"¿Por qué se marchitan las rosas?" - Araceli Samudio

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Hoy me despierto agotada. Tengo los ojos hinchados de tanto llorar y siento esa presión en el pecho que se ha instalado allí en el mismo momento en el que entendí que te había perdido para siempre. No puedo creerlo todavía, hace solo unos días éramos la pareja perfecta cumpliendo juntos nuestro primer año.

Un aroma intenso se cuela por mi nariz. Levanto la vista hasta mi escritorio, hasta el ramo de rosas que me regalaste el martes pasado junto con la tarjeta que prometía amor eterno. ¡Qué corta es la eternidad! Suspiro y me levanto, me siento frente a ellas, aspiro su aroma, tomo la pequeña tarjeta y la leo:

«Para que nuestro amor siga floreciendo por muchos años más».

Una dolorosa lágrima cae por mi mejilla. Aspiro de nuevo para inundarme de ese aroma que intenta limpiar el polvillo que tu adiós dejó en mis pulmones. Un pétalo cae sobre mi mano y lo observo. Busco el lugar desde el cual ha caído y miro la rosa, sus pétalos se han aflojado y ya no parece tan firme, la gravedad la estira hacia abajo.

¡Qué ironía de la vida! ¿Será que predecías el futuro? Estas chicas no seguirán floreciendo, de hecho, están muriendo... como tú, como nosotros.

—¡Buen día, Nadia! —saluda mamá ingresando jovial a mi cuarto. Intenta levantarme el ánimo fingiendo que todo es como siempre. Piensa que soy muy joven y que a nuestra edad no se puede amar, cree que se me pasará pronto y yo siento que este dolor será eterno.

—Hola, ma —respondo casi por inercia y vuelvo a mirar mis rosas.

—Si les pones una aspirina vivirán más tiempo —me dice mientras sacude un plumero sobre mi librero.

—Ma... ¿Por qué se marchitan las rosas? —pregunto y ella detiene sus movimientos para mirarme. Supongo que le resulta raro el cuestionamiento o le asusta que piense en la muerte, no lo sé. Quizá cree que estoy loca.

—Pues... No lo sé, Nadia. Supongo que deja de recibir las nutrientes, o ha cumplido su ciclo de vida, ya sabes, todo tiene una razón de ser en la naturaleza —responde y yo suspiro—. En todo caso habla con Mariela, ella sabe de esas cosas.

—Puede ser —. Mi hermana tiene una florería, quizá tenga una respuesta.

Mamá sigue con lo suyo mientras yo recorro con la vista las flores. No quiero que se marchiten, no quiero que mueran. Siento que su muerte se llevaría consigo el final eterno de mi amor con Paulo, y no estoy lista para aceptarlo.

No sé cuánto tiempo me quedo observándolas, como buscando ver su proceso de muerte, como si esperara que sus pétalos secaran en cámara lenta frente a mis ojos. Pero nada sucede, nada cambia, así que me recuesto de nuevo en mi cama. Quizás nuestro amor acabó de la misma manera, lentamente, sin que me percatara de que todo había cambiado, de que ya no me amabas.

Me volteo sobre mí misma y vuelvo a mirar las rosas; aún exhalan ese bello aroma. Me pregunto; ¿por qué los amantes se regalan flores si estas no son eternas?, ¿acaso el amor tampoco lo es y esto es solo un presagio del final? Mariela dice que nada dura para siempre y que a nuestra edad las emociones son muy intensas, que pronto lo superaré, que pronto olvidaré el hecho de haberte encontrado con Martha en la fiesta de Juliana, de haberte visto tomarla de la mano, de haberte visto besándola.

Me duele, siento como si el corazón se me hubiera contraído en el pecho, como si mil espinas lo clavaran. He llorado mucho, en silencio y en secreto. Dicen que pronto te olvidaré y que no debería llorar por quien no vale la pena. No lloro por ti, lloro por mí, por sentirme humillada, por haber creído, por haber entregado mi corazón, por haberme equivocado contigo... lloro por mí.

Me vuelvo a levantar y tomo en mis manos una de las rosas; la estrujo entre mis dedos para ver qué sucede. Libero la presión y no ha sucedido nada, no ha muerto aún ni se ha secado. ¿Será que le duele si la lastimo? Si las flores son seres vivos, supongo que empiezan a morir una vez que la cortamos de la planta. Estas flores se marchitarán cuando sus conductos queden completamente secos, cuando no quede una sola gota de agua atravesando sus entrañas, y esa es una muerte lenta... dolorosa, justo como el que siento yo ahora.

Ojalá hubiera dejado de amarte en el mismo momento en el que te vi con ella, ojalá se hubiera secado en mis entrañas todos los sentimientos y los recuerdos en ese mismo instante... Pero no, están aquí, removiéndose en mi interior, reviviendo de nuevo cada vez que te pienso, cada vez que lloro. Están aquí torturándome de forma lenta y dolorosa; hasta que me quede sin lágrimas, hasta que me seque por dentro... hasta que me marchite... Tal cual como las rosas.

Las lágrimas vuelven a aglutinarse en mis ojos y la rabia se forma en mi pecho. Últimamente soy un mar de emociones que luchan en mi interior de forma desenfrenada, hay momentos que te extraño y otros que no quiero volver a verte, en algunos ratos siento que te odio y en otros creo que no superaré este amor que tanto duele. En este momento me da rabia, quiero acabar con tu recuerdo de un solo tajo, cortarlo de raíz, olvidarte, borrarte de mi mente... Quiero aplastar estas rosas, tirarlas, pisotearlas para que dejen de expedir ese aroma que me recuerda a lo bello de nuestra relación, a lo hermoso que vivimos, a aquello que has olvidado tan fácilmente como si ni siquiera hubiera existido y que a mí me duele hasta los huesos.

Las lágrimas se desbordan ya y tomo en mis manos una de ellas, necesito ayudarlas a dejar de sufrir, acabar con su tortura... necesito acabar con tu recuerdo.

—¿Qué haces? —pregunta Mariela cuando entra a la habitación—. ¿Qué culpa tienen las pobres flores?

No respondo. Ella se acerca y me abraza, me saca la flor de la mano, la coloca de nuevo en su sitio.

—Quiero olvidarlo, matar su recuerdo, acabar con todo lo que me recuerda a él. Esas flores están sufriendo, muriendo lentamente como yo, quiero ayudarlas para que ya no sufran —explico. Probablemente mi hermana no entiende nada. La verdad es que lo que dije no tiene mucho sentido, en mis pensamientos sonaba mejor. Mariela sonríe con tristeza.

—Sé que crees que esto dolerá eternamente. Sé que esas lágrimas no te dejan ver el futuro de forma positiva. Te prometo que esto pasará, simplemente dejará de doler y tú sobrevivirás. Estas cosas enseñan, Nadia, saldrás más fuerte, lo verás —intenta animarme.

No respondo, fijo mi vista en las rosas. Siento que nadie me entiende, o en todo caso las palabras de aliento no funcionan. Solo ellas saben cuánto duele, porque también están sufriendo, también están muriendo.

—No hay futuro para esas rosas, como no hay futuro para Paulo y para mí —zanjo en un tono chillón, algo infantil, como cuando era una niña y hacía una rabieta porque se me había roto un juguete. Mariela es mi hermana mayor, me lleva casi diez años, a su lado me siento pequeña. Ella sonríe y mira las rosas.

—¿Sabes cómo se reproducen las rosas? —me pregunta y yo niego—. Hay varias formas, la verdad, pero te contaré una sola —dice y yo asiento—. Algunas de las rosas de un rosal son polinizadas, y cuando la rosa finalmente muere se le caen los pétalos. Cuando ya no queda ninguno, queda en su lugar una especie de pelotita verde, allí dentro están las semillas. Pero, ¿sabes?, ese tallo no puede cortarse mientras esa zona esté verde, pues las semillas no estarían maduras. Otra cosa curiosa es que reproducir una rosa por semillas puede no darte una rosa igual a la rosa madre, de hecho se usa este método para mezclar especies... ¿Entiendes? —la miro y niego con la cabeza. ¿Por qué me está dando clases de floricultura si yo solo quiero llorar? Ella sonríe—. La rosa no muere en vano, ni tampoco lo hace para siempre, ya te lo dije antes, nada es eterno... ni lo bueno, ni tampoco lo malo. Ese dolor que sientes por esto se secará, se te acabarán las lágrimas, y cuando eso suceda, en tu corazón quedarán las semillas, unas nuevas que cargarán todo el aprendizaje que esta experiencia te ha dejado, Nadia. A veces necesitamos de que las rosas se marchiten para dar paso a nuevas rosas, más bellas, más exóticas. Estoy segura de que la rosa que está muriendo aquí —dice señalando mi corazón—, tiene semillas hermosas de las cuales florecerá un nuevo rosal.

Mariela me besa en la frente y se levanta dejándome con ese pensamiento. Quizás ella tenga razón, quizá mañana duela menos, quizá el dolor de hoy tampoco sea eterno.

Antología Pinceladas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora