Miércoles, 24 de junio de 2015: Reflexión friki de la mañana
Hoy me he levantado tarde, con la sorpresa de una foto de Daniel paseando por una avenida plagada de gente, en un mercadillo de Indonesia. Parece contento, sosteniendo una cesta de frutas en la cabeza, como haría una chistosa aspirante a doble de Carmen Miranda.
Oh, que chico este. Siempre me hace reír con sus payasadas y consigue que me levante con una sonrisa en la cara. Gracias a su sonrisa franca, hoy estoy un poco de mejor humor.
Mientras me dirijo a la ducha para despejarme, me pregunto que sacará él de todo esto, y si realmente le importa que le comentemos algo en estas fotos que comparte. ¿De verdad se lee todo lo que le escribimos? ¿Qué espera de nosotros, fans entregados a su causa? (la causa y efecto de verlo pasear por la playa luciendo tipazo al atardecer, con ese bañador estampado de flores que le sienta tan bien, en esta otra foto).
El hecho de que mucha gente anónima le dé un empujón a su día con corazoncitos y "me gustas", eleva la moral a cualquiera. Seguro que entre todos, con nuestros comentarios, le hacemos un poquito más feliz.
A veces, cuando me pongo a pensar en él y en sus idas de olla, entro en una espiral de reducción al absurdo, y me parece que hoy tendrá difícil decidir a cuál de sus múltiples pretendientes se lleva al altar, a tenor de las declaraciones de amor tipo "cásate conmigo" que surgen en cada publicación, o bien que se sentirá muy orgulloso de ser el hombre más guapo de la tierra, si contabilizamos el número de referencias a su cara bonita, su cuerpo serrano, su persona completa en general, por parte de fanáticas irreverentes, entre las que me cuento (y como tal, envió mi comentario picante del día: "hoy estás particularmente atractivo, Daniel. Ojalá pudiese contemplar esta puesta de sol a tu lado")
Sonrío sólo al imaginármelo leyendo todos esos comentarios, vacíos de contenido en su mayoría, muchos sin relación alguna con la foto en sí, sabiendo que no va a contestar a ninguno. Pero también creo que a su manera los disfruta, pues sigue ahí, al otro lado, subiendo sus cosas intrascendentes mezcladas con sus encantadoras fotos de paisajes.
Y sobre todo, lo que más me gustaría es ver la cara de Nacho si pudiera leerme ahora mismo el pensamiento. Con su habitual gesto de hastío, me miraría por encima de sus gafas de pasta como quien intenta descifrar la piedra Rossetta sin saber griego ni latín, y me diría: "estás loca, May."
Pero yo, internamente, estaría riéndome de él, mientras mi cabeza vuela de nuevo a esa foto de Daniel con la cesta de frutas en Indonesia, y después le daría la razón para no oírlo más. A veces, me aburre tanto con sus cosas...
A todo esto, hoy estoy contenta porque es mi primer día de vacaciones. Y tengo ganas de salir y comerme el mundo. Ya no me importan las notas: me interesa más ponerme los shorts y una camiseta de tirantes, embadurnarme de crema solar y encontrarme con mis juerguistas amigas en el chiringuito. Después de tantos meses encerrada, al fin me dará un poco de sol en la piel.
La luz, la brisa de la playa, la arena blanca y las sombrillas de colores me están esperando, y haré bien en marcharme ya, que para mañana es tarde.
Abro la puerta de forma distraída, con la cabeza en otra parte, y al poner el pie en el rellano de la escalera, me quedo de piedra:
Allí, en el portal de mi casa, está él, Daniel. El mismísimo Daniel Northonwood.
Me está mirando con esa sonrisa de niño travieso que conozco tan bien, mientras esconde detrás de la espalda algo que parece un billete de avión impreso.
-Hello, May.- y antes de que pueda evitarlo, me da la mano en un gesto rápido y formal de saludo. – Soy Daniel Northonwood, ¿cómo estás?
¿Qué está pasando aquí?, me digo a mi misma, completamente confusa: ¿en serio está aquí? ¡Pero si según sus fotos, estaba en Indonesia! Cuando consigo darme cuenta de lo que está pasando, se me ocurre pensar que esto tiene que ver con la magia de las redes sociales en diferido, lo cual es prueba de que, una vez más, la tecnología me supera, y de paso, me hace sentir estúpida.
YOU ARE READING
Solo el pasaporte
RomansaEl último año de carrera se le está haciendo cuesta arriba a May: Su vida transcurre entre pilas interminables de apuntes y furtivas visitas a las adictivas redes sociales. Solo hay una cosa que consigue sacarla de su vida gris: la cuenta de instagr...