Parte 3

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Toda mi bendita inconsciencia se dio de bruces con la cruda realidad apenas unos minutos después de tan grandilocuente proposición, al enterarme de que para llevar a cabo nuestro plan necesitábamos de dos cómplices adicionales que yo jamás habría ni imaginado.

La primera de ellas era ni más ni menos que Murka-lug Bolg'har, actual pareja de Naith.

Desconcertante, lo sé, pero la situación en el fondo era muy simple. Si queríamos evitar que Naith tuviera que pisar Rounriq, necesitábamos que Murka declarara que el motivo para romper la relación era que Naith había encontrado a otra pareja con la que deseaba permanecer.

¿Absurdo? Puede parecerlo pero, de nuevo, cuando se trata de orcos todo es más complejo. Y sobre el papel (¡maldita burocracia!) esta era la única manera de gestionar el cambio sin que forzaran a Naith a regresar previamente.

Cuando Naith me lo contó aquella tarde dónde todo empezó a cambiar, temí que nuestra aventura fracasaría sin haber empezado siquiera. Tal y como yo lo veía, Murka no ganaba nada ayudándonos en esto. Muy al contrario, estaría confabulándose en la comisión de un crimen, así que... ¿por qué habría de aceptarlo cuando podían simplemente seguir la ley y que luego Naith se buscara la vida para regresar?

Confesaré que olvidé e infravaloré algo tremendamente relevante: Murka realmente quería tanto a Naith como Naith la quería a ella. Quizá la pasión y el ardiente amor que antaño se habían profesado habían muerto desnutridos, pero el cariño seguía ahí, y a ambas les preocupaba genuinamente que la otra fuese feliz.

Así que de la misma manera que Naith no tenía el corazón de pedirle a Murka que aguantara un par de años más, Murka se avino a ayudarnos en cuanto supo de nuestro plan, sinceramente aliviada de no tener que arrastrar con ella los sueños de la persona a la que una vez amó profundamente.

Superado aquel primer escollo, entraba en escena nuestro segundo cómplice necesario para seguir sorteando la retorcida burocracia orca. Y, como no, se trataba de otro orco de nombre impronunciable: Kros-guldrak El'gluk, A.K.A. nuestro jefe.

No nos engañemos: aunque todos los orcos comprendan el por qué existe esa ley (por muy estúpida que a mí me pareciera por aquel entonces), sin duda alguna hay quienes, como Naith, que no desean volver sólo porque sus vidas sentimentales se han ido al carajo.

Dicho de otra manera, con toda seguridad no éramos las primeras ni seriamos las últimas en intentar burlar el sistema, motivo por el cual éste tiene previsto una serie de "requisitos" para controlar de algún modo que este tipo de demandas sean legítimas... y no el intento de fraude que nosotras estábamos intentado hacer colar.

El primero de ellos, gracias a la generosidad de Murka, lo teníamos superado sin problemas. Ahora necesitábamos que alguien cercano, que nos conociera a ambas y pudiera dar las oportunas referencias, diera fe de que efectivamente había una "relación de pareja" en marcha entre nosotras, tal y como la ex-pareja había hecho constar. ¿Y quién mejor que nuestro jefe orco para ello?

Nos reunimos con Kros-gul a la mañana siguiente en su despacho, a puerta cerrada, para contarle con toda la sinceridad y claridad del mundo qué pretendíamos hacer y pedirle su ayuda. Y su respuesta, como esperarías de un orco hecho y derecho, fue total y absolutamente contundente.

- Estáis zumbadas. Las dos. – Y por si su mirada incrédula no era suficientemente acusadora, se tomó la molestia de señalarnos lenta y deliberadamente a ambas, primero a Naith, después a mí.

- Pero Kros-guldrak El'gluk... - Kros-gul se incorporó, silenciando a Naith con un ademán imperioso y seco.

- ¡Nada de peros! Puedo entender que Macla me salga con estas ideas disparatadas suyas... ¡pero tú, Naith-wluj Sciksol! ¿¡Acaso has perdido el juicio!?

La Ceremonia de las EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora