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     Dolería, lo sabía.
La caída mas estúpida y, al rememorar lo que he vivido, veo que mi vida a sido muy deprimente.

     Quizás sobreviva la caída y las rocas pero si eso no me mata, estoy segura que la contaminación de esa agua lo hará.

     Mis pensamientos tienen un traspié cuando siento que una mano agarra mi camisa y tira, arrojandome de nuevo a la seguridad.

     —Sí, dolió. Pero respiro, eso tiene prioridad – digo e intento incorporarme con el mínimo dolor posible.

     —Sé que mi madre te asustó, pero eso no es motivo para lanzarte al olvido – me acusan. ¿Quien...? –. ¡Oye!

     —Relajate, ¿Ok? – lo miro, Christian... Tenía que ser el único lindo de este lugar alejado de la mano de Dios el que me viera toda golpeada y sucia...

     »Te acabo de conocer, me salvaste, eso no te da derecho a gritarme – añado. Él estaba casi tan desaliñado como yo, pero le sentaba bien al muy tonto.

     —Entonces, ¿qué hay que hacer para ganar esa magnífica concesión? – ironiza. Obvio, va y me salva de morir pendejamente y yo lo regaño.

     Abrí la boca para contestar justo cuando el grito de mi mamá llegó a mis oídos. Ay... Dios...

     Las reprimendas por su parte no tardaron mucho en llegar mientas me llevaba del brazo hacia adentro. Pude ver que la madre de Christian se puso a su lado y lo abrazó, le dio un beso y se alejó, diciendo que le traería algo para tomar. Algo en mi interior se agrietó y dolió. Andrea seguía gritando. Fran y su séquito estaban alejados.

     Suspire y subí las escaleras. Esto me está cansando. Llegué arriba y me saqué los zapatos lo suficientemente fuerte para que se escuchara y cerré la puerta del cuarto. Luego, lo mas silenciosa que pude, salí al balcón y rodee hasta el lugar al que nadie va y que no se tiene vista del frente, medio oculto por unos árboles.

     Dejando caer una camisa en el suelo, me senté. Me puse los audífonos y la cabeza en la cima de mis rodillas. La música era un excelente analgésico para el alma, era bien sabido y comprobado por muchísimas persona antes de mi; yo las corroboraba.

     De vez en cuando la vibración emitida por los pasos dados en el segundo piso que iban y venían. Unas diez canciones después, las vibraciones, fuertes para ser obra de una mujer, se extendieron hasta llegar al balcón. Mi cuerpo se puso en tensión, aun no quería ver a nadie. Disfrutaba de los escasos momentos de silencio y paz que solo venían cuando huía de todos. Me había granjeado una reputación en la que los que no me conocían me veían seria y distante, los que me conocían bien alegre y risueña, la familia inmediata y cercana decía que soy rebelde y mezquina. Luego estaba la realidad, bastante mas alejado de esas opiniones de lo que me gustaría.

     Los pasos se acercan más, deteniéndose cada vez. Como buscando. ¿Quien? Mi madre no es, ella no se toma el tiempo de hacerlo. ¿Fran...? No, obviamente. Quizás Josh, queriendo clavar el acha de la paz...

     Los pasos se detienen en la esquina y sé que me vieron. No me había movido desde que me senté y se que he de tener un aspecto deprimente. Suspiro. Eso ha de haberse visto aun mas triste, debe de creer que estoy berreando...

     Los pasos comienzan a comer con rapidez la distancia que nos separa y, si está hablando, no lo escucho. Solo lo siento. Las vibraciones se detienen un poco antes de llegar a mi, como si vacilara, contemplando la opción de irse sin que me de cuenta de su presencia. Tarde.

     Un paso mas, una vibración que sentí a un lado de mi muslo derecho, y se sentó a mi lado. Por la fluidez con la que lo hizo sé que no es Josh, está viejo y aun demora un poco mas en dejarse caer. Tiene que ser alguno de los jóvenes.

     Pasaron unos segundos y, obviamente, no escuche nada a demás de las estridentes notas de la canción que sonaba actualmente. Sentí que apartan con cuidado el cabello a un lado de mi cara, rebelando el audífono. Me moví a la par de esos dedos, alejándome.
     Levanto la mirada para ver quien era el intruso.

     —Christian... – suspiro.

     —Hola – sonríe –, ¿escondiendote?

     —Es la única manera de conseguir paz en mi familia – le digo y me siento bien, bajando las piernas.

     —Las madres pueden ser muy estresantes.

     —No tienes idea – murmuro –, por lo menos no tienes que lidiar con hermanos.

     —Hermanos, no. Pero sí tuve tres hermanas, ahora solo dos... – toma aire hasta que su pecho esta al máximo y luego la suelta con lentitud.

     —Lo siento – susurro. Un silencio cargado de recuerdos se extendió hasta ser asfixiante. Me preguntaba aún quien era esta Theresa...

     —¿Por qué? No hiciste nada – dice, intentado parecer relajado.

     Tiene razón, pero eso no deshace el nudo en mi pecho. Vuelvo a mirar al frente, veo los pájaros, las motas de pelusa que sueltan los arboles volar al son del viento...

     —¿Cuando te vas a animar a preguntar quien es Theresa? – pregunta, casi con brusquedad.

     —Creí que sería muy grosero... – respondo con igual mezquindad.

      Suspira, sus ojos clavados en mi. Recorriendo cada linea de mi rostro, fijándose en cada movimiento.

     —¿Te molestaría si te abrazara... Solo un rato? – susurra, su voz rota.

     Juré sentir mi corazón romperse. Estrujarse, pulverizarse en una explosión atómica causada por la radiación emitida por el dolor en sus hermosos ojos. Azúl y verde, no mezclados si no como en degrade. Como pequeñas galaxias en sus iris, las estrellas unas pequeñas motas doradas aquí y allá...

     En una situación normal me hubiera negado. Me incomoda que me toquen personas que no conozco, pero...

     Negué con la cabeza. —No me molesta.

     Me ví de inmediato arrastrada al calor de su pecho, al circulo de sus fornidos brazos, al relajante palpitar de su corazón.

     Unos segundos después me encontré en su regazo, siendo acunada con el amor mas infinito; su rostro en mi cuello, brazos a mi alrededor, estrechandome fuerte.

     Sentí que el polvo que ahora era mi corazón ardía en llamas, incinerando los pulmones y todo lo que se atreviera a interferir en su camino.

     Este amor no era mio, no era para mi. Era para alguien más; estaba segura. Eso hacía al dolor peor.

     —La tercera hermana – susurré –, es esta Theresa de la que hablaban. Es la que ya no está. ¿Verdad?

     Guardó silencio tanto tiempo que dudé que respondiera al final.

     —Era idéntica a ti... Ella era mi melliza... Murió hace casi un  año – dijo, apretandome más.

     ¿Como responder a eso? ¿Como reclamarle nada? Es por eso que no me moví, es por eso que lo dejé abrazarme.

      Claro, hasta que un Banshee apareció cruzando la esquina y gritó tan alto como para romper lo que me quedaban de neuronas.

     —¡CHRISTIAAAAAN!

     ♣♥♣

Inmortal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora