuando usted era un niño, Sinclair,
vino mi hijo un día del colegio y me dijo: hay un chico que lleva el estigma sobre la
frente. Tiene que ser mi amigo. Era usted. No ha tenido un camino fácil, pero nosotros
confiábamos en usted. Una vez, durante las vacaciones en casa, tuvo un encuentro con
Max. Entonces tendría usted unos dieciséis años. Max me lo contó.
Yo la interrumpí:
-¡Oh! ¿Por qué se lo ha dicho a usted? ¡Yo pasaba entonces el peor momento de mi
vida!
-Sí. Max me dijo: Sinclair tiene ahora que superar lo más difícil. Está intentando
refugiarse en la masa; hasta se ha convertido en cliente asiduo de las tabernas. Pero no
lo conseguirá. Su estigma está escondido pero arde en secreto. ¿No fue así?
-¡Oh, si! Así fue exactamente. Entonces encontré a Beatrice y por fin apareció un
guía. Se llamaba Pistorius. Me di cuenta de por qué mi infancia había estado tan ligada a
Max, de por qué no podía liberarme de él. Querida señora, querida madre, en aquellos
días creí muchas veces que tenía que quitarme la vida. ¿Es el camino tan difícil para
todos?
Me pasó la mano por el pelo, suavemente como el aire.
-Siempre es difícil nacer. Usted lo sabe; el pájaro tiene que luchar por salir del
cascarón. Reflexione otra vez y pregúntese: ¿fue tan difícil el camino? ¿Fue sólo difícil?
¿No fue también hermoso? ¿Hubiera usted conocido uno más hermoso y más fácil?
Negué con la cabeza.
-Fue difícil -dije como en sueños-, fue difícil hasta que apareció el sueño.
Ella asintió y me miró intensamente.
-Sí, hay que encontrar el sueño de cada uno, entonces el camino se hace fácil. Pero
no hay ningún sueño eterno; a cada sueño le sustituye uno nuevo y no se debe intentar
retener ninguno.
Me sobrecogí profundamente. ¿Era aquello un aviso? ¿Era ya una advertencia? Pero
no me importaba; estaba dispuesto a dejarme conducir por ella y no preguntar por la
meta.
-No sé -dije- lo que ha de durar mi sueño. Quisiera que fuera eterno. Bajo la imagen
del pájaro me ha salido a recibir el destino, como una madre, como una amada. A él le
pertenezco y a nadie mas.
-Mientras su sueño sea su destino, debe serle fiel -concluyó ella gravemente.
Se apoderó de mí la tristeza y el deseo ardiente de morir en aquella hora mágica.
Sentí brotar las lágrimas incontenibles y arrasadoras: ¡ cuánto tiempo hacía que no
lloraba! Bruscamente me aparté de ella, me acerqué a la ventana y miré con ojos ciegos
por encima de las flores. A mi espalda oí su voz, tranquila y sin embargo tan llena de
ternura, como un vaso de vino colmado hasta el borde.
-Sinclair, es usted un niño. Su destino le quiere. Un día le pertenecerá por completo,
como usted lo sueña, si usted le es fiel.
Me había serenado y volví de nuevo el rostro hacia ella. Me tendió la mano.
-Tengo unos pocos amigos -dijo sonriendo-, muy pocos amigos íntimos que me
llaman Frau Eva. Usted también me llamará así, si quiere.
Me condujo a la puerta, abrió e hizo un gesto hacia el jardín.
-Ahí encontrará a Max.
Bajo los altos árboles permanecí aturdido y emocionado, no sé si más despierto o
más sumergido que nunca en mis sueños. La lluvia goteaba suavemente de las ramas.
Entré lentamente en el jardín, que se extendía a lo largo de la orilla del río. Por fin
encontré a Demian. Estaba en un pequeño cobertizo abierto, con el pecho descubierto,
boxeando contra un saco de arena. Me detuve asombrado. Demian tenía un aspecto
magnifico. El amplio pecho, la cabeza masculina y firme; los brazos levantados, con sus músculos tensos, eran fuertes y potentes; los movimientos surgían de la cintura, los
hombros y los brazos como fuentes.
-¡Demian! -exclamé-. ¿Qué estás haciendo?
Él rió alegremente.
-Me estoy entrenando. He prometido al pequeño japonés una pelea, y él es ágil como
los gatos y naturalmente tan astuto como ellos. Pero no podrá conmigo. Es una
pequeña, muy pequeña, humillación que le debo.
Se puso la camisa y la chaqueta.
-¿Has visto ya a mi madre?
-Sí. Demian ¡qué madre más maravillosa tienes! ¡Frau Eva! El nombre le va
perfectamente; ¡es como la madre de todas las criaturas!
Me miró un momento a la cara, muy pensativo.
-¿Ya conoces su nombre? Puedes estar orgulloso. Eres el primero a quien se lo ha
dicho en el primer momento.
Desde aquel día empecé a entrar y salir en la casa como un hijo y un hermano, pero
también como un enamorado. Cuando cerraba la verja detrás de mí, cuando veía
aparecer a lo lejos los altos árboles del jardín, me sentía rico y dichoso. Fuera quedaba
la «realidad»: las calles y las casas, los hombres y las instituciones, las bibliotecas y las
aulas; dentro, sin embargo, reinaba el amor y el alma, el cuento maravilloso y el sueño.
Pero no vivíamos en absoluto cerrados al mundo; a menudo vivíamos en nuestros
pensamientos y conversaciones en medio de él, sólo que en otro campo: no estábamos
separados de la mayoría por barreras, sino por una manera diferente de ver las cosas.
Nuestra labor era formar una isla dentro del mundo, quizá dar ejemplo, en todo caso
vivir la anunciación de otra posibilidad de vida. Yo, solitario tanto tiempo, conocí la
comunión que es posible entre seres que han conocido la completa soledad. Nunca más
me sentí atraído a los banquetes de los dichosos, ni a las fiestas de los alegres; nunca
más tuve envidia o nostalgia de la amistad de los demás. Y, lentamente, fui iniciado en
el misterio de los que llevan «el estigma».

"Demian" ~Bts~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora