Parte 2

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No hay nada de especial en cómo conocí a Naith-wluj Sciksol (o Naith a secas, que ya se sabe que los nombres orcos son impronunciables para cualquiera salvo para ellos mismos). Un mismo trabajo, muchas horas de oficina juntas y más cafés de los que uno pueda recordar son suficientes para forjar cualquier amistad que puedas imaginarte. Sí, incluso con un orco.

Por cierto, si nunca has conocido a ninguno, olvida esa imagen que tienes ahora mismo en la cabeza de un ser encorvado, repugnante y grimoso, por favor. Los orcos hoy en día se parecen tanto a los humanos como cualquiera de las otras razas, aunque generalmente son más altos y corpulentos que nosotros. Sí, tienen orejas puntiagudas, como las de los elfos, y el particular tono aceitunado de su piel les diferencia claramente de los humanos, pero rara vez verás por la calle a uno demacrado y ruinoso, créeme. Y si lo ves, por caridad, preocúpate por su salud, ¿de acuerdo?

Pues bien, como te decía, nuestra relación empezó a cambiar una tarde cualquiera, mientras nos tomábamos unas cervezas después de trabajar. Y lo hizo con una frase sencilla pero trascendental.

- Murka-lug Bolg'har va a dejarme.

Recuerdo que Naith lo dijo con tranquilidad pero infinito pesar, dejándome con la cerveza suspendida en el aire, estupefacta. De verdad, no exagero. Lo que acababa de oír no era para menos.

Para cualquier persona de cualquiera de las otras de las razas perder a la que ha sido tu pareja durante la mitad de tu vida es un drama. Pero tras la separación, tarde o temprano y de un modo u otro, la vida sigue. Para los orcos, sin embargo, perder a su pareja supone un pasaporte directo de vuelta a sus tierras ancestrales. Por ley, sin excepciones.

Para alguien como Naith, profundamente implicada en su carrera profesional lejos de Rounriq, aquello calificaba por lo menos de tragedia personal.

Naith apuró su cerveza y pidió otra durante el silencio que se formó mientras yo procesaba todas las implicaciones de lo que acababa de escuchar, incapaz de decidir qué responder. Con la nueva jarra delante, decidió continuar hablando por su cuenta.

- Hace varios años que nuestra relación no es lo que era. Nuestras rutinas son distintas, nuestros objetivos personales también. Y nuestro vínculo se ha ido deteriorando a medida que nuestras vidas diferían más y más, hasta que Murka-lug Bolg'har ha llegado a su límite. Está harta de esperar por mí, de no verme apenas, de tener que estar siempre pendiente de qué giros tomará mi agenda... – Naith suspiró, y casi parecía estar clavándose una estaca en el corazón al hacerlo. – Me ha dicho que quiere volver a Rounriq y empezar de cero. Y no puedo decir que no la comprenda.

Créeme, pocas cosas pueden encogerte tanto el corazón como ver a un orco deprimido. Es una imagen extraña: parecen encogerse, volverse insignificantes y débiles, desprender un aura de dependencia que no les pega, como si fueran niños desamparados a punto de echarse a llorar. ¿Dónde ha quedado la arquetípica rudeza y altanería que les caracteriza? Abandonada en alguna cuneta de camino al bar.

- ¿Qué vas a hacer? – La pregunta me abandonó casi sin pensarlo y me sentí estúpida al hacerla. ¿Qué se suponía que podía hacer, cuando la decisión no dependía de ella? La sonrisa socarrona de Naith al oírla me escoció, así que intenté corregirme... sin mucho éxito. – Me refiero a... ¡Joder, no es justo!

Naith agitó una mano como para quitarle hierro al asunto.

- No lo es, pero así es la ley. Si ella se marcha, será cuestión de tiempo que me obliguen a hacerlo a mí también si intento quedarme. – Naith jugueteaba con la jarra mientras hablaba, como si no pudiera mantener las manos quietas. – Hace tiempo que vengo sospechando que pasaría, pero no quería creerlo. No quería reconocer que lo que había entre nosotras lleva mucho tiempo moribundo, ni pensar en que ella querría hacer algo al respecto... aún. Sé que es absolutamente egoísta por mi parte, y por eso no puedo pedírselo, pero en un año más... dos, quizá... para entonces podría considerar marcharme sin que me pesara tanto. Pero ahora...

Sabía a lo que se refería. No es como si fuera a perder su empleo por tener que marcharse, pero tendría que traspasar la media docena de proyectos en los que estaba involucrada y dejar escapar las oportunidades que éstos le ofrecían, además de afectar a todo el equipo con su renuncia. Seguramente podría encontrar otros en los que trabajar y que no requirieran de su presencia en la ciudad, pero suponía desandar años de arduo trabajo en su carrera profesional.

Y todo ello en contra de su voluntad. Sólo porque la ley dictaba que un orco no podía vivir sin pareja fuera Rounriq. Ni más, ni menos.

-¡Maldición! - Quizá fuera la cerveza o quizá fuera la depresiva atmósfera que nos rodeaba, pero en aquel momento estaba tan enfadada que ni lo pensé. - ¡Si todo lo que necesitas es poder decir que vives con alguien, vente a vivir conmigo, joder!

Era estúpido, impulsivo y técnicamente ilegal... Pero en aquel momento me pareció lo más natural del mundo.

A Naith se le pusieron los ojos como platos, pillada totalmente en falso.

-¿Lo dices en serio?

-Acabas de decir que llevas viviendo con la que ya es sólo una amiga... ¿Qué? ¿Dos años? ¿Cinco? - Naith asintió, sin razones para discutirlo ni precisar. – Los de arriba no tienen idea de eso, cuanto saben es que hay un papelucho que pone que tú y Murka sois pareja. Que la realidad sea distinta les ha importado un bledo, nadie ha bajado a comprobarlo ni a preocuparse por ello, así que... ¿Por qué no puedo ser yo tu pareja en ese sentido? Murka podrá marcharse igual y tú podrás seguir tu vida aquí.

Naith se rió, no sé si divertida por mi apasionado alegato o sinceramente esperanzada. Puede que un poco por ambos.

- Estás como una cabra...

No le faltaba razón. Insisto: lo que acababa de proponerle al calor de la situación era una locura técnicamente ilegal, y ambas lo sabíamos. Siendo honestas, todo lo que cabría esperar de Naith en aquella situación es que rechazara amablemente mi oferta y relegáramos aquel despropósito a una broma bienintencionada para levantarle el ánimo.

Pero honesta o no, poder quedarse en la ciudad y seguir con su vida actual era demasiado importante para ella. Y aquella propuesta disparatada era, en realidad, la única alternativa que jamás tendría para conseguirlo, incluso si estaba predestinada a fracasar con el tiempo. ¿Cómo no iba a pensárselo en serio?

Juro que casi podía ver cómo los engranajes de su cerebro iban girando, ajustando cada pieza, valorando cada posible consecuencia de llevar a cabo aquel inaudito plan.

- Eres consciente de que si nos pillan no sólo me van a hacer volver a mí, sino que a ti igual te empapelan, ¿verdad?

Lejos del tono con el que la formuló, la pregunta no podía ser más seria y más adecuada. No se trataba de ningún estúpido juego o de algún ajuste corporativo entre compañeros, sino de burlar una ley. De un modo muy real, seguir adelante con aquella idea nos convertía en cómplices de un delito y estoy segura de que a Naith le preocupaba más lo que pudiera llegar a pasarme a mí por haberla ayudado que lo que pudiera ocurrirle a ella.

Para bien o para mal, inspirada por el alcohol o no, fruto de mi osadía o de mi ignorancia, yo ya había tomado mi decisión.

- Hecha la ley, hecha la trampa. No tienen por qué pillarnos. – Respondí. Con todo, suspiré, aceptando que no era una apuesta menor la que estábamos por consumar. – Y aunque llegaran a descubrir que sólo somos amigas, siempre podríamos alegar que lo nuestro, al final, no funcionó. Y habríamos logrado darte tiempo, un año o dos, quizá más... ¿no es eso lo que necesitas?

Naith asintió y levantó su cerveza, mal disimulando la emoción que la embargaba. Hice lo propio, sonriendo, y brindamos por un futuro que íbamos a tomar al asalto.

¿Quién iba a sospecharque una oferta tan inocente acabaría cambiándonos la vida a ambas? Mi cerveza y yo, desde luego, no.

La Ceremonia de las EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora