Capítulo 9.

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—¿Qué es este lugar?—pregunto, y avanzo lentamente, por lo que parece ser un salón.

—Es como mi segunda casa; es claro que esta es mucho más divertida que la verdadera.

—¿Y para qué usas este salón? O lo que sea que es.

—Para divertirme—ríe—. Atrás de ti—dice, y señala una cortina—, tengo a varias personas encerradas, todas han cometido bastantes crímenes, la mayoría violaciones a menores de edad o a recién nacidos—explica—. Yo me encargo de hacerlos sufrir, es como una especie de...

—¿Justicia?—lo interrumpo.

—Venganza por lo que hicieron a personas inocentes.

—¿Y por qué decidiste hacerlo?

—Cuando tenía 10 años, violaron a mi mamá y a mi hermana enfrente de mi—dice, y no me pasa desapercibido el tono de voz que ha usado—. Luego las mataron, de una manera que no quisiera recordar—admite—. En fin, diez años después, decidí que era buena idea ir a buscar a los tipos que hicieron tal atrocidad; me costó un poco, pero al final lo logré. Estoy esperando el momento exacto, para hacerlos pagar; pero ¿es difícil sabes?—suelta un suspiro—, es difícil encontrar el método de tortura que se merecen.

Mi estómago se revolvió al escuchar su breve historia, simplemente el hecho, de saber que hay tipos que violan a recién nacidos, es bastante asqueroso.

—Son hombres—digo, y me dejo caer en una silla—, yo no se de tortura, pero creo que sería bastante doloroso hacer algo con sus partes íntimas.

No obtengo respuesta, pero sé que ha escuchado lo que dije, su cara de pensativo lo delata.

Mientras él está concentrado en sus ideas, decido observar con detenimiento el lugar, el cual está bastante limpio e incluso podría decir que es nuevo.

Mi vista se posa en unos pequeños frascos, que se encuentran guardados en una pequeña vitrina; dentro de ellos hay diferentes cosas, algunos tienen orejas y dientes, mientras que otros contienen lenguas.

Estos frascos, me recuerdan a la vez que Elisabeta y yo entramos al cuarto de Bianca.

No creo que esto sea una buena idea—repetí, por enésima vez.

—Tus nervios no me están ayudando en nada—susurró, molesta—. Si quieres irte, pues hazlo, pero yo me quedaré a ver que es lo que hay ahí dentro. Entonces, ¿te quedas o te vas?

—Está bien, vamos—dije.

Muy en el fondo sabía, que había aceptado por mera curiosidad; el hecho de oír como Bianca nos prohibía entrar, hacia que nuestras ganas por husmear aumentaran aún más.

Con gran sigilo, Elisabeta abrió la puerta, no sin antes fijarse por la ventana, para ver si su madre no estaba adentro. Ella entró primero, yo seguí sus pasos.

El lugar estaba bastante frío y olía un poco mal; mis ganas por salir de aquí se hicieron presentes.

—¡Ven a ver esto!—gritó con entusiasmo—. ¡Ven!

Caminé a paso rápido hasta llegar a su lado, y la miré con confusión, pues no sabía que quería enseñarme.

—¿Qué tienes ahí?—señalé sus manos.

—Mira esto—me mostró un frasco, dentro de el había unas orejas y un par de ojos.

—Vámonos de aquí—pedí—. Ya estuvimos bastante tiempo, ¿y si tu madre viene?

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