Miércoles, 24 de junio de 2015: Esta tarde está yendo mejor de lo esperado al despertar.
Hoy estoy en un lugar muy diferente al que esperaba. Quien me iba a decir a mí que el primer domingo de las vacaciones de verano estaría en un avión, de camino a Tailandia, junto a uno de mis más admirados viajeros. Pues sí. Que anodina me parece la vida que dejo atrás ahora.
Daniel está sentado en el asiento contiguo, mientras yo me dedico a poner negro sobre blanco las cosas que me han pasado hoy. Está revisando su equipo fotográfico, concentrado en limpiar el objetivo con cuidado.
Que cantidad de mimo pone en lo que hace. Lo miro una vez más, segura de que no me he equivocado al partir con él. A través de la ventana, veo pasar las nubes y empiezo a sentir mariposas en el estómago de nuevo.
Ahora que lo miro detenidamente, sin que se dé cuenta, se me ocurre que mi adorable acompañante tiene una pinta de hooligan que echa para atrás, como si viniera directamente de haber pasado la noche en la zona más apartada de Punta Ballena, esas cuatro calles concurridas que son ciudad sin ley y territorio etílico por excelencia, compartiendo inacabables rondas de chupitos y cerveza con sus compatriotas británicos, hasta que la noche se convierte en día, y se puede ver salir el sol en la playa entre montañas de basura y condones usados.
Solo le falta el doloroso moreno estilo gamba, marca de la casa, conseguido después de quedarse dormido sobre la arena sin protección solar, que pone el broche de oro a las intrépidas aventuras de muchos jóvenes turistas en esta isla de diversión. Es la prueba definitiva, la que atestigua que sus vacaciones en Mallorca han sido todo lo épicas que debían ser.
Al menos, esa es la imagen que se me pasa por la cabeza ahora mismo, viéndolo con su cabello claro despeinado, tan británico él, con ese look de pub inglés inconfundible, a la vez que me traslado mentalmente a mi querida isla.
Eso me hace recordar que la camiseta que llevo puesta, lleva escrita la frase "I Love Mallorca" con delfines saltando entre las olas entre coloristas hibiscus irreales, y es tan típical Spanish como la paella de marisco. De hecho, es mi camiseta favorita desde hace varios años, y me encanta porque con ella puedo sentirme una extranjera en mi tierra, y hacerme pasar por uno de ellos, mientras veo como comparten sus enormes cubos de sangría a pie de playa, con esas largas pajitas de colores.
Sin duda alguna, eso me convierte también en una guiri fiestera. Sonrío al pensar que, como dicen por ahí, el que con un cojo anda, al tiempo también cojea. Pues como a mí ya no me importa el qué dirán, me adapto y lo asumo. Quien quiera reírse de mí, que lo haga y que disfrute, mientras yo me dirijo a ese paraíso soñado, que no es más que el reflejo de todos mis deseos.
Todos estos pensamientos absurdos son los que llenan mí tiempo mientras seguimos nuestra ruta hacia Zúrich, en completo silencio. Todavía me siento extraña por su presencia aquí, a mi lado, y aunque desearía entablar conversación con él, no sé por dónde empezar.
- Bueno, Daniel, cuéntame... ¿qué vamos a hacer una vez que lleguemos a destino? ¿Qué plan tienes preparado?
El levanta una ceja, y me presta algo de atención, al tiempo que deja por un momento la cámara en su funda. Sonríe, sorprendido, y en tono tranquilo y profesional, me pone al corriente:
- Oh, May. No te lo he contado aún... disculpa. Estoy tan acostumbrado a ir a mi ritmo que no he tenido la delicadeza de explicártelo.
Se sienta un poco más cerca de mí, y comienza a darme una charla en tono profesional. Mientras habla, puedo ver cómo se le ilumina la mirada con cada palabra. Está claro que ha hecho de su pasión su medio de vida, y esto se refleja en la forma en que me lo cuenta. Yo me relajo, y consigo meterme de lleno en su historia. Creo que hacía mucho tiempo que no me sentía tan a gusto. Rectifico: Es él quien me hace sentir así.
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Solo el pasaporte
RomanceEl último año de carrera se le está haciendo cuesta arriba a May: Su vida transcurre entre pilas interminables de apuntes y furtivas visitas a las adictivas redes sociales. Solo hay una cosa que consigue sacarla de su vida gris: la cuenta de instagr...