capítulo 20

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Narrador Omnisciente

Minutos después de lo sucedido, Harvey salió de su casa, subiéndose a su auto, dentro de la maleta estaba la caja fuerte y se dirigió hacia el vertedero de basura.

-Oh no no, ya cerramos- habló el dueño del lugar

-Cerraron?- preguntó Harvey confuso.

-Si, estamos vaciando.

-Vaciando?- dijo mientras sacaba un fajo de billetes

-Le ayudo a bajarla?- el dueño preguntó señalando la caja.

-Por favor.

Con bastante dificultad, puesto que el peso de la caja era bastante, lograron bajarla y ponerla a la orilla del gran hoyo.

Lauren y Ruth se encontraban en ese lugar, pues era donde Ruth pasaba la mayor parte de su tiempo. Ellas compartían tiempo juntas a veces y ese día, Lauren decidió visitarla y contarle lo sucedido.

Harvey posicionó su pie sobre la caja fuerte, donde al interior se encontraba el cuerpo de Camila, empujándolo, haciendo que éste cayera al fondo y poco a poco hundiéndose.

-Que es eso?- Preguntó Lauren mientras se acercaba a Ruth

-No sé, pero me dio cosquillas.- respondió, Ruth estuvo observando desde que el hombre había llegado.

-Cosquillas? acaso eres una niña de 12 años?- soltó una risa.

Narra Camila

Para una mejor lectura reproducir song to the siren - this mortal coil.

Holly se acercó a mí. Yo apenas levanté la cabeza.

—Camila —dijo—. Tengo algo que decirte.

Me llevó a la luz de una de las anticuadas farolas y luego lejos de ella, y me dio un trozo de papel doblado en cuatro.

—Cuando te sientas fuerte, léelo y ve allí.

El mapa de Holly me condujo a un campo por delante del cual había pasado a menudo, pero que, a pesar de lo bonito que era, nunca había explorado. En el dibujo se veía una línea de puntos que señalaba un sendero.
Nerviosa, busqué una entrada entre las innumerables hileras de trigo. La vi más adelante, y mientras echaba a andar hacia allí, el papel se deshizo en mi mano.
Un poco más adelante, alcancé a ver un hermoso y viejo olivo.
El sol estaba alto, y delante del olivo había un claro. Esperé sólo un
momento, hasta que vi cómo el trigo del otro extremo empezaba a estremecerse con la llegada de alguien que no sobresalía por encima de los tallos.
Era bajita para su edad, como lo había sido en la Tierra, y llevaba un vestido de algodón estampado y deshilachado en el dobladillo y los puños.

Se detuvo y nos miramos.

—Vengo aquí todos los días —dijo—. Me gusta oír los ruidos.

Reparé en que a nuestro alrededor los tallos del trigo susurraban al
entrechocar por el viento.

—¿Conoces a Holly? —pregunté.

La niña asintió con solemnidad.

—Me dio un mapa para llegar aquí.

—Entonces debes de estar preparada —dijo ella, pero ella también estaba en su cielo, y eso hacía que diera vueltas y que se le arremolinara la falda.

Me senté en el suelo debajo del árbol y la observé.

Cuando terminó, se acercó a mí y se sentó a mi lado, sin aliento.

—Yo me llamo Flora Hernández —dijo—. ¿Y tú?

Se lo dije y me eché a llorar, reconfortada al conocer a otra niña a la que él había matado.

Y mientras Flora daba vueltas vinieron otras niñas y mujeres por el campo, de todas partes. Vaciamos las unas en las otras nuestro dolor como agua de una taza a otra, y cada vez que yo contaba mi historia, perdía una gotita de dolor. Fue ese día cuando me di cuenta de que quería contar la historia de mi familia. Porque el horror de la Tierra es real y cotidiano.
Es como una flor o como el sol; no puede contenerse.

-Es hermoso- hablé viendo el cielo y los trigales

-Claro que lo es, es el cielo- Holly habló con entusiasmo mientras caminaba por el trigal.

Pero yo solo miraba.

-Ya eres libre puedes irte, adelante- habló Holly

-Todavía no, tengo algo que hacer- respondí y me alejé del olivo.

Secuestro | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora