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Un día hurgaba en tu ropa, y me di cuenta que muchas de ellas eran de cuando te conocí

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Un día hurgaba en tu ropa, y me di cuenta que muchas de ellas eran de cuando te conocí. Ese mismo color marrón que tanto amaste en tu juventud, teñido en tus camisetas, pantalones y zapatos, ahora está descolorado. Tocaba, sintiendo la misma suavidad de hace once años; impresionante que una textura se conservara tanto tiempo. De repente, la ventana de la habitación se abrió y una melancolía me invadió. Extendió sus brazos y me invitó a desaparecer juntos. ¿Debo aceptar? ¿Debo rechazar? Del vacío no hubo respuesta, y si hubiese estado, tampoco la habría oído.

Miré el saco que te pusiste el día de nuestro matrimonio. Negro, igual a tu alma. No pude evitar el deseo de colocármelo y sentir el calor que desprendía... Calor que perderé cuando me vaya de tu lado.

Esa noche, los botones estaban sueltos y los cosí con parsimonia... Me alegró haber hecho algo por ti. No obstante, las mancuernillas las tomé para la memoria de ambos: yo de tu amor caprichoso por los accesorios, y tú de mi robo.

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