Ruth se desplomó en la cama de la pequeña casa que había en el lugar, de eso me di cuenta. Lo que no vi fue al señor Harvey alejarse sin ser visto.
No pude evitar inclinarme, después de haber perdido el equilibrio, y caí a través de la puerta abierta del cenador al otro lado de la extensión de césped y más allá del límite más lejano del cielo.Oí a Lauren gritar por encima de mí, su voz alzándose en un arco de sonido:
—Ruth, ¿estás bien? —Llegó hasta Ruth y gritó—: Ruth, Ruth, ¿qué ha
pasado?Y yo estaba en los ojos de Ruth y miraba hacia arriba. Sentía su espalda arqueada contra la cama. Notaba cada sensación, el calor del sol, el olor, el asfalto, pero no podía ver a Ruth.
Oí los pulmones de Ruth borbotear, una sensación de mareo en el estómago, pero el aire seguía llenándole los pulmones. La tensión se extendía por su cuerpo. Su cuerpo. Con Lauren encima, recorriendo con sus ojos verdes y palpitantes ambos lados de la cama en busca de una ayuda que no llegaba.
Ruth empujó contra su piel, tratando de salir. Luchaba por marcharse, y yo estaba dentro de ella ahora y forcejeaba con ella. Deseé con todas mis fuerzas que regresara, deseé ese imposible divino, pero ella quería salir. Nada ni nadie podía retenerla abajo, impedir que volara. Yo observaba desde el cielo, como tantas veces había hecho, pero esta vez a mi lado había algo borroso. Era nostalgia e ira elevándose en forma de anhelo.
—Ruth —dijo Lauren—. ¿Me oyes, Ruth?Justo antes de que ella cerrara los ojos y todas las luces se apagaran y el
mundo se volviera frenético, miré a los ojos verdes de Lauren Jauregui, la piel blanca, los labios que había besado una vez. Luego, como una mano que se suelta de una fuerte sujeción, Ruth pasó por su lado.
Los ojos de Lauren me ordenaban avanzar mientras mis deseos de observar me abandonaban dando paso a un anhelo conmovedor: volver a estar viva en esta Tierra. No observarlos desde arriba, sino estar a su lado.
En alguna parte del Intermedio azulísimo había visto a Ruth pasar corriendo por mi lado mientras yo caía a la Tierra. Pero no era la sombra de una forma humana, ni un fantasma. Era una chica lista que infringía todas las reglas.
Y yo estaba en su cuerpo.
Oí una voz que me llamaba desde el cielo. Era Holly. Corría hacia el
cenador llamándome. Sentí que algo me sujetaba y noté una mano en la mía. Mis oídos eran océanos en los que empezaba a ahogarse todo lo que había conocido: voces, caras, sucesos. Abrí los ojos por primera vez desde que había muerto y vi unos ojos verdes que me sostenían la mirada. Me quedé inmóvil cuando comprendí que el maravilloso peso que me sujetaba era el de un cuerpo humano.
Traté de hablar.
—No lo hagas —dijo Lauren—. ¿Qué ha pasado?«He muerto», quería responder. ¿Cómo iba a decirle: «He muerto y ahora estoy de nuevo entre los vivos»?
Lauren se había arrodillado. Desparramadas a su alrededor y por encima de mí estaban las flores que ella había cogido para su madre. Yo veía sus brillantes formas elípticas contra la ropa oscura de Ruth. Luego Lauren pegó el oído a mi pecho para
escuchar mi respiración y me puso un dedo en la muñeca para tomarme el pulso.—¿Te has desmayado? —preguntó después de comprobarlo.
Asentí. Sabía que no se me concedería esa gracia eternamente en la Tierra,
que el deseo de Ruth sólo era temporal.
—Creo que estoy bien —probé a decir, pero mi voz era demasiado débil, demasiado lejana, y Lauren no me oyó. Entonces clavé los ojos en ella, abriéndolos todo lo posible. Algo me apremiaba a levantarme. Me pareció que flotaba de nuevo hacia el cielo, que regresaba, pero sólo trataba de levantarme.—No te muevas si te sientes débil, Ruth —dijo Lauren—. Puedo llevarte al hospital.
Le dediqué una sonrisa de mil vatios.
—Estoy bien —dije.
Sin gran confianza, observándome con atención, me soltó el brazo, pero siguió cogiéndome la otra mano. Se quedó a mi lado mientras yo me ponía de pie, y las flores silvestres cayeron al suelo. En el cielo, las mujeres arrojaron pétalos de rosa al ver a Ruth Connors.
Vi la atractiva cara de Lauren sonreír perpleja.—De modo que estás bien —dijo.
Con cuidado, se acercó lo bastante como para besarme, pero me explicó que estaba examinándome las pupilas para ver si tenían el mismo tamaño.
Yo sentía el peso del cuerpo de Ruth, el seductor movimiento de sus pechos y muslos, así como una asombrosa responsabilidad. Volvía a ser un alma en la Tierra. Ausente sin permiso del cielo por un rato, me habían hecho un regalo. Me obligué a erguirme todo lo posible.—¿Ruth?
Traté de acostumbrarme al nombre.
—Sí —dije.
—Has cambiado —dijo ella—. Algo ha cambiado.
Quería explicárselo, pero ¿qué iba a decir? ¿«Soy Camila y sólo tengo un rato»?
Estaba demasiado asustada.—Bésame —dije en lugar de eso.
—¿Qué?
—¿No quieres? —Le sostuve la cara con las manos.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó ella, desconcertada.
—A veces los gatos caen del décimo piso de un rascacielos y aterrizan de pie.
Lauren se quedó mirándome hipnotizada. Inclinó la cabeza y nuestros labios se rozaron. Sentí sus labios fríos en lo más profundo de mi ser. Otro beso, valioso presente, regalo robado. Sus ojos estaban tan cerca que vi las motas grises en el fondo verde.
Me meti en la vieja bañera de patas de cabra y me quedé de pie bajo el chorro de agua. Aunque salía caliente, tenía frío. Llamé a Lauren. Le pedí que entrara.
—Te veo a través de la cortina —dijo ella, desviando la vista.
—No pasa nada —dije—. Me gusta. Quítate la ropa y entra aquí.
—Camila.—dijo ella—, ya sabes que yo no soy así.
Se me encogió el corazón.
—¿Qué has dicho? —pregunté. Concentré mi mirada en la suya a través de la tela blanca traslúcida
—He dicho que no soy así.
—Me has llamado Camila
Hubo un silencio, y un momento después ella corrió la cortina, con cuidado de mirarme sólo a la cara.
—¿Camila?
—Ven aquí —dije, con lágrimas en los ojos—. Por favor, ven aquí. Hazme el amor- susurré
Entonces hicimos el amor. Hicimos el amor en la bañera y en el dormitorio, bajo las luces y las estrellas falsas que brillaban en la oscuridad. Mientras ella descansaba, le cubrí de besos la columna vertebral y bendije cada músculo, cada lunar y cada imperfección.
—No te vayas —dijo ella, y sus ojos, esas gemas brillantes, se cerraron y sentí su respiración poco profunda.
—Me llamo Camila —susurré—, de apellido Cabello—Bajé la
cabeza hasta apoyarla en su pecho y me dormí a su lado.—¿Puedes alcanzarme una toalla? —gritó Lauren después de cerrar el grifo. Al ver que yo no respondía, descorrió la cortina. La oí salir de la bañera y acercarse a la puerta. Vio a Ruth y corrió hacia ella. Le tocó el hombro y, soñolienta, ella se
despertó. Se miraron. Ella no tuvo que decir nada. Ella supo que yo me había ido.Marcharme por segunda vez de la Tierra fue más fácil de lo que había sido regresar.
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Secuestro | Camren
Hayran KurguSiente que nadie la lastimará pero ellos están ahí, esperando en silencio para atacar cuando menos se lo espera. |Adaptación Desde mi cielo| #909 en FANFIC