"Junio" - Nina Küdell

234 21 4
                                    

Cualquiera diría que June se había entregado a los cálidos brazos de Morfeo, luego de un largo y agotador día entre meriendas veraniegas y baños cálidos junto a las doncellas. Entre sus miembros enmarañados en una delicada postura y los velos naranjas de su fino vestido podía ocultar ese secreto inmaculado, a pesar de saber que podía costarle la vida si este fuera revelado.

Pero June, en la cúspide de la atesorada juventud, solía desolarse entre escondrijos y lamentaciones de un amor no correspondido. Solía admirarle lejana, entre árboles frondosos y en una lectura perdida de algún poeta amoroso.

Se aprontaba como cada verano a recibir a aquella moza desconocida, pero tan suya en sus pensamientos. La imaginaba desprovista de los acostumbrados trajes de las pasadas estaciones, a unos velos y telas tan o más suaves de lo que parecía ser su piel. A veces cerraba los ojos, tanteando con la punta de sus dedos una imagen creada de la muchacha, contorneando y auscultándola como si esta fuera una deidad palpable. Al menos en sus sueños ella le pertenecía.

Le llevó tres abriles fantasmales y tan solo uno en concreto para adentrarse y tomar la iniciativa de acercarse a la joven. A pesar de eso, solo se quedaba en anhelos inconclusos.

June solía acompañar a su padre a la plaza del pequeño condado para ayudarlo en la venta de cuadros que este acostumbraba a pintar. A veces era la musa, a veces era quien solo le brindaba esperanza para que el hombre continuara en su labor. La época de invierno era dura, por lo que la estación veraniega le traería buenas nuevas y uno que otro comprador como adorador del arte.

Al fin la temporada más anhelada del año se presentaría adornando las tardes de reuniones y vituperios entre pueblerinos y veraneantes, más las noches caerían en un manto iluminado de estrellas, abrazando como ocultando a sus amantes.

June, como era habitual, había preparado tanto los lienzos como los óleos y pinceles para su padre. Él, por su lado, montaba en su pequeño carro parte de los cuadros pintados el pasado invierno con la esperanza de ser vendidos.

—Padre, estoy segura de que hoy venderás estos cuadros.

—Dios te escuche, mi niña —contestó ilusionado.

Su padre era un hombre de pocas palabras, lo que para la chica era una manera de poder seguir soñando con la figura de la ninfa que le robaba el aliento, pensando que, a lo mejor, la encontraría luego de tantos meses en algún café del pueblo en compañía de sus amistades y de su pequeño perro maltés.

—¿En dónde te encuentras esta vez, June? —su padre consultó.

La joven de improviso despertó de su sueño.

—Solo divago, padre, nada importante —respondió nerviosa.

—Es mejor que te concentres —le habló firme—. Bien sabes que el alboroto es grande y es seguro que algún ladronzuelo ande de cacería.

La muchacha asintió con una sonrisa piadosa. Aun así, ella siguió imaginando a la doncella durante el trayecto.

Desde lejos ya divisaba cantos alegóricos y a los transeúntes entre risas y paseos. Las familias más ilustres de la zona acostumbraban a pasearse entre tardes de sol y una cálida brisa en compañía de sus perros, admirando a los artesanos que ofrecían entre uno y mil accesorios a los turistas, y que, en medio de estos aparecería sin pensar para la joven June, la conexión que tanto había atesorado.

—Hija, mientras descargo estos cuadros, te pido que vayas donde el señor Beckett y le canceles el pedido del mes anterior. No tardes.

—Ahora mismo, padre.

Antología Pinceladas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora