Treinta minutos. El tiempo pasa deprisa. ¿Y ahora, que hago? Lo tengo justo ahí, en el salón de mi casa, esperando mientras repasa las guías de viajes de la estantería con curiosidad (esas que, a pesar de todos mis esfuerzos por encontrar tiempo y dinero, nunca he usado en viajes reales). Está tan guapo, leyendo una guía de Roma, realmente interesado, que por un momento, se me para el corazón.
Pero vamos a lo que vamos, que el tiempo apremia: Hoy no tengo tiempo de hacer la lista de las cosas que me tengo que llevar, y me veré obligada a improvisar, lo cual odio con todas mis fuerzas. Vamos a ver: lentillas, líquido (me pregunto cuántas necesitaré antes de que regresemos) y las gafas. Pero, ¿estoy segura de lo que hago? Si en el fondo, no lo conozco de nada. Pasaporte en regla, esto no puede faltar. Un momento, que tengo algo de dinero en efectivo en la cajita de música de las galletas que me regaló Nacho. Nunca se sabe. Y ahora, la ropa. Asalto el cajón de la ropa interior, para darme cuenta de inmediato que esta aventura no necesitará demasiadas prendas sexys, y me recuerdo a mi misma que mi mochila ha de viajar ligera.
Sin pensar mucho, voy sacando la ropa necesito, e intentando meterla a presión en la mochila. Por lo que veo, caben cuatro camisetas, dos pantalones, un bikini y un pareo. ¿Calcetines? Quizás sí, para las zapatillas de deporte. Aún me da tiempo a tirar dentro de la mochila mi libreta de tapas blandas, esa en la que escribo todas las cosas locas que me pasan por la cabeza, y un portaminas amarillo. Espero que allí donde vaya, tengan minas del 0,7.
-Hurry up! Como lo llevas, May. El taxi está esperando ya abajo.
Una mirada rápida al reloj del móvil me indica que ya tendría que estar en la calle. Y los mensajes de Joana me están saltando a la cara. No me queda otra que contestar. Y la verdad, no sé qué narices voy a decirle, sin que se entere todo el mundo, o aún peor, que se ponga histérica y me intente detener.
Un momento, que voy. Daniel se está impacientando. Paso corriendo a su lado, con mi mochila cargada ya en el hombro, la chaqueta colgada de la cintura y escribiendo frenéticamente en mi viejo teléfono móvil.
-Chicas, lo siento. Ha surgido un imprevisto. Nos vemos en otro momento. Besitos.
No espero su respuesta, y apago el móvil de inmediato. Estos modelos antiguos consumen la batería tan de prisa que no tengo otro remedio que poner fin a estas conversaciones intrascendentes ahora mismo, y reservar alguna energía para el vuelo. ¿Qué estoy diciendo? ¿Cuantas horas de vuelo hay hasta Tailandia? Admito que no tengo ni idea. No se me ocurre pensar en las cosas importantes hasta que ya es demasiado tarde. Típico de mí.
Valor, que nos vamos. Con el subidón de adrenalina que llevo ahora, no me da tiempo ni a pensar en lo que estoy haciendo.
-¡Vamos ya, May!
- Ok, sí, ¡ya estoy!
Atravesamos el portal, y ya no me atrevo a mirar hacia atrás. "Sharing an adventure?" Aunque esto no tenga ni pies ni cabeza, solo puedo contestarme a mi misma "sí, ¿porque no?".
Superado el miedo inicial, subo al taxi que me lleva lejos de esta rutina mortal. Un latigazo de excitación recorre mi espalda. ¡Estoy en camino! Si sé o no lo que hago, lo veré mañana por la mañana.
En caso de que me atreva a reflexionar lo que estoy haciendo.
Sólo se me ocurre pensar que, si tuviera la ocasión de verme detenidamente desde fuera, llegaría a la conclusión de que estoy cometiendo una locura de principio a fin. Sin embargo, me siento segura con Daniel y confío en él. Sin motivos, sin un porqué.
Tampoco lo conozco tanto. Sin embargo, el hecho de que haya venido a buscarme, ha sido lo que necesitaba justo en este momento. Es todo por él, por mi chico aventurero. Él me ha inspirado. Me encanta su estilo, su forma de hacer las cosas. Tan dulce, tan divertido. Es un salto al vacío, pero a su lado, me atrevo.
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Solo el pasaporte
RomanceEl último año de carrera se le está haciendo cuesta arriba a May: Su vida transcurre entre pilas interminables de apuntes y furtivas visitas a las adictivas redes sociales. Solo hay una cosa que consigue sacarla de su vida gris: la cuenta de instagr...