Parte 1

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Desde la habitación en la que me había cambiado hasta dónde me encontraba ahora había apenas unos metros. Recorrer aquella mísera distancia, sin embargo, me había parecido el trayecto más largo de mi vida.

Durante aquel interminable minuto, Sha'raddorg no había dejado de hablar suavemente, con aquel tono increíblemente grave y a un volumen apenas audible... pero cada una de sus palabras llegaban a mí para clavarse en algún lugar de mi alma, como si no estuvieran dispuestas a ser olvidadas.

Sólo ahora, ante aquella enorme puerta, el chamán orco dejó de hablar. Aquel inesperado silencio me obligó a mirarle, intuyendo que había algo más.

- Mi última advertencia: hagas lo que hagas, no la liberes de sus ataduras. Ningún orco en su sano juicio atacaría hoy en día a un humano. Pero en su estado actual, incluso aunque no pretenda matarte, no podemos garantizarte que salgas ilesa si lo haces.

Tragué saliva inconscientemente mientras devolvía la mirada al frente, intentando tranquilizarme. La puerta se abrió lenta y pesadamente ante mí.

- Aka'Magosh, Nacka. – Murmuró el chamán. "Bendita seas, Conquistadora".

Ante la inesperada luz, algo dentro de la penumbrosa estancia se agitó con un funesto tintineo de cadenas. Avancé sólo unos pasos, lo suficiente para que la puerta pudiera volver a cerrarse, reuniendo toda la resolución que me había llevado hasta allí.

Frente a mí, aún difusa mientras mis ojos se acomodaban a la escasa luz, estaba la persona que se había convertido en el centro de mi vida. El estómago se me encogió al verla allí arrodillada, con las manos estrictamente encadenadas a la espalda, debatiéndose contra las ligaduras que restringían sus movimientos. Agitaba la cabeza y parpadeaba como si el haz de luz la hubiera deslumbrado.

Se detuvo de repente mientras la observaba, percatándose por fin de mi presencia. Nuestras miradas se cruzaron pero, más que verme, pareció recurrir a sus otros sentidos para reafirmarse: inclinó la cabeza, orientado sus oídos para localizarme; olfateó el ambiente, buscando mi fragancia; degustó el aire que la rodeaba, como si me saboreara.

No fueron palabras. Cuanto surgió de ella en aquel momento fue un temible y gutural bramido desde lo más profundo de su alma que resonó en cada fibra de mi ser, dejándome total y absolutamente abrumada.

Me abracé a mí misma, las manos y las rodillas temblando.

¿Cómo diablos hemos llegado a esto, te preguntas?

Bueno, déjame que tecuente la historia desde el principio...

La Ceremonia de las EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora