Los meses empezaron a pasar sin que apenas nos diéramos cuenta, ajenas a los marcos de referencia que una pareja normal emplearía para consagrar el paso del tiempo compartido, cómodas en nuestra convivencia sin sentimentalismos.
No quiere decir que no tuviéramos rifirrafes, o que ciertos temas no despertaran entre nosotras graves diferencias de opiniones, pero afrontábamos aquellas situaciones como si se trataran un proyecto más: planteábamos el problema con objetividad y respeto y buscábamos soluciones de compromiso que resultaran consensuadas y mutuamente beneficiosas. Llamadlo deformación profesional, pero tras años de rodaje solucionando juntas los más variopintos problemas y situaciones para otros, los dramas no cabían entre nosotras.
De la misma manera que nuestro trabajo influyó para bien en el modo en el que convivíamos, nuestra convivencia afectó positivamente al modo en el que trabajábamos: nuestra sinergia nunca había sido tan buena, nuestro entendimiento tan pleno y nuestra distancia tan corta, aunque al menos yo no fuera enteramente consciente de ello. Y desde luego, nada me hacía sospechar que pudiera haber un problema en aquella cálida y acogedora rutina que habíamos logrado crear.
Así que cuando Kros-gul me pidió que me reuniera con él en su despacho precisamente una de aquellas mañanas en las que Naith no volvería a pisar la oficina hasta la hora de comer, ni siquiera se me ocurrió que no fuera exactamente de trabajo de lo que quería hablar... hasta que cerró la puerta y soltó el hachazo.
- ¿Qué está pasando exactamente entre Naith-wluj Sciksol y tú?
¿Rodeos o advertencias? ¿Disculpas adelantadas por la rudeza de la pregunta? Si aún esperas algo así de él antes de que aborde el tema principal que quiere tratar, es que no has trabajado el tiempo suficiente bajo su mando.
Con todo, la pregunta me desconcertó.
- ¿Nada? – Respondí, mientras me sentaba. Su hosca mirada dejaba a las claras que eso no le servía. – Trabajamos juntas y compartimos piso. A veces cocino yo y a veces lo hace ella, y nos ocupamos del resto de quehaceres equitativamente sin especial programación. ¿Qué esperas qué te cuente?
Kros-gul suspiró mientras tomaba asiento tras su escritorio. Suena a perogrullada, pero el que pareciera preocupado fue lo que más me preocupó.
- ¿Cuál es el problema, jefe? – Pregunté, muy seria. Podía estar encantada con mi vida actual, pero después de aquel hachazo inicial no podía por menos que recordar todo lo que nos había dicho tantos meses atrás.
- El problema es que aparentemente no hay problemas. – Respondió. – Y eso es precisamente lo que me preocupa.
- ¿En qué quedamos? – Algo, en todo aquello, me irritaba. – Naith se ha preocupado mucho de cuidar su equilibrio desde que vivimos juntas. Come bien, descansa suficiente y se ejercita con regularidad. Lee muy a menudo. Salimos a pasear frecuentemente. Hablamos y reímos mucho. Tiene una vida plena y tranquila, y vuelve a ser feliz.
Kros-gul me escuchó con lo que parecía querer ser una sonrisa en los labios.
- Y soy el primero en alegrarse de que seáis un adorable par de tortolitos, pese a que nunca creí que lo que les dije a los funcionarios aquel día llegara a ser verdad. – Le miré con impaciencia, incapaz de entender a dónde quería llegar. – Pero precisamente por eso no es Naith-wluj Sciksol quién me preocupa más en este momento, sino tú.
Huelga decir que me dejó estupefacta.
- ¿Yo? – Él asintió. -¿Por qué?
- ¿Habéis hablado Naith-wluj Sciksol y tú sobre la ley que os empeñasteis en burlar? - Negué con la cabeza, sin motivos para negarlo. Desde que habíamos logrado nuestro papelucho, no habíamos vuelto a tocar el tema. – Lo imaginaba. En ese caso seguirá pareciéndote, presupongo, una "ley estúpida".
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La Ceremonia de las Estrellas
FantastikEl mundo ha evolucionado, y con él, sus antiguas razas. Allí dónde antaño había guerra y sangre, hoy hay acuerdos comerciales, empresas, negocios y leyes. Inevitablemente, todas las antiguas razas han cambiado para adaptarse a este nuevo entrono de...