Capítulo 3

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-¿Y cómo está tu hermana? –preguntó Dylan parándose y buscando sus bóxers por el suelo-. ¿A dónde tiraste mis calzoncillos?

-Siendo una molesta como siempre y están enganchados en una de las paletas del ventilador –contesté a sus dos preguntas mirándolo perezosamente hacer un buen salto para recuperar su ropa interior-. Veo que no has dejado el karate –comenté a lo que sonrió.

-El que sea ahora solamente entrenador no es excusa para que deje de practicarlo –contestó y asentí-. ¿No vas a vestirte? –preguntó enarcando una ceja.

-¿Echándome tan pronto? –contraataqué con típico sonrisa socarrona-. ¿Dónde que quedó nuestro amor Dyl?

El rubio solo rió negando con la cabeza y se puso un par de jeans desgastados dejando su torso desnudo. Cabe aclarar que para tener casi treinta y cinco años Dylan contaba con unos músculos de muerte.

-Por la forma en que me miras quieres un segundo round –comentó volviendo a acercarse a mí.

-Ganas no me faltan pero tengo que cenar en la casa de la mujer de tus sueños –rodé los ojos juntando mi ropa interior del suelo y poniéndomela con pereza-. Solo pensaba que para ser un viejo estás bastante bueno –me encogí de hombros-. ¿Me ayudas con el sujetador?

El rubio se aceró por detrás y abrochó el sostén con una facilidad increíble recorriendo luego uno de sus dedos por el tatuaje que tenía en la espalda.

-Nunca me dijiste que significaba.

-Nunca preguntaste –me limité a responder para luego deslizarme en los jeans que comenzaban a quedarme demasiado ajustados.

Mierda tenía que ir al gym de nuevo o dejar de comer tanto chocolate.

Me enlistaría la próxima semana

-¿Dónde dejé mi blusa? –pregunté en voz alta buscándola con la mirada por todo el cuarto.

-Te la arranqué en la sala de estar.

-Oh tienes razón.

-Iré por ella –se fue rápidamente y lo seguí colocándome los tacones bajos tratando de no caerme en el intento.

-Aquí está –declaró el rubio con mi blusa salmón en la mano.

-Gracias mi caballero de brillante armadura –contesté dándole la vuelta para ponérmela pero en eso se escucharon unos golpes en la puerta.

-¡Dylan abre la puerta tengo que hablar contigo!

-Mierda –gruñó por lo bajo-. Tienes que esconderte –me informó a lo que le enarqué una ceja.

-Sabes lo que pienso sobre la infidelidad –me plante y rodó los ojos.

-Corté con ella hace más de un mes, pero es una loca psicópata y no deja de molestarme –contó y reí.

-¿Es la pelirroja psicópata?

-¡¿DYLAN CON QUIÉN ESTÁS HABLANDO?!

-Esa misma.

-Estaré en el estante vacío de la alacena si me necesitas –contesté para correr a la cocina entre risas.

Cuando llegué abrí la pequeña alacena que estaba debajo de la barra gruñí al ver que estaba lleno de elementos de limpieza.

-Estúpido Dylan –murmuré al escuchar la puerta del departamento abrirse-. ¿Ahora dónde me meto? Piensa Tamara piensa.

-¿Esa zorra con la que te acuestas está aquí verdad? –escuché una chillona voz seguida de unos tacones moviéndose por el recibidor.

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