La alarma estaba taladrando sus oídos, lo estaba haciendo sufrir de formas que él no conocía. Suspiró, fue un suspiro entrecortado lleno de temor por ese día ¿por qué tendría que haber luchado por ese tonto papel de Julieta en la obra? Se arrepentía, sabía que sería imposible llegar a algo en esta situación. Se cubrió aún más con las sábanas, hasta la cabeza precisamente. Le aterraba tener que enfrentarse al mundo exterior, tenía miedo de tener que levantarse y pelear contra los demás, él nunca tuvo la fuerza pero si la paciencia para soportarlo. Los nervios hacían que quisiese sacar lo poco que había comido el día anterior, después de repetirse “todo estará bien” varias veces se levantó de la cama y bajó hacía la cocina para comer algo, claro que eso no iba a quitar su sensación de nauseas pero tal vez ayudaría en algo.
Sus piernas le temblaban, como todas las mañanas, y su mente no estaba en perfecto funcionamiento debido a que no había logrado dormir bien esa noche. Estaba a mitad de las escaleras cuando tuvo que parar a causa de las voces que se escuchaban abajo, apoyó su mano derecha en su estomago y respiró profundo. Lo más rápido que pudo subió hacia el baño para encerrase en él. Se quedó junto al lavabo y espero a que todo dentro de su interior saliera, luego de unas toses fuertes logró evacuar lo que se alojaba en su estomago. Se vio al espejo, estaba pálido como un muerto, abrió el grifo y se lavó la cara con agua tibia, el miedo y la intranquilidad se habían despejado un poco.
Le sonrió a su reflejo y volvió a encaminarse hacia la cocina, ahora sentía su cuerpo arder. Definitivamente no era un gran día.
—Hola Rigby— saludó Thomas, quien engullía con una sonrisa unos ricos panqueques con miel. Todos sus compañeros actores estaban en la mesa junto a él, salvo Mordecai quien estaba sentado sobre la mesada cerca del lavabo y tomando un café.
—Hola— saludó con una sonrisa tímida, su tono de voz no había sido muy elevado y temía que no pudiesen haberlo escuchado, pero al parecer si lo habían oído. Algo bueno había pasado ese día, pero eso no le ayudaba a quitarse la sensación de que algo andaba mal.
—¿Te enteraste? ¡Ya han repartido los papeles!— exclamó Thomas; mientras se limpiaba los labios y sus alrededores con una servilleta, al notar que su camiseta gris tenía una mancha no pudo evitar bufar—Maldición, yo amo esta camiseta. Espero que se quite… Oh, felicidades Rigby.
—¿Por qué?— preguntó el menor confundido.
—Eres Julieta, bien hecho.—respondió Chad con una sonrisa perfecta; claro que Rigby no le creía, era falso. Todo en él era falso, pero eso no le quitaba el temor hacía su persona ya que su aura de maldad lo cohibía.—¡Aplausos para Rigby!
Todos aplaudieron entusiasmados y alguno de vez en cuando soltaba una risa divertida por la situación, en cambio nuestro protagonista solo sonreía nervioso con un pequeño tic en su ojo. Le afectaba esa atención por parte de tantas personas que casi no conocía.
—G-gracias— murmuró mientras en su mano derecha sus uñas se clavaban en su palma sin hacerle verdadero daño. Interiormente rezaba porque su rostro no se tiñera de ese molesto color rojizo que tanto le avergonzaba.
—¿Quieres un café?— le ofreció el peliazul mientras servía dicho líquido en una taza de color azul marino, el menor la tomó entre sus pequeñas manos y le dio un pequeño sorbo. Estaba delicioso.
—Gracias.— volvió a repetir con una sonrisa, sus ojos azules había logrado tranquilizarlo, como si se hubiese acercado a él para abrazarlo.
Más tarde, Rigby estaba sentado en un rincón con las piernas cruzadas, veía tranquilamente como todos sus compañeros actuaban. Por suerte, faltaba aún para que llegase su momento. Después de tragar saliva varias veces y suspirar como un loco, logró actuar unas pocas escenas ya que le tranquilizaba el hecho de que todavía no fuera con Mordecai a su lado.
Al comenzar la escena II, el peliazul y el chico de ojos dorados tuvieron que actuar solos. Todos sus amigos los miraban, viendo como les iba a resultar tanta practica, tenían fe en Mordecai pero ¿y Rigby? Era el momento de ver como se desarrollaba frente a su Romeo.
(Jardín de la casa de Capuleto) (Entra ROMEO)
ROMEO:
—Se ríe de cicatrices el que jamás recibió una herida.
(Aparece JULIETA en la ventana)
—¡Pero calla! ¿Qué luz brota de aquella ventana? ¡Es el Oriente, Julieta es el sol! Alza, bella lumbrera y mata a la envidiosa luna, 52 ya enferma y pálida de dolor, porque tú, su sacerdotisa, la excedes mucho en belleza. No la sirvas, pues que está celosa. Su verde, descolorida librea de vestal, la cargan sólo los tontos; despójate de ella. Es mi diosa; ¡ah, es mi amor! ¡Oh! ¡Que no lo supiese ella! Algo dice, no, nada. ¡Qué importa! Su mirada habla, voy a contestarle. Bien temerario soy, no es a mí a quien se dirige. Dos de las más brillantes estrellas del cielo, teniendo para algo que ausentarse, piden encarecidamente a sus ojos que rutilen en sus esferas hasta que ellas retornen. ¡Ah! ¿Si sus ojos se hallaran en el cielo y en su rostro las estrellas! El brillo de sus mejillas haría palidecer a éstas últimas, como la luz del sol a una lámpara. Sus ojos, desde la bóveda celeste, a través de las aéreas regiones, tal resplandor arrojarían, que los pájaros se pondrían a cantar, creyendo día la noche. ¡Ved cómo apoya la mejilla en la mano! ¡Oh! ¡Que no fuera yo un guante de esa mano, para poder tocar esa mejilla!—Su actuación era espectacular, como era de esperarse. Ahora era el momento de Rigby, quien al escuchar tan bonitas palabras solo se le había quedado embobado mirándolo con los ojos abiertos como platos y la boca levemente abierta. Luego de recuperar la compostura, y después de cinco segundos de pensarlo, pudo recordar su línea la cual, a comparación de Romeo, era sin duda alguna la más corta. Pero no podía concentrarse ya que sentía que Chad estaba hablando.
JULIETA
—¡Ay de mí!— debido a la tardanza y a que su voz no había sido lo suficientemente decidida tuvo que ser interrumpido por Benson quien lo miraba con los brazos cruzados.
—Rigby eso no estuvo nada bien…
—¡Es Chad!— exclamó el menor agitando sus brazos, se había sorprendido a sí mismo de la fuerza con la que había dicho la frase—Está hablando y me distrae.
—Chad…- intentó decir el gerente de cabellos rojos para tranquilizar a su equipo pero esto no dio resultados ya que el chico de ojos verdes estaba molesto por la acusación.
—¡Si he hablado lo hice en susurros! Sería imposible que me hubieses escuchado, solo quieres una excusa para esconder tu error poco profesional— con decir eso Rigby ya lo supo: estaba molesto con él por tener su papel. No era un presentimiento, era algo más que no podía ignorar. Con un extraño sentimiento de odio surgiendo en su interior, el chico de ojos dorados se propuso que su enemigo no volviese a arruinarle nada en todo el tiempo que trabaje con él. Ni siquiera una oportunidad con Mordecai, quien hasta el momento no había dado señales de defender a ninguno de los dos.
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El mapache negro (Morby)
FanfictionLas almas más hermosas suelen resguardarse en los cuerpos de personas tímidas y asustadizas, pero ¿Qué pasaría si el portador de aquella alma decidiera cambiar? ¿Se volvería oscuro? Rigby ya no volverá a ser como antes, no después de lo que pasó...