[Prólogo]

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[Aclaraciones a tener en cuenta: Las palabras "subrayadas" a lo largo de cada capítulo son palabras típicas coreanas y su significado está en el diccionario al final del capítulo correspondiente.]

   Mi nombre es Roselia Valencia, nací en una tranquila villa turística llamada Sanagasta, en el provincia de La Rioja, Argentina.

   A la edad de 9 años, debido a unos inconvenientes con el trabajo de mi padre que lo mantuvo en un período de viajes constantes, me encontré viviendo con mi hermano mayor en EE.UU.

   Para una niñita de pueblo curiosa y perspicaz como yo, que había vivido sus primeros años entre la rústica floresta natural típica de la tierra riojana, entre artesanos y lugareños tradicionalistas, en una localidad bien conocida por su geología prehistórica y donde mi concepto de piscina eran los chapotazos entre las rocas del río Huaco, vivir con mi hermano había ampliado enormemente mi visión de mundo y mis deseos personales.

   Me vi embelezada por la arquitectura, los adoquines de las calles, las luces de la ciudad y las ajetreadas costumbres cotidianas de los norteamericanos. Y de pronto, en mis materias extracurriculares de la escuela, había encontrado mi vocación. La música.

   Para cuando cumplí los 16, lo único que pensaba y deseaba más que nada era vivir en Corea del Sur. ¿Porqué? Pues aquél modelo inspiracional por el que había aprendido a tocar mi primer instrumento musical nació en la emblemática Seúl. Su nombre es Lee Ru-Ma. Me enamoré de Yiruma desde el primer instante en que escuché sus melodías, y así fui guiada por mi latente fascinación por el piano.

   Y entonces, desde el primer momento en que acabé mis estudios y conseguí mi primer trabajo, pasé tres enérgicos años ahorrando diligentemente para cumplir ese sueño que parecía imposible para mi. Allí estaba mi destino, en Corea del Sur.

   Cuando fui capaz de permitirme el pasaje y una cantidad conveniente de dinero para establecerme, reuní mi cuestionable coraje y me despedí de mis padres rumbo a lo que sea que me esperara en aquellos lares. A regañadientes, con palabras poco alentadoras y rostros infelices, mis padres despidieron a su única hija en el aeropuerto. Fui consciente de lo inconformes que estaban por mi decisión poco prometedora, puesto que mi aventura solo me convertía ante sus ojos en una trotamundo con aspiraciones incomprensibles y un futuro incierto. Y para unos padres que habían pasado su vida queriendo radicar en su hija el sentido de pertenencia patriótico de origen, y dado que su hijo mayor tampoco había seguido las preferencias laborales que el esfuerzo de mi padre por años pretendía delegarle, yo era, en pocas palabras, su segundo intento fallido.

   Podía comprender su preocupación y su falta de fe en mi, claramente yo misma descubrí de manera abrupta que las cosas no salen siempre como uno lo espera.

   Más ya cumplidos los 22, nadie podía evitar que me diera de cara con mi recién adquirida adultez.

   Había dejado mi niñez en los cómodos sujetadores deportivos y mis figuritas coleccionables de Pokemón.

   Y así es como mi travesía comenzó.

   Con una suerte incuestionable que mi aura de extranjera deshauciada supo aprovechar. Arrastrando mi maleta por las bonitas calles poco abarrotadas de gente de Cheonan por alrededor de casi dos horas, dado que por alguna razón la reserva donde me hospedería no había sido confirmada y no quedaban habitaciones disponibles, con un mini-diccionario de coreano en el bolsillo de mi pantalón que era como mi religión, con la más inexistente idea de a dónde debía ir con exactitud, levanté brevemente la mirada del mapa que aferraba con mi propia vida en ambas manos y contemplé de frente un pequeño shikdang que exhibía en su puerta de vidrio un cartel que releeí muchas veces con ayuda de mi Biblia antes de ser capaz de traducirlo con orgullo:

⚘No más que yo⚘║ JungKook, tú y Jimin ║ [Editando y resubiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora