Ep. [3]

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Era una de esas semanas que parecen nunca acabarse, donde la frustración te gana y cuanto más anhelas que termine tu racha de mala suerte, pues, parece que se alarga por más tiempo.

Me encontraba sin trabajo y próximamente sin dinero.

Lo único que podía ofrecer para un empleo con un salario decente era mi certificado de graduación del bachillerato. Puesto que no había iniciado la Universidad ni me había especializado en nada específico que realmente valiera la pena.

Era la primera vez que me sentía completamente inútil y tenía que reconocerme a mí misma lo precipitado que había sido venir a Corea sin aspiraciones realistas. Podía escuchar la voz autoritaria de mi padre reprochándome mi falta de buen juicio y sensatez. Y eso me recordaba que estaba evitando llamar a mis padres desde hacía casi un mes. Mi orgullo magullado no me lo permitía. Dado que conocía lo suficiente a mi madre para saber que me llevaría de las pestañas de regreso a mi país si tan solo admitiera en voz alta que llevaba una semana racionando los víveres de la alacena.

Consideré abandonar mi lindo departamento del que ya me había acostumbrado pero que no podía pagar y regresar a mi cajita de zapatos en el shikdang de ajusshi. Pasé tres días analizando mis posibilidades y esa parecía ser mi mejor opción.

Y dado que los dos trabajos que había conseguido fallaron desgraciadamente, comenzaba a sentirme un tanto desesperada.

El primero fue en una tienda de conveniencia. El salario no era sustancioso, pero podía compensarlo con alimentos al costo para almacenar mensualmente. Ni siquiera pude conservarlo por más de cuatro días. Fui víctima de robo de un pequeño granuja que tomó gratis unas bebidas alcohólicas de buen valor y lo que sea que alcanzó a manotear del mostrador antes de salir disparado por la puerta, ante mi boba cara de estupefacción. Por alguna razón, la ajhumma interpretó mi falta de reacción como signo de complicidad y acabé pagando lo robado con lo poco que había llegado a trabajar. El despido consiguiente fue inminente.

El segundo fue en una pequeña empresa de recados. Curiosamente vagué con un paquete en mi mano por dos horas completas al no ser capaz de encontrar la dirección de destino. Mi confusión con unas palabras que sonaban muy parecidas me llevó al barrio equivocado. Lo que pasó aquél día es que me extravié a mí misma. Exhausta y conmocionada por mi desorientación, volvía la empresa sin entregar el paquete. Dijeron que ese no era un trabajo adecuado para mi, en lo cual tenian razón.

Eso me dejaba como opción de contingencia el shikdang, muy a pesar de que eso implicaría abandonar la cocina-comedor de 14m², mi habitación y mi muy adorada tina.

Para entonces ya era mi palacio y amaba el color amarillo pato de las paredes, mi cama de una plaza, la mesa de melanina gris en donde comía junto a mis amigos, el aroma floral detrás de la ligustrina del vecino, incluso ese medio paso de distancia entre el váter y el lavabo, y también el bullicio de los autos en la avenida a pocas cuadras. Comencé a llamarle mi hogar.

En vistas de mi falta de recursos extras, decidí reaparecer en el shikdang. La última vez que visité a ajusshi aún colgaba de la vitrina el cartel de "se busca empleado". Más cuando estuve a pocos pasos de allí no solo el cartel ya no estaba en exposición sino que una chica se ocupaba de las mesas que una vez había atendido yo. Me despedí rápidamente de ajusshi con excusas vanales y mentiría si dejara que no perdí algunas lágrimas de camino a casa.

Esa mañana en particular me sentaba deprimente y melancólica. Extrañaba a mi familia más que nunca. Y para completar el combo sobrecargado de tristeza que me aquejaba, Fabricio, mi hermano mayor, me había llamado para anunciar que ya era tía de un hermoso hombrecito de dos días de nacido; le nombraron Michael. Conocerlo por foto y no ser capaz de acunarlo en mis brazos acabó por amargarme más. Quería volar a Washington y refugiarme en mi habitación de adolescente consentida.

⚘No más que yo⚘║ JungKook, tú y Jimin ║ [Editando y resubiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora