El taxista nos deja en la puerta de la terminal de salidas, y nos dirigimos, sin más, al filtro de seguridad. Ni Daniel ni yo llevamos más que nuestras mochilas, así que el trámite es sencillo. Me pregunto cómo habrá averiguado Daniel todos mis datos para poder sacarme la tarjeta de embarque a mi nombre, pero rápidamente se me va de la cabeza.
En la terminal del aeropuerto del Prat, a punto de perder el avión, parecemos dos locos corriendo hacia la puerta de embarque, esquivando a los demás viajeros y a sus equipajes. Respiro con dificultad, y él se para de vez en cuando a ver si le estoy siguiendo. Si no puedo respirar, tampoco soy capaz de hablar.
A mí, que casi siempre me cuesta llegar pronto a los sitios por mi exasperante manía de entretenerme con tonterías, estas situaciones me estresan hasta el infinito. Por esto, siempre acabo volviéndome loca mirando el reloj como el conejo blanco de Alicia. Pero esta vez es diferente: ver a Daniel caminando seguro a mi lado, sin inmutarse por mis retrasos, me tranquiliza.
En la puerta de embarque, los turistas en grupos pequeños y algún mochilero solitario, se apiñan para entrar los primeros, unos con mochilas, otros con pequeñas maletas low cost.
Pero nosotros no vamos hacia allí. Daniel le enseña una tarjeta a una azafata, que nos sonríe y nos acompaña a una sala espaciosa, que parece sacada de una novela de ciencia ficción futurista. Por cómo me mira Daniel al hacerme pasear, deduzco es la sala VIP.
-Tranquila, vamos a esperar a que entren todos. Aún nos queda algo de tiempo. Aquí puedes beber algo y relajarte. ¿Qué te parece?
No le contesto, porque aún no soy capaz de hacerme a la idea. Todo esto está por encima de mis posibilidades y de mis expectativas, y al entrar en la sala, lo hago algo cohibida: ¿Qué tipo de viajeros estarán ahí dentro? Me estremezco sólo de pensarlo.
Y eso es porque me intimida mucho verme de repente compartiendo espacio con hombres de negocios con carísimos portátiles y viajeros acostumbrados al lujo. Y además, nosotros con nuestras mochilas al hombro, sudorosos y con la lengua fuera de tanto correr, hemos hecho una entrada triunfal que no ha sido precisamente discreta.
De forma inmediata siento cómo me traspasan las miradas de reprobación de la gente que se sienta a mí alrededor. Incluso un matrimonio de mediana edad, con aspecto de manejar buenas cantidades de dinero, nos está mirando muy fijamente, como si acabasen de ver entrar a una pareja de indigentes callejeros de los que deambulan a diario por las Ramblas, con su perro y sus bolas de colores para hacer malabares.
Y es que, la verdad, no tenemos precisamente el aspecto que se espera de los usuarios habituales de un sitio como este.
El estilo informal de Daniel y ese cabello despeinado no ayudan a mejorar nuestra imagen aquí, y yo no soy precisamente la mejor vestida de este lugar.
Salí de casa con la ropa playera y no tuve tiempo ni manera de cambiarme, dadas las circunstancias. Ahora me arrepiento un poco de no haberme puesto otra camiseta, que la que llevo es de las más viejas que tengo. Y madre mía, ¡mis pantalones rotos son de lo peor! No sé ni cómo he podido pasar el filtro de seguridad, sin hacer saltar todas las alarmas. Si me hubiera visto Joana, con estas pintas, me hubiera mandado de vuelta a casa a cambiarme.
Pero Daniel parece que está tan a gusto como en su propia casa: nada más entrar, coloca su mochila polvorienta sobre uno de los lujosos asientos de elegante piel negra, y se recuesta sobre ella, indiferente a todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Yo me siento a su lado, pasando la mayor vergüenza de mi vida, y con un gesto rápido, escondo la mía detrás de mis piernas, intentando pasar desapercibida.
- ¿quieres tomas algo? ¿Unos sándwiches?- dice mientras señala hacia el buffet de cortesía servido en la barra.
- No, gracias.- respondo algo azorada, negando con la cabeza. Levantarme y dejar que me vieran hacer el paseíllo todos estos desconocidos sería todavía peor para mi ego herido.
- Tranquila, yo te lo traeré.- Y sin reparo alguno, se levanta de un salto ágil del asiento y me trae un zumo de naranja natural, moviéndose como pez en el agua. Ojalá pudiera ser como él, tan segura de mi misma que nada se interpusiera entre mí y una deliciosa bebida. Por supuesto, este detalle tan tonto consigue sonrojarme de nuevo.
Armándome de valor, y bajando el tono de voz hasta un nivel sólo perceptible muy cerca de su oído para que no me oigan los presentes, le digo:
-¿siempre viajas a lo grande?
- Con todo lo que viajo al año, tengo ciertos privilegios y tarjetas de puntos de todas las compañías aéreas. - susurra divertido mientras me guiña uno de sus grandes ojos azules y me deja muda con su encanto.
De nuevo, sus respuestas me parecen coherentes con la imagen que tengo de él y me hace pensar que ha de ser, por fuerza, un viajero muy experimentado que no deja nada al azar.
Pero no tenemos mucho tiempo de entretenernos aquí: Al cabo de unos minutos, la azafata anuncia que la puerta de embarque ya está a punto de cerrar. ¡Ha llegado el momento!
- Excited?- dice él, sin poder disimular su emoción.
- Oh, yes. Sí... - respondo, hecha un manojo de nervios.
- ¡pues vámonos!. Dice cargándose de nuevo la mochila.
Cuando por fin subimos la escalerilla de nuestro avión, me coge de la mano y me hace pasar delante de él. La rubia auxiliar de vuelo sonríe al vernos entrar, revisa nuestros billetes, y con una mal disimulada cara de desconcierto, nos acompaña nuestros asientos.
Sorprendentemente, están en bussiness.
Miro a Daniel, con los ojos muy abiertos y un interrogante en mi cara, intentando que me cuente que hacemos aquí. Pero él sólo me sonríe malicioso y sigue avanzando por el pasillo. Pasamos por delante de la pareja de mediana edad que encontramos en la sala VIP, y los dejamos allí, justo dos asientos detrás de nosotros.
Menos mal que Daniel interrumpe mis pensamientos negativos, y haciendo gala de su habitual seguridad en sí mismo, pone su mano sobre mi hombro, me coge la mochila y la sube al portaequipajes, ignorando sus caras de desaprobación.
Por otra parte, tengo cosas mejores en que pensar. Aquí tenemos más intimidad, espacio y comodidades que en ningún vuelo que haya tomado antes y pronto dejo de sentir las desagradables miradas sobre mi espalda. Al fin podremos descansar un poco.
Jamás se me había ocurrido que viajar a todo lujo pudiera ser tan cómodo y fantástico. A saber cuánto dinero le ha costado el billete. Mejor será no comentárselo por ahora.
-¿Cómo te encuentras, lady? ¿Emocionada?- Al oír de nuevo su voz alegre, mi expresión de agobio vuelve a ser de excitación, y le sonrío, tímidamente.
Me doy cuenta de que debe ser muy evidente que estoy en las nubes, y no solo de modo literal. Así he estado todo el día desde que lo conocí esta mañana y me atreví a dar este salto a lo desconocido sin paracaídas, desafiando todas las reglas de la cordura.
-¡Sí!- contesto- Aún no sé cómo se lo voy a explicar a mis padres, a mis amigos. Ahora mismo, tengo el corazón latiéndome a toda velocidad.
- Lo entiendo. Cada vez que cojo un vuelo, me siento así. Viajar es para mí una liberación. Y siempre una gran aventura. Pensar en todas las cosas que vamos a ver y disfrutar al llegar a destino, hace que me sienta vivo.
- ¡La verdad es que hemos ido a contra reloj! ¡Estoy agotada!
- A partir de ahora, prometo que será mucho mejor. ¿Quieres comer ya?
Ahora me doy cuenta de que todo esto lo está pagando él. El taxi, el vuelo en preferente, la comida... mi acompañante es una caja de sorpresas. Y resulta que yo voy con la tarjeta visa escasa de fondos, así que, bueno, puedo aceptar su invitación (de momento), pero sólo si es para cosas de primera necesidad. Aunque, visto así, ni el vuelo ni el taxi lo son.
En el fondo, no sé porque ha tenido la santa idea de llevarme a Tailandia, con todo pagado, precisamente a mí. Pero en este momento, sentada con los ojos cerrados en mi cómodo asiento, no me importa lo más mínimo.
Estad atentos, que en breve introduciré un poco más de emoción!
¿qué os parece la decisión de May? ¿alguno de vosotros se hubiera atrevido a seguir a un completo desconocido en un viaje sin planificar?
El viaje no ha hecho más que comenzar!
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Solo el pasaporte
RomanceEl último año de carrera se le está haciendo cuesta arriba a May: Su vida transcurre entre pilas interminables de apuntes y furtivas visitas a las adictivas redes sociales. Solo hay una cosa que consigue sacarla de su vida gris: la cuenta de instagr...